vitoria

Un topónimo es el nombre propio de un lugar, el que alguien puso un día a un río, un monte, un pueblo, una fuente o un campo para identificarlo. Algunos resisten al paso del tiempo, pero muchos desaparecen, se desfiguran o acaban rebautizados. El nuevo proyecto de investigación de Euskaltzaindia ha recopilado hasta 2.063 correspondientes a los doce pueblos del suroeste de Vitoria que durante siglos pertenecieron a la vieja merindad de Langraiz. Y el resultado ha sido un libro con hallazgos sorprendentes. Tantos años creyendo que Ariniz era Aríñez en euskera y resulta que realmente se llamaba Ariz. "No se alarmen, no es tan complicado hacerse a la idea", aseguraba ayer la autora de la publicación, Elena Martínez de Madina, ante un público sorprendido. "Si en esta última época hemos aprendido que Ángela se dice Anguela cuando va acompañado de Merkel", ironizó, "también aprenderemos Ariz".

El sentido del humor de Elena no puede ocultar la complejidad de su trabajo, el cuarto tomo del proyecto de investigación sobre toponimia del municipio gasteiztarra iniciado por Euskaltzaindia en 1996 en colaboración con el Consistorio. Ya existía un libro sobre la ciudad, otro de Malizaeza y un tercero de Ubarrundia. El de ahora baja al suroeste y recorre las calles de Aríñez, Aztegieta, Crispijana, Estarrona, Gometxa, Lermanda, Margarita, Mendoza, Otatza, Subijana, Zuazo y Zumeltzu, doce pueblos que formaron parte de Langraiz según el antiquísimo documento La Reja de Álava guardado en el Monasterio de San Millán de la Cogolla. El resultado del viaje han sido esos 2.063 topónimos, cada uno de ellos acompañado por observaciones acerca de la etimología del nombre, su evolución, detalles históricos, hipótesis y situación en el mapa a partir de 24.000 datos documentales de los que también se ofrece información. La meticulosidad es una de las obsesiones de la Real Academia de la Lengua Vasca porque los hallazgos en el ámbito de la lingüística son puro estudio científico.

De ahí que todo trabajo de toponimia arranque de la misma forma, planteando la incógnita. "En este caso particular la pregunta es si los nombres vivos hoy en nuestros pueblos son adecuados, originales o desfigurados", explicó la filóloga. Jundiz o Kapelamendi, por ejemplo, aparecían ya documentados en el siglo XV y se han mantenido en el tiempo, pero los hay que se van descomponiendo, como el término de Jeniturri en Gometxa, que tiene su origen en Axeariturri -fuente del zorro o del raposo- pero que fue cambiando a Ajaniturri y Janiturri hasta llegar a la forma actual. Otras veces el problema es más complejo. En Langraiz existen nombres como Inglesmendi, Kapitulamendi o Arizmendi para referirse a un mismo monte, "pero el asunto se enreda mucho más a tenor de los datos, pues todo parece indicar que son nombres utilizados para llamar a los dos conocidos cerros que hoy se identifican con Alto del Castillo de Jundiz y Alto de San Juan de Jundiz, pero es que también conocemos Jundizgana -Alto de Jundiz-, que muy probablemente se refiera a una de estas dos colinas". Vaya lío.

Una vez en una conferencia, un asistente del público le espetó a Martínez de Madina que todos somos un poco filólogos. Está claro que se equivocó. "De la misma manera que todos utilizamos los números y no somos matemáticos, o distinguimos alguna constelación y no somos astrofísicos, no todos somos filólogos aunque conozcamos nuestro léxico y sepamos leer y escribir", advirtió ayer la experta. Hay que saber para adentrarse en los oceános de datos que ofrece el mundo de la toponimia y llegar a buen puerto. Planteado el objetivo del proyecto de investigación, toca recopilar los nombres recogidos por los escribanos en los documentos, en las actas municipales, en la bibliografía publicada... Y los que perduran en la memoria colectiva. "Pero no vale cualquier testimonio", subrayó la filóloga. Este verano, con motivo del bicentenario de la Batalla de Vitoria, corrió como la polvora la idea de que Inglesmendi -monte de los ingleses- debía su apelativo a las tropas del Duque de Wellington, pero en realidad se refiere a una gesta bélica que ocurrió cinco siglos antes que la napoleónica.

La selección de los datos requiere de una labor concienzuda. Y así de escrupulosa fue la experta, arropada en todo momento por el director del proyecto, Patxi Salaberri. Finalizada esa fase, tocó organizar toda la información, otra tarea compleja. "La ordenación no puede ser alfabética", explicó Martínez de Madina, "ya que hasta el topónimo más sencillo, como Iturribea -bajo la fuente-, puede estar escrito con una y griega o dos, con b, con v o con u". Fue entonces cuando los 70.000 registros se condensaron en 2.063 entradas toponímicas y, a continuación, se añadió a cada una una muestra documental, así como su correspondiente hipótesis y explicación. Una gran lista con sorpresas como la de Ariz. Billabidea, por ejemplo, es en realidad Billodabidea -camino a Víllodas-, Fresoloa es Fraisoloa -la pieza del fraile- y Prau es Prado.

El trabajo se ha condensado finalmente en un libro de 1.104 páginas, publicado en formato de DVD. La filóloga no tiene miedo a que la comunidad científica refute sus propuestas. Al revés. "Los pasos seguidos pueden ser replicados. Expongo los resultados con los testimonios documentales, acompañados de su año, archivo, número de protocolo y otros datos, y se ofrece una explicación de cada uno para que puedan ser comprobados, verificados, contrastados o rechazados, condición ésta indispensable en un trabajo de investigación", subrayó. Euskaltzaindia tienen claro que "hay que saber compartir, explicar y transmitir", más aún cuando el trabajo que desarrolla es posible gracias al dinero público. Por eso el presidente de la Real Academia de la Lengua Vasca, Andrés Urrutia, aprovechó la presencia del concejal Alfredo Iturricha -representando al alcalde- en la presentación del nuevo volumen para solicitar al Consistorio "que siga apoyando" a su institución.

"La cultura debe tener hueco en las aspiraciones del Ayuntamiento. Además, Vitoria es la única ciudad con un trabajo toponímico tan completo, y eso eleva su nivel cultural y lingüístico", subrayó Urrutia. También el director del proyecto se sumó a la petición, ya que "trabajos como el de Elena nos ayuda a conocer mejor el euskera perdido", y la propia autora del libro puso el broche al recordar que "la investigación en toponimia, lejos de la filantropía, está en la línea del avance de un país y puede generar riqueza y ahorrar dinero". Iturricha no confirmó abiertamente que el Consistorio mantendrá su respaldo, pero reconoció que "todavía queda mucho recorrido" y animó a los vitorianos a "dar las gracias" a Euskaltzaindia por su labor. Suena a que el apoyo seguirá fluyendo.