Cuando alguien se ahoga en un lago helado, un camión empieza a arder en una fábrica llena de materiales inflamables o treinta encapuchados amenazan con robar un vehículo, caben tres opciones: huir, quedarse paralizado o actuar. "No lo pensé". "Necesitaba mi ayuda". "Hice lo que me salió". La humildad es una virtud de los héroes. Y como ellos, los virtuosos, restan valor a su gesta, el Ayuntamiento de Vitoria decidió que tocaba reconocer públicamente a vecinos que están hechos de otra pasta, la del coraje y la solidaridad. Ayer, arrancó el anonimato a ocho gasteiztarras y los expuso ante los medios de comunicación con nombres y apellidos: Cándido Romero, Yolanda Gallego, Mikel Treviño, Jorge Moreno, Sara Rodríguez, Roberto Ayllon, Alberto Rodríguez, Francisco Javier Enríquez.
Los héroes accedieron al Salón del Trono con timidez y dejaron que el alcalde hablara por ellos, hasta que los periodistas les conminaron a recordar. "Fue el 27 de noviembre, a las once de la noche...", empezaron Yolanda y Mikel. Circulaban por la calle Nueva Dentro, a bordo de su vehículo de FCC, cuando treinta jóvenes enmascarados se abalanzaron. "Me dijeron que les diéramos las llaves. Y me negué", recordó ella. Al final, se vio forzada a apearse del vehículo, pero mantuvo las llaves en el bolsillo. Los encapuchados, coléricos, no lo pensaron: comenzaron a golpear el coche y prendieron fuego a la basura que llevaba encima. Luego, salieron corriendo. Tenían prisa. Ya habían quemado un contenedor en Francia y la Policía les seguía.
A Cándido, el fuego no le asusta. El 14 de diciembre lo comprobó. Al entrar en la planta de biocompost de Jundiz, descubrió que de un camión salía humo. En realidad, se había incendiado. Intentó sofocar las llamas, pero no pudo. Y no lo pensó. "Me subí y lo saqué fuera". Evitó una tragedia: que la fábrica ardiera con sus compañeros dentro. La valentía de Jorge también convirtió lo que podría haber sido un drama en una historia con final feliz. El 11 de enero paseaba con su niño de tres años por la alfombra blanca del parque de Arriaga cuando oyó gritos. Un joven se ahogaba en el lago helado. "De repente, dejó de bracear. Dejé a mi hijo con unas niñas, agobiado por dejarle solo, y me lancé". Su reacción fue el primer eslabón de una cadena de heroicidad a la que se sumaron los policías Roberto, Alberto y Francisco Javier, y Sara.
Pasado el susto, cuando el alcalde llamó a Jorge para darle la enhorabuena, él le contó un secreto. Le dolían, más que las magulladuras, el reloj que había perdido en la profundidad del estanque. Su mujer se lo había regalado unos días antes, por Olentzero. Ayer, el Ayuntamiento repuso la pérdida con uno "igualito". Y, por fin, el padre coraje respiró tranquilo.