a vuelta de las vacaciones no ha alterado la agenda europea, cuya prioridad sigue siendo la lucha contra la pandemia del covid-19 y la reconstrucción económica de la crisis por ella provocada, pero si ha traído a primer plano de nuevo las negociaciones del brexit. Quedan escasamente cuatro meses para que expire el plazo y la situación de práctico bloqueo de las mismas. La Unión Europea se apalanca en las líneas rojas alcanzadas antes del pasado 1 de enero cuando se pactó la salida del Reino Unido, mientras que Londres se ha descolgado con un órdago total que incluye saltarse a la torera las leyes internacionales. Nadie les obligó a ser miembros del club europeo, ni nadie pone en duda su legítimo derecho a abandonarlo. Cosa distinta es pretender irse de un portazo, sin pagar las copas consumidas, en plena borrachera. Boris Johnson ha traspasado de largo la frontera de lo admisible políticamente y está poniendo en riesgo la futura relación de las islas con el continente.

El propio límite para llegar a un acuerdo lo puso el premier británico, cuando nada más ganar las elecciones en su país el año pasado, anunció a bombo y platillo que Gran Bretaña abandonaría la Unión Europea pasara lo que pasara y cayera la que cayera, el 31 de diciembre de 2020, y por supuesto, con o sin acuerdo. Sabía ya entonces que una negociación que debe desenlazar cientos de miles de leyes y la relación de casi 50 años entre Bruselas y Londres era casi imposible culminarla en doce meses. Pero ya entonces le importaba poco poner a todo el mundo al borde del precipicio. El problema es que también es plenamente consciente de que cuando como ferviente partidario del brexit en las filas conservadoras hizo campaña por el sí, estaba mintiendo a los británicos sobre el coste que tal decisión tendría para ellos. Nada de lo prometido con la salida se hará realidad y además debe pagar las costas de tan doloroso divorcio provocado por quien se va de casa.

Su última triquiñuela consiste en aprobar el próximo miércoles un proyecto de ley que incumple el acuerdo de salida pactado el pasado octubre. Dicha legislación incumpliría el protocolo sobre Irlanda, pensado para evitar la reaparición de controles fronterizos y una frontera dura entre Irlanda e Irlanda del Norte. El propio Brandon Lewis, su secretario de Estado para Irlanda del Norte lo ha dejado claro: viola partes del acuerdo de salida pactado con la UE y es, por tanto, contrario al Derecho Internacional “de forma específica y limitada”. Un eufemismo al que contestó en redes sociales Nathalie Loiseau, ex ministra francesa para Europa y actual eurodiputada de Renovar Europa: “No se rompe el derecho internacional de forma limitada y específica. Se quiebra o no. No puedes hacerlo ilegal a media al igual que no puedes estar embarazada a medias”. Recordemos que si no hay acuerdo, las consecuencias económicas y el impacto en controles, transportes, seguridad o bienes será inmediato.

Estos primeros meses de mandato de Johnson al frente de Downing Street no se puede decir que hayan sido un camino de éxitos. La crisis de la epidemia del coronavirus ha puesto al desnudo su incompetencia. Negacionista en los primeros días, él mismo tuvo que ser ingresado en el hospital, afectado de gravedad por la enfermedad. Después su gestión sanitaria ha sido todo un desastre, teniendo aún uno de los peores ratios de contagios y hospitalizaciones del mundo. A los efectos que ya venía sufriendo la economía británica por el anuncio del brexit, se ha unido el coronacrack situando a la libra en mínimos históricos frente al euro el pasado 2 de septiembre, al cambiarse una libra esterlina 0,89 euros. El Reino Unido ha entrado oficialmente en recesión, por primera vez en más de diez años, tras caer el producto interior bruto (PIB) el 20,4% entre abril y junio, el segundo trimestre consecutivo de contracción, según las cifras oficiales. La mayor caída de los países de la OCDE. Tal vez en esa penosa situación debamos encontrar la explicación del desafuero que pretende Johnson. Al resto de los europeos solo nos queda seguir confiando como hasta ahora en nuestro equipo negociador. “Keep calm and support Michel Barnier”, en palabras del ministro de Exteriores francés.