Vitoria. El tiempo no es un tema de charla frecuente entre los clientes de Revistas Pinedo. "Más bien, el único", admite Jorge con cierta resignación desde su decimonónico local de la calle Dato. El "dicen que va a nevar" para llenar el silencio de los viajes compartidos en ascensor parece haberse convertido en una conversación de más recorrido. Hasta los amigos se dedican a hablar del clima, sobre todo si llegan los rigores del invierno, como si el fastidio de sacar paraguas y encebollarse el cuerpo lo fuera menos al protestar en equipo. Los gasteiztarras que ayer compartieron sus reflexiones con DNA creen que la culpa de tanto palique a cuenta del frío y las precipitaciones es culpa de Internet, que ha facilitado el acceso a detallados partes meteorológicos, y del bombardeo mediático. Llegan los primeros copos "y ya no hablan las teles de otra cosa", como si en la llamada Siberia-Gasteiz tuviera que ser noticia el mercurio congelado.
"Justo ahora veníamos hablando del tiempo y de que si pudiéramos nos íbamos a Cádiz", confiesan a plena carcajada José Palomo y Carmen Trujillo, un joven matrimonio con carrito. Aunque son vitorianos de toda la vida, ninguno de los dos termina de acostumbrarse a la combinación frío-agua y cada vez que llega protestan como si nunca antes lo hubieran sentido. "Yo a lo bueno me acostumbro rápido, pero a lo malo nunca", aclara ella. "Y es que, además, el cambio de temperatura ha sido muy brusco. Hemos pasado de estar tomando el café en la terraza, y nosotros somos muy de eso, a tener que meternos dentro del bar con bufanda", lamenta él. Maika, amiga de ambos, cree que debería haber "periodos de adaptación, como en la guardería". "Claro, claro, que avisen con antelación y, a partir de ahí, que cada día vaya bajando un grado", apostilla Carmen, siguiendo el chiste. Los tres saben que la meteorología "no faltará" en sus conversaciones en los próximos meses, así que al menos debaten con humor. Y eso que son conscientes de que "es normal que ahora nos congelemos".
Cuando José ve las retransmisiones informativas desde los puertos de montaña cada vez que llega un frente de frío o nieve se pregunta "lo que estarán pensando el periodista y el cámara de televisión, seguramente qué hacen allí muertos de frío, si eso es lo de todos los inviernos". Ni él ni su esposa entienden por qué las olas polares son noticia "si vivimos en el norte y no pueden venir de otro lado", aunque a la vez se dan cuenta de que ellos cometen el mismo pecado al hablar un año tras otro de que deberían emigrar con el entusiasmo de la primera vez. "Eso sí, en verano podemos tener un tiempo horroroso y entonces las teles no dicen nada y sólo se fijan en el sur", reprocha Carmen, "y algo así es bastante más digno de mención, ¿no?". Maika recuerda, no obstante, que esta vez la novedad en Vitoria han sido tantos meses seguidos de climatología benevolente. "Pero ya veremos cuánto se alarga ahora el mal tiempo. Hasta mayo la calefacción puesta, ya verás", presagia.
Por si acaso, las dos estarán pendientes de los partes meteorológicos a través de sus móviles. "Internet ha hecho mucho daño", opina Carmen, quien lo primero que hace nada más levantarse es "actualizar la aplicación del tiempo". Su amiga tiene cinco descargadas, así que suele elegir la más positiva para alegrarse la mañana aunque acabe errando. "No sé hace cuánto tiempo que ya no dan sol...", comenta. Gregorio Berdugo, que llegó con quince años a Vitoria procedente de Málaga, sonríe cuando oye los lamentos de los jóvenes a cuenta del tiempo. "Los inviernos de antes sí que eran duros. Se formaban unos carámbanos tremendos en los tejados del Casco Viejo y era mejor no pasar por ahí por si te caía alguno. A veces no podíamos ni ir a la fábrica a trabajar. Y en casa no había calefacción ", recuerda. Tanto se curtió que ahora, a sus 72 otoños, no hay borrasca que tema. Aun anunciando nieve, como ayer, él sigue saliendo a la calle a tomarse el café de las once de la mañana. Y lo hace en la terraza, para fumarse a gusto su puro, bien abrigado con una cazadora de una conocida firma de montaña. "Yo sigo haciendo mi vida normal y el tiempo que vaya a hacer no me obsesiona", subraya, "aunque es verdad que la gente habla mucho de ello".
Que se lo digan a Jorge Fernández de Pinedo. En su tienda de revistas y prensa de la calle Dato pocas veces se conversa de otra cosa "porque en Vitoria lo de la climatología es algo que da mucho que hablar". Los clientes se suelen quejar del frío, del calor o de que las predicciones se equivocaron. No obstante, cuando el termómetro pierde fuelle, las protestas suelen elevarse. "Parece que no somos conscientes del lugar en el que vivimos, de que no estamos en el Caribe, o nos olvidamos de que pasó lo mismo el año anterior", opina el comerciante. Cuando él era pequeño y la tienda su rincón de juegos, los otoños e inviernos se hacían difíciles "aunque no resultaban tan distintos a ahora". Quizá los ciudadanos aceptaban mejor las vicisitudes, pues no existía la misma cantidad de información ni eran igual de exigentes. Ahora, a juicio del vendedor, la gente recibe tantas noticias al respecto que hasta sabe dónde está la cota de nieve y si lloverá o saldrá el sol al día siguiente. Y eso acrecienta la obsesión por el clima, aunque a las personas de la ciudad no les afecte como a quienes viven en el campo.
"El bombardeo informativo resulta excesivo, porque no es normal que en cuanto llega el frío medio telediario se dedique a hablar del tiempo. Y al final nos acaba importando de una forma exagerada", critica Jorge. Al igual que Carmen y José, él también opina que "habría noticia si hiciera treinta grados en pleno noviembre, pero que alguien se sorprenda porque vaya a nevar ahora es ilógico". Puede que el quid de tanta conversación esté en lo aparatoso de tener que envolverse en mil capas y la incomodidad de seguir pasando frío, o puede que simplemente al ciudadano le guste protestar. Al abrigo de la cafetería La Unión, Emilia Santos -"de segundo, Nevado", dice entre risas- y María José Ruiz recuerdan que "en octubre había personas que se quejaban del calor" y ahora pueden ser esas mismas las que lloren por los cuatro grados de máxima. "Está claro que al mal tiempo cuesta acostumbrarse", admite la madre, quien tras más de cuarenta años en Gasteiz sigue echando de menos el calor de Extremadura. La hija también preferiría una climatología más amable, y eso que ella nació aquí, aunque lo que en realidad le fastidia no son tanto estos días desagradables como "lo mucho que se alargan". "La gente puede pensar que esto es lo que nos espera hasta abril y, claro, tras tantos meses buenos...", reflexiona. "Y eso que se trabaja mucho mejor con frío", apostilla su amatxu.
Mientras ellas apuran el café, el jubilado Javier López de Heredia cruza la Plaza Nueva. Ha salido a la calle porque tenía que hacer un recado; de lo contrario, se hubiera quedado en casa. Y eso que él ha conocido "los inviernos de antes, y encima los de Araia, que estabas un mes sin ver el suelo de toda la nieve que había". El problema es que ahora "hace bueno y de sopetón frío, por eso la gente habla más del tiempo". "Si de por sí tanto frío no es bienvenido, mucho más cuando llega de golpe", argumenta el abuelo.