El sol y la arena dieron la hora al mundo hasta que irrumpió la mecánica. Los llamados relojes de ruedas, ubicados en lo alto de las torres, se extendieron por toda Europa entre los siglos XIV y XV. Fabricados en hierro casi en su totalidad, constaban de armazón y varios ejes y ruedas dentadas que, engranadas entre sí, transmitían la cadencia impulsados por un peso colgado de una cuerda arrollada sobre un tambor. Pero eran muy poco precisos. Hubo que esperar a que Galileo descubriera el principio del movimiento en 1581 para que el mecanismo fuera realmente fiable. Y tras una larga era de herreros artesanos, a mediados del siglo pasado aparecieron empresas con carácter industrial especializadas en la construcción de grandes relojes con campana. Entre ellas, una de origen vitoriano, que extendió su arte por toda España y Sudamérica.

En 1916, Hijos de Ignacio Murua se anunciaba como "gran fundición de campanas y fábrica de relojes de torre", si bien su campo de trabajo abarcaba también el volteo eléctrico, los yugos metálicos y los carillones. No obstante, el taller había comenzado a funcionar unos cuantos años antes y desde entonces se le conoció por varios nombres: Lecea y Murua, Hijos de Murua y Viuda de Murua. Muchos gasteiztarras seguramente recordarán la céntrica ubicación de la fábrica hasta los setenta. Entre 1860 y 1973, estuvo en la plaza de Bilbao, en el dobladillo del Casco Viejo, motivo por el que a este espacio se le conoció popularmente durante décadas como la plaza de las campanas. Bastante más romántico.

A lo largo de los años, Murua fue a los relojes casi casi lo que Heraclio Fournier a los naipes. De los talleres vitorianos son todas las viejas esferas de la capital alavesa a excepción de la de San Miguel, precisamente el único reloj que ha dado quebraderos de cabeza al Ayuntamiento por las deficiencias del material, de origen galo. No obstante, muchas de las criaturas de esta fábrica han acabado bastante más lejos. Dentro del Estado son suyos, por ejemplo, el reloj de la Torre de Zarautz, el de Catedral de la Virgen María de Tudela, el de la Catedral de Santa María la Mayor de Sigüenza, el de la Catedral de la Encarnación de Málaga o el reloj municipal de Alhama (Murcia). Y fuera de la Península, el sello gasteiztarra ha llegado a atravesar el océano Atlántico para dejar su bella impronta en lo alto de la parroquia de la localidad ecuatoriana de Palenque, en Nuestra Señora del Carmen de Duitama (Colombia) o en el templo paraguayo de Villarrica.

Actualmente, los antiguos relojes mecánicos van siendo sustituidos por otros eléctricos mucho más precisos, en los que tanto el movimiento de las agujas de las esferas como el golpeteo de las campanas están regulados por una central de mando basada en un microprocesador y la hora se sincroniza vía radio desde una central europea. No obstante, los especialistas en reparación de relojes públicos tradicionales siguen teniendo su entidad hoy en día. Les acompañan siglos de buena imagen.

Los maestros relojeros han sido considerados por valía propia los aristócratas de la mecánica. Así aparece en viejos testimonios: "Ninguna de las ramas del arte mecánico lleva en su haber el caudal de inventos, construcciones, cálculos y maravillosas concepciones que de la industria relojera emanan, pudiendo afirmarse que ha sido la cuna de numerosas artes y oficios que al invento y desarrollo de los movimientos de relojería deben su prosperidad. Desarrollóse esta delicada y complicada industria en sus primeros años en una forma a la cual más bien podemos llamar artística que industrial".

Ahí va otro documento del siglo XVIII escrito en castellano antiguo que reconoce la complejidad de la construcción de estos relojes: "Todos los Oficios tienen sus Artes. Tienen su Arte los Cantores, tienen su Arte los Canteros, tienen su Arte los Gramáticos, tienen su Arte los Aritméticos, tienen su Arte los demás Oficios; hasta los Cocineros. Sólo los Reloxeros no tienen su Arte, y estos la necesitan mas que todos, porque es la Reloxerìa una de las artes mas difíciles que egercen los hombres".

El caso es que los sistemas mecánicos han perdurado y siguen siendo altamente apreciados. Los relojes de péndulo son muy usados para aportar clase a un ambiente y los sistemas de reloj por cuerda siguen siendo los preferidos por su economía y ahorro en las funciones, por su precisión, y por su elegancia.

Ni siquiera la posterior invención de tecnologías modernas electrónicas, que tanto han transformado el mundo de la relojería, ha dejado obsoletos los tradicionales sistemas mecánicos. Quienes más saben de los marcapasos de la vida siguen eligiéndolos.