CORREN tiempos difíciles para el agro alavés. Independientemente del tipo de cultivo, los agricultores y agricultoras que trabajan la tierra de Álava acumulan ya sobre sus espaldas años de golpes económicos, desilusiones y guerras de desgaste con la Administración pública. Pero las batallas agotan y muchos desfallecen, hartos de sufrir más fuera que dentro de sus campos. Los problemas tienen muchos nombres, pero un solo denominador común. Porque trabajar la tierra se ha convertido en un oficio en peligro de extinción.
Consuelo Beitia
Pasión por la patata
Aunque suene a sacrilegio, Álava hace tiempo que empezó a perder una parte de su idiosincrasia. Y es que los alaveses siguen siendo patateros, aunque cada vez menos. Quizás porque no es verde y no pega con el espíritu Green, o porque se ha convertido en un producto de consumo tan habitual que la calidad no es prioritaria para las familias -especialmente en estos tiempos-, la patata ya no es lo que era a lo largo del territorio histórico alavés. "Es una pena la situación a la que se ha llegado con la patata en Álava. Si no tenemos el apoyo de las administraciones van a desaparecer cada vez más cultivos de patata, incluida yo misma, aunque es un producto que me gusta y llevo años cultivando", lamenta Consuelo Beitia, veterana agricultora de Azkartza, capaz de desgranar de un plumazo y con sapiencia los males endémicos de un sector en plena zozobra. "La patata alavesa va en caída libre por tres motivos: primero porque no sabes a cuánto vas a poder vender el producto, segundo porque desde Bruselas nos han quitado el fondo de compensación y tercero porque en las casas de los agricultores los jóvenes no han tomado el relevo a los abuelos y los padres, y por eso cada vez hay menos gente para trabajar los campos", disecciona Consuelo, que se trasladó a Azkartza para cultivar, entre otros, un producto que cuida con mimo desde que sus padres le enseñaran a hacerlo en su Zurbano natal.
Muchas de las patatas que los alaveses han comido estos años en sus miles de formas y preparaciones posibles surgieron de la tierra gracias a las manos de Consuelo, que ahora no se corta al pedir a su interlocutor dirigir unas palabras a la Diputación alavesa "que seguro que leen esto". "Al hacer el reparto de ayudas, la Diputación debe tener en cuenta tanto a los agricultores grandes como a los pequeños. No puede ser que a los grandes les den ayudas del 40% y a los pequeños, los que sembramos menos hectáreas, nos den el 20%. Así sólo consiguen que los grandes cada vez sean más grandes y los pequeños, más pequeños", critica esta agricultora alavesa, que sitúa otro de los culpables de los males del sector a miles de kilómetros de sus tierras, en Bruselas.
Como suele ocurrir con muchas de las decisiones que toma la Unión Europea, una reunión de burócratas en la ciudad belga provoca un cataclismo en lugares de los que a buen seguro nunca han oído hablar en su vida. "Nos quitaron el fondo de compensación de la patata el año pasado porque ponían unas condiciones que aquí en Álava no se pueden cumplir. Por un lado teníamos que dejar sin cosechar una parte del campo para que los animales se alimenten, además de hacer una rotación cada tres años. Dejar patatas sin cosechar es un problema porque los animales no se comen ni el 80%, por lo que en la siguiente siembra esas patatas nacen, lo que se llama patatas muertas, y son el principal foco de enfermedades. Además, los inspectores te obligan a quitarlas y supone un trabajo grandísimo", apunta Consuelo, que incide en el hecho de que "antes con el fondo podías compensar un año malo, pero ahora sin él tienes que tirar con el precio que sea; por eso la gente se va al cereal".
Miedo del consumidor Así las cosas, con Europa aumentando la producción y bajando la demanda, según explicaban recientemente desde la UAGA, la solución para muchos agricultores y agricultoras pasa irremediablemente por vender directamente al consumidor, obviando intermediarios. "A veces escucho a gente decir que va al supermercado o a la tienda y no encuentra patata alavesa, así que yo les invito a que se informen y se interesen por saber en qué pueblos hay agricultores que venden patatas directamente, que son muchos", subraya Consuelo, que pide a los ciudadanos que no tengan miedo a acercarse a los productores y comprarles patatas salidas directamente de sus tierras.
Jose Mari Santamaría
Una vida en la remolacha
La problemática patatera queda relegada a un segundo plano por el -todavía más- inestable momento que atraviesa otro de los grandes cultivos alaveses: la remolacha. Con un 20% de pérdida de producción este año, la incertidumbre sobrevuela las cerca de doscientas explotaciones que se dedican ahora mismo a este cultivo. Una de ellas es la de Jose Mari Santamaría, agricultor alavés al que, como él bien dice, le salieron los dientes amontonando remolacha junto a su padre desde su más tierna infancia. Ahora, con 59 años, afronta una de las épocas más complicadas que recuerda para un producto cuyo precio final está en manos de las azucareras.
"Ahora mismo nos ofrecen pagárnosla a 38 euros, cuando a menos de 39 es totalmente inviable producir remolacha y sólo a partir de 42 empieza a ser rentable. En Trebiño, que están sin ayudas desde hace tres años, se ha perdido el 70% de la producción", apunta este vecino de Rivabellosa, que recuerda como si fuera ayer el día que, en plena campaña electoral, el ahora diputado general, Javier de Andrés, congregó a los agricultores para decirles "que la remolacha era el producto estrella de Álava y que había que potenciar su cultivo con más ayudas". "Cuando luego llegó a la Diputación coincidió con que Castilla y León eliminó todas las ayudas y ellos aprovecharon para reducirlas. Si no vas a poder cumplir lo que dices, no prometas nada", sostiene Santamaría, antes de contextualizar la reducción de las ayudas a la remolacha, un mal endémico que ha provocado la reducción de hasta el 50% de la producción, cercana a las 235.000 toneladas anuales en la provincia.
