Román Rivero López trabaja en el servicio de seguridad del Parlamento Europeo en Bruselas. Muchas tardes le viene a la cabeza Gasteiz. Para él es mucho más que la flamante Green Capital de la que se habla mucho ahora en la referencia comunitaria. No en vano, la urbe belga aspira a heredar el título un año de estos. Román quiere saber. Su madre, Antonia Emilia abandonó Vitoria a principios de la década de los cincuenta. Tras su fallecimiento, su hijo quiere recuperar una historia que nunca acabaron de contarle y establecer contacto con una familia que nunca conoció.
Antonia Emilia López Luzuriaga vivía en el número nueve de la calle de La Paz, en Vitoria. A mediados de la década de los cincuenta decidió buscar un futuro más prometedor del brazo de su joven marido extremeño, Antonio Rivero. La opción elegida fue Bélgica, y la oportunidad, la entonces pujante y hoy desaparecida industria siderúrgica de Charleroi. Concretamente el subsector minero.
La ciudad recoleta, ordenada y en crecimiento que era entonces Vitoria era muy distinta que Anderlues, un enclave minero en el centro de Valonia. Más pequeño. Más oscuro. Igual de frío. Algo más húmedo dada su posición mesopotámica, entre dos ríos. Un pequeño asentamiento rural venido a más gracias al carbón. Un entorno marcado por las huellas también oscuras que una minería agresiva y un material tan poderoso como la hulla dejan en el medio, en las calles, en las fachadas de las casas que acaban tatuadas en todas las zonas mineras del mundo.
Allí fue a parar Antonia Emilia con su marido. No fueron años fáciles como no lo son en ningún lugar en el que las personas se buscan la vida a 400 metros de profundidad. Allí, lejos de la Senda, de la plaza de la Virgen Blanca, de un cielo indiscutiblemente más limpio, Antonia Emilia vivió, progresó, tuvo a sus hijos Román e Isabel y recibió un día la visita, esa visita que temen las familias de todos los mineros.
La noticia llegó desde la mina. Antonio, el padre de Román, el marido de Antonia Emilia, sufrío un accidente laboral que le dejó incapacitado. El suceso lo cambió de nuevo todo. La familia Rivero López se mudó a Nivelles una ciudad que aún se recuperaba de la grave devastación que sufrió durante la segunda guerra mundial. El accidente también bombardeó la vida de los Rivero López que encontraron en el ambiente menos opresivo de la ciudad en reconstrucción nuevas oportunidades.
Entre las dos ciudades crecieron el pequeño Román y su hermana Isabel. En Nivelles, Román, tras el accidente de su progenitor comenzó un variopinto recorrido laboral que acabó centrándose en el mundo de la seguridad privada. Allí falleció hace unos meses Antonia Emilia.
La gasteiztarra hablaba poco a sus hijos de de su familia, de sus recuerdos, de su vida anterior, aunque siempre se emocionaba al recordar su ciudad natal. Román, que habla una curiosa mezcla de francés y español, recuerda mezclando verbos y adjetivos en las dos lenguas, que su madre añoraba Vitoria. Recibió de ella el recuerdo difuso de una ciudad amable, con otro tipo de relaciones interpersonales, más abiertas que las que se estilan en Bélgica y en las dos pequeñas ciudades valonas en las que se crió este agente de seguridad del Parlamento Europeo.
"Si tengo que citar una palabra creo que me inclino por Escargotles". Mi madre siempre hablaba de las fiestas en Vitoria y de lo típico que era comer caracoles en ellas. Pero también reconozco que nos hablaba poco de su vida allí. Ahora que me dices lo de San Prudencio, empiezo a recordar que lo mencionaba, pero es verdad que cuando hablaba de Vitoria algo le dolía mucho y pronto dejaba la conversación".
Román siempre se sorprendió de que, al contrario de lo que ocurría en el caso de otras familias de emigrantes, sus padres tuviesen una relación escasa con su vida anterior, con sus orígenes. "Mi madre nos dijo que tenía una hermana pero nunca nos visitó nadie. Nunca hablaba, como en otras familias, de volver, aunque fuese de visita. Nunca conocimos a nadie de su familia. Nunca ví fotos. Eso siempre me llamó la atención. Mientras vivió por no herir sensibilidades no quise preguntar más. Ahora que mi madre ya no está quiero saber. Cada vez que oigo "Vitoria" crece mi deseo de saber, de conocer, de ir allí. Y últimamente, especialmente desde lo de la Green capital Vitoria suena mucho, especialmente ahora que Bruselas aspira a serlo".
Ese misterio ha crecido con los años. Román sabe que su madre tenía al menos una hermana en Vitoria. Conserva los viejos carnets de identidad de sus padres, una dirección y muy pocas referencias, las que pueden conducirle a conocer parte de su historia: La que nunca quisieron contarle. No sabe por dónde empezar a buscar. La combinación de los apellidos López y Luzuriaga produce listas de centenares de personas en google o en la guía de teléfonos de Vitoria.
Este año no ha sido fácil para Román, lo que le ha impedido investigar sobre el terreno. Entre sus proyectos está aún viajar a Vitoria. Conocer la ciudad de su madre. La Green Capital es para él la ciudad de San Prudencio, de los caracoles y del misterio. Un recuerdo lleno de interrogantes: ¿Sabe alguien quién, dónde, cómo y porqué ? ¿Puede usted ayudarle?