Vitoria, verde por fuera, pero madura por dentro. Porque, si se mira la fecha de nacimiento del carné de identidad de sus habitantes, ésta indica una media de 42 años. Este progresivo envejecimiento de la población que sufre la capital alavesa ha provocado que las familias con hijos residentes ya no sean la mayoría demográfica. Y lo que es peor: sólo una cuarta parte de la población tiene en sus hogares a menores a su cargo. De hecho, hay más casas con algún miembro mayor de 65 años el (29%) que las que tienen algún descendiente con menos de 18 años (25%), tal y como se desprende de los datos del padrón de Vitoria, a 1 de enero de este año.

Se reducen así las diferencias entre los que huyen de los pueblos para criar en la ciudad a los niños, por eso de tener todos los servicios educativos y sanitarios a mano. Prueba de ello es que los censados en la Green Capital de 0 a 14 años sólo son 32.685 chavales. Una falta de relevo generacional que, en concreto, se agudiza en tres barrios: Ali, con 95 residentes menores de edad; Arantzabela, con 118; y la zona rural suroeste, con 145. Nada que ver con los más de 4.217 de Lakua-Arriaga, los 3.349 de Sansomendi o los 1.814 de Zabalgana. Tres distritos que se cuelgan las medallas de oro, plata y bronce respectivamente en materia de natalidad.

Pero para rostros con arrugas los de la mayoría de residentes en las aldeas de Vitoria, donde el número de hogares con niños roza el cataclismo. Si su mapa rural se mira con lupa, hay tres que están a punto de convertirse en pueblos fantasma: Abetxuko, Artaza de Foronda y Esquível, con la escalofriante cifra de 0 personas con menos de 14 años viviendo en ellas, según indica el anuario estadístico de 2010. Una amenaza que también acecha a Bolívar y Mendiguren, con sólo uno de estos txikis empadronados en ellos. Nadie a quien se pueda llevar a los columpios en estas bucólicas localidades. Pero tampoco nada de vida. Ni un alma que pase por la ventana o atraviese la callejuela de la esquina ya que los achaques de la edad minan los paseos. En las aldeas de Vitoria sólo hay mayores y cuando se produce una muerte todavía duele más porque allí a los vecinos se les cuenta con los dedos de las manos. Tal es la gravedad que la más poblada de las citadas anteriormente, Mendiguren, cuenta con tan sólo 33 lugareños.

Medidas en los Pueblos de Vitoria

Flexibilizar las edificaciones

De ahí que las zonas rurales se planteen técnicas para atraer hacia ellos a gente urbana, dispuesta a hacer la mudanza a cambio de, por ejemplo, una casa o un trabajo, como ya han hecho otros municipios del Estado. Una idea que no descarta la presidenta de la Asociación de Concejos del Municipio de Vitoria (Acovi), Miren Fernández de Landa, pero, que de momento, aún no se puede materializar. "El problema no sólo es ceder unas tierras para dedicarse a la agricultura sino también de una casa donde pueda vivir esa familia". Y, sobre todo, la falta de transporte, dada la escasez de servicios como guarderías y escuelas en los concejos. "El Ayuntamiento podría dividir la zona rural en unos cinco grupos para crear líneas de autobús, pero no vemos una respuesta". Y el resultado de ello es el hartazgo de los pocos padres que viven en los pueblos. "Están cansados de hacer de taxistas de sus hijos". Unas molestias que logran minimizar si al final hacen toda su vida en la capital y vuelven a casa de noche, creándose de esta forma los pueblos dormitorio. Una decisión que mata a la aldea de día. Por eso, Fernández de Landa recuerda la propuesta de Acovi para atraer a más niños a las aldeas y crear, además, una sensación de arraigo. "Planteamos flexibilizar la construcción de viviendas para retener a los hijos de los vecinos". Pero al final todo se quedó en agua de borrajas, como las inversiones destinadas a ellos. "Las juntas administrativas no tienen nada. Esquível por el Fofel recibe cerca de 300 euros al año. Somos 5.000 habitantes que no resultan rentables en votos".

El envejecimiento de la Cuadrilla de Vitoria también es extrapolable al resto del territorio. La localidad de Lagrán de la cuadrilla de Campezo, por ejemplo, el pasado año vio la luz con el alumbramiento de un niña y un niño. Ya casi se habían olvidado de lo que era ver una nueva criatura entre sus calles porque la última que así les iluminó la cara va a soplar doce velas.