asucesión de eslóganes, bravatas y frases grandilocuentes en que se basa el espectáculo en que algunos quieren convertir hoy la política basa su éxito en dos principios: la amnesia y la degradación de algunos valores. Esa técnica interesa a quienes tienen graves problemas para mirarse al espejo y a los que, por más que se coloquen delante, aparecen en la esquina, porque su aportación, cuando llegó, se produjo a regañadientes.

Viví de cerca el final del franquismo, la constitución de nuestras instituciones, la recuperación del Concierto Económico vasco y la puesta en marcha de estrategias que nos alejaban del modelo que adoptaron en otras latitudes para preparar el futuro. Nadie se acordaba entonces del supuesto privilegio de nuestro régimen fiscal, porque a todos les parecía, peligroso, arriesgado y potencialmente ruinoso. Nuestro pequeño país, en vez de fiarlo todo a recibir turistas y vivir de ello, siendo interesante, decidió y se empeñó en abrirse al mundo e intentar competir. Un ejercicio de fe en lo que sabíamos hacer y lo que podíamos aprender que fue acompañado por un quehacer institucional nacido de la misma convicción. Así, el