l curso político está terminando en el Congreso tan mal como empezó. Ninguna novedad en ese nido de grillos que se empeña en no hacer lo que se espera de sus señorías. Y que, en su mayoría, demuestra su desinterés por el bien común al dedicarse a armar jaleo con malas maneras y bajo nivel discursivo, con el único objetivo de buscar publicidad. El prestigio del Legislativo ha caído en picado. Esto me hace pensar en la dificultad de representar allí los intereses de la ciudadanía vasca. Ir al Congreso de Madrid producirá más de un dolor de estómago y de cabeza a quienes dieron su apoyo al Gobierno de coalición de PSOE y Podemos, dada la desfachatez reinante y el incumplimiento de los compromisos adquiridos. Imagino al portavoz del PNV, Aitor Esteban, haciendo de tripas corazón, al oírle el otro día al presidente español Pedro Sánchez que tomaba nota para, se supone, cumplir con lo acordado, cuando hasta ahora no lo ha hecho.

El baile sobre el alambre se le da bien al presidente español. Se le podría dar el título de escapista profesional, reconociéndole que está a la altura de Harry Houdini que, como todo el mundo sabe, disfrazaba de capacidades especiales lo que eran trucos. Da igual lo que se pacte, ya que para el centralismo español siempre seremos el extrarradio a no respetar, que no cuenta y no contará.

Nos ha llegado un verano frío y oscuro. Tanto como la afección pandémica por covid. La buena noticia de la vacunación de la población se ve nuevamente nublada por actitudes irresponsables y tan individualistas que primero, dan pena porque haya gente así, y, segundo, producen cabreo por las consecuencias para la sociedad en general -extensión de los contagios, gasto público, saturación de los servicios sanitarios y bloqueo para quienes los necesitan por otras razones, etcétera-.

Hace meses nos llevamos las manos a la cabeza por aquel episodio ocurrido en Derio en el que la juerga pudo más que la sensatez, la prudencia y el riesgo. Ahora y entonces, en Mallorca u otros lugares, la palabra libertad está en boca de niñatas y niñatos que confunden sus derechos de ciudadanía con hacer lo que les dé la gana.

¿Sus padres y madres a qué creían que iban? ¿A ver la magnífica catedral gótica de Palma o los baños árabes, con mascarilla y en grupos de cuatro? Me remito a una estupenda carta aparecida en este diario el pasado jueves, escrita por la jefa de estudios de un instituto afectado por los contagios en aquella isla balear. En la misiva ella deja claro que la única responsabilidad es del alumnado que fue y de quienes les dejaron -a menores en muchos casos-, e incide, con razón, en el esfuerzo que se ha hecho en los centros escolares para convertirlos en espacios seguros para poder continuar con la formación necesaria para su futuro.

El caso es que los indicadores empeoran, con contagios al alza y una tasa de positividad que nos devuelve a meses anteriores. Mientras, la Ertzaintza gasta su energía y tiempo atajando jolgorios varios que se reproducen exponencialmente. Las no fiestas o los viajes de fin de curso son ejemplos del desmadre en el que queremos vivir, llegando, incluso, a tener que replantearse los criterios de vacunación.

Serán las y los especialistas quienes decidan cómo hacerlo, pero primar los derechos de quienes se van de fiesta sin respetar las obligaciones sanitarias resulta ofensivo. ¿Tiene más derecho la gente que se va de jarana que las personas de franjas de edad aún no vacunadas y que van a trabajar todos los días?