David Rodríguez vive en Springfield, pero no hay que irse a Estados Unidos a buscar alguna de las 35 ciudades que se llaman así y a las que Matt Groening dio fama con Los Simpson para encontrar el hábitat en el que desde hace una década reside el candidato a diputado general de Álava de la coalición formada por Elkarrekin.

Descubriendo a... David Rodríguez

Descubriendo a... David Rodríguez Aitor Álvarez

Solo hay que desplazarse una treintena de kilómetros hacia el sudeste de Vitoria para llegar a Maeztu, la puerta de entrada a la Montaña Alavesa y el paraíso particular de este arquitecto y urbanista que encuentra el placer en la convivencia con la naturaleza, disfruta de los paseos con su perra Harry y que ha hallado en la zona más despoblada del territorio su particular paraíso y una vida en comunidad con sus vecinos.

De su Sevilla natal, puso rumbo a Centroamérica para aplicar sus estudios de Arquitectura y Urbanismo a la cooperación internacional en la recuperación de espacios devastados tras grandes catástrofes. Allí conoció a Arrate, una vitoriana también cooperante –en su caso en proyectos de agricultura– con la que inició una vida en pareja que, en su estancia de varios años en Cuba, dio como fruto dos hijos. Hace una década, decidieron emprender una nueva etapa y no dudaron en cambiar La Habana Vieja por Maeztu.

El ventanal de su casa, en lo que sus vecinos denominan el barrio de Springfield, es un mirador a la sierra de Arburu, con muchas de las cumbres más espectaculares de la Montaña Alavesa. Naturaleza por los cuatro costados en la que a David Rodríguez, desde la pandemia, le encanta sumergirse acompañado por Harry, la pequeña perra a la que considera la tercera de sus hijos.

Valores de ‘boy scout’

Pasear con Harry –el anhelo de niño que pudo cumplir a raíz de la pandemia–, recorrer el entorno de Maeztu y adentrarse por los recovecos desconocidos de la Montaña Alavesa, también en bicicleta, se han convertido en las aficiones que el candidato a diputado general de Podemos, Ezker Anitza-IU, Alianza Verde y Berdeak Equo más disfruta en solitario; cuando toca un plan familiar le gustan los juegos de mesa –“las cartas, el Risk, el Monopoly, todo lo que no sea una pantalla”– y el ajedrez o el fútbol con su hijo Mikel.

David Rodríguez, candidato de Elkarrekin Podemos a diputado general de Álava Josu Chavarri Erralde

Suelo salir a las siete de la mañana a dar un paseo y es espectacular disfrutar de los primeros rayos de sol del amanecer; y lo mismo a la noche, sobre todo cuando se puede ver el cielo lleno de estrellas. Meterte en el Parque Natural de Izki en pleno invierno con la bicicleta, solo y con todo nevado entre los hayedos, y pensar que estás solo a media hora de Vitoria es un impacto brutal. Se crea un momento de dualidad con la naturaleza que te sirve para aislarte y que mentalmente es una gran ayuda”, relata al tiempo que juega con Harry, inquieta y tímida por la presencia de forasteros en el paseo que lleva a la antigua ferrería –nuestro protagonista se sabe de memoria la historia de cada edificio emblemático de su pueblo adoptivo y su charla resulta tremendamente enriquecedora– y que se sumerge en sendas que llevan a las Peñas de Obi, el collado del Güesal o la cima Zabalegi, en la sierra de Arburu.

“Disfrutar de los primeros rayos de sol del amanecer o de una noche estrellada en la Montaña Alavesa es espectacular”

Una pasión de la naturaleza que, al igual que la capacidad para confraternizar con las personas de su entorno o el compromiso social, le viene de su etapa juvenil de boy scout. Y es que, David Rodríguez se considera una persona abierta, con facilidad para entablar relaciones y dado a la risa –aunque no gracioso, asegura, escapando del estereotipo que señala que todos los andaluces son buenos contando chistes–, cuestiones todas ellas que evidencia al pasear por el pueblo.

No hay un vecino que se cruce con él y con el que no se detenga a charlar de cuestiones que afectan al día a día. Y, entre ellas, destaca la preocupación de muchos por la escasez de lluvias. Precisamente, destaca la vida comunitaria que se propicia en poblaciones tan pequeñas, donde todos se ayudan entre sí y se da una vida comunitaria que le encanta.

“Cuando llegué descubrí lo que era el txoko y esas cenas en sociedad en las que se produce una alianza entre todos”

“Cuando llegué descubrí lo que era el txoko y esas cenas en sociedad en las que se produce una alianza entre todos, encendiendo el fuego, cocinando, comiendo... Para mí han sido unos años muy enriquecedores, hemos conocido a muchas familias que llevan a los niños a la escuela rural de Maeztu y hemos echado raíces aquí”, relata mientras reparte saludos aquí y allá.

Precisamente, cuando se cruza con uno de sus vecinos, al que se refiere como “el jefe de Springfield”, detalla una de esas actividades en común que le han llevado a forjar unos sólidos lazos de amistad con quienes habitan las coquetas casas de la calle del tren Vasco-Navarro, al lado de la antigua estación ferroviaria que hoy ejerce de sede del Ayuntamiento de Arraia-Maestu y adornada con un espectacular mural de los muchos que ha confeccionado Irantzu Lekue a lo largo del antiguo recorrido del tren, hoy reconvertido en vía verde.

“Hacemos un pintxo-pote por el barrio. Cada uno saca a la puerta de su casa unas mesas con comida y bebidas y vamos recorriendo toda la calle durante la tarde. Hablas, conoces a la gente, compartes lo que hace cada uno y la verdad es que lo pasamos muy bien”, desvela. Y eso después del primer impacto que supuso aterrizar en plena Montaña Alavesa directamente desde La Habana. “Sevilla al lado de Cuba es sosa, así que imagínate; al principio echas de menos ese toque de humanidad, de tocarse, de reírse todos los días”.

David Rodríguez pasea y juega con su perra ‘Harry’, que llegó a su familia durante la pandemia, con el pueblo de Maestu, donde reside, de fondo. Josu Chavarri Erralde

Grandes contrastes

La vida de David Rodríguez está marcada por los grandes contrastes y por su facilidad para adaptarse a espacios muy diferentes entre sí. Por eso, asegura que no le costó adaptarse a una población pequeña como Maeztu –poco más de trescientos vecinos– cuando venía de La Habana Vieja, la zona más antigua de la capital cubana que ya por sí sola roza los 100.000 residentes dentro de una ciudad de más de 2,5 millones de habitantes.

“Al principio fue un cambio muy grande, pero más a nivel cultural que por el hecho de ser una población pequeña porque en El Salvador nos pasamos meses viviendo prácticamente solos en una playa del Pacífico y en Cuba también vivimos en Matanzas, en una zona muy rural. Recuerdo que mis hijos fueron a su primer día al colegio descalzos porque era a lo que estaban acostumbrados allí, pero se adaptaron muy rápido”.

Aunque tiene claro que es “un alavés más”, la boca se le hace agua con a la comida cubana. “Arroz con brie, puerco asado, yuca, maranga, aguacate... Con eso soy feliz”, asegura, al tiempo que desvela también qué le pone de mal humor. “No me gusta perder el tiempo, y en política es algo que pasa mucho, y tampoco tener muchos días seguidos grises; cuando abres la persiana y dices otra vez gris, no puede ser y si encima se acompaña con canciones tristes en la radio...”, concluye un hombre sonriente y que sabe hacerse querer por sus vecinos.