"El plan sectorial establecía subvencionar con seis euros la producción, de los que tres se hacía cargo la Diputación alavesa y otros tres el Gobierno Vasco. El Gobierno Vasco lo ha mantenido, pero la Diputación primero redujo su aportación de tres a dos euros y ahora creemos que, si nos sigue pagando, la va a reducir de nuevo hasta 1,1 euros", adelanta Santamaría. "La gente urbanita dirá que por qué hay que dar subvenciones a los del campo, pero con la crisis se está viendo cómo se salvan y subvencionan otras empresas. Si el azúcar es un producto estratégico, que sean consecuentes", insta este remolachero.
Alfredo calleja
El futuro del Rioja Alavesa
El vino de Rioja Alavesa encara estos días un nuevo episodio de una vieja polémica. Cansados de sentirse "marginados" por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rioja, muchos productores alaveses claman por un nuevo marco de actuación en el que la marca Rioja Alavesa se independice de su hasta ahora progenitor para convertirse en una seña de identidad propia para Álava.
Un movimiento que lleva ya un tiempo en boca de los viticultores de la provincia alavesa, que recientemente criticaron a través de la UAGA la actuación de Borja Monje, diputado foral de Agricultura, al que acusan de plegarse ante el Consejo regulador y el gobierno de La Rioja. Lejos de los despachos, viticultores como Alfredo Calleja piden que al menos se realice un estudio sobre la posibilidad de separarse de los vecinos riojanos. "Diferenciarnos del Rioja con una denominación de origen propia tendría ventajas e inconvenientes, así que lo mejor sería hacer un gran estudio previo para valorarlo todo.
Por un lado, un consejo regulador propio nos permitiría a los agricultores de aquí tener un mayor poder de intervención, pero un inconveniente importante sería tener que empezar a crear una marca nueva desde cero", desgrana Alfredo, viticultor con más de veinte años de experiencia, desde Navaridas. Con veinte hectáreas de terreno -diez de viñedo propio y diez a renta-, los pequeños productores de vino de Rioja Alavesa como Alfredo luchan por sobrevivir en un panorama empresarial en el que las grandes bodegas acaparan cada vez más poder de influencia.
"Se están haciendo con las explotaciones de renta pequeñas que hasta ahora usábamos para complementar las nuestras. De seguir así, el relevo generacional será imposible", advierte, antes de incidir en un problema que no entiende del tipo de cultivo: los precios. Con una cosecha que en su caso se ha quedado en el 70% de la producción prevista por culpa de las heladas tardías, el ligero aumento de precio de este año -0,75 la tinta y 0,90 la blanca- compensará en principio la escasez en la producción: "Vendemos la uva sin precio previo, así que estamos a merced de lo que quieran los grandes comercializadores y las bodegas. En parte es culpa nuestra por no marcar los precios".
De todas formas, Alfredo conoce a la perfección el plan de trabajo que debe acometer para que, ya sea dentro de la denominación Rioja o con Rioja Alavesa, el vino alavés siga acaparando las loas de medio mundo. "Lo único que está en mi mano es cultivar lo mejor que pueda mi producto, que por algo llevo más de veinte años dedicado a esto", concluye con rotundidad -y con razón- antes de hacer un llamamiento que en su caso no mira hacia los políticos, sino hacia sus propios compañeros. "En el campo nos falta unidad. Estamos todos muy dispersos y cada uno va por su lado. Tendríamos que valorarnos más a nosotros mismos", pide finalmente Alfredo.
Jon Sáez de urabain
El cereal contra la Bolsa
Conectar a un agricultor de cereal de la Llanada con un broker de la Bolsa de Chicago puede parecer una estupidez, pero estos años ha sido la cruda realidad. Como un efecto mariposa ideado por un genio del surrealismo, la especulación se ha fijado durante los últimos años en el cereal para establecer unos precios que, si bien hasta ahora han sido "bastante buenos" para los intereses del agro alavés, este año han vuelto a bajar "hasta situarse en los mismos términos que hace cinco años", explica Jon Sáez de Urabain. Este agricultor tomó hace diez años el relevo de su padre como productor en la localidad alavesa de Arrieta, y a día de hoy ejemplifica a la perfección el cambio de tendencia en los cultivos de la Llanada. "Álava ha dejado de ser patatera para ser cerealista. El cereal se produce de forma muy sencilla y aquí hay gente que siembra patata, alubia, maíz... pero todos tienen algo en común: todos siembran también cereal", apunta antes de recordar que hace un par de años "el precio del cereal se disparó por la especulación hasta las 47 pesetas -0,24 euros- y los que aún no lo habían hecho se pasaron al cereal".
Ahora, con la remolacha en plena ebullición por la retirada de subvenciones y la patata sobreviviendo como puede, "la gente se tira a lo sencillo, que es el trigo, viendo además que estos años ha dado mucho dinero". Por ahora, a la espera de saber qué cambios se producen con la nueva PAC (Política Agrícola Común de la UE) a partir de 2015, las ayudas y subvenciones no son un problema en el caso del cereal, al contrario de lo que sucede con otros cultivos.
"El principal problema con el que nos encontramos ahora es el precio, con la Bolsa de Chicago marcando las subidas y bajadas", resalta. Así, mientras en Álava -y en el resto del mundo- tenían que esperar a que un par de brokers terminaran su desayuno en McDonald's para saber a cuánto podrían vender el cereal -ahora mismo el precio ronda los 0,16 euros-, los terrenos agrícolas alaveses lucen en sus terrenos "un 80% de cereal". Viendo los problemas de la patata y la remolacha, la barra de progreso alcanzará pronto el 100%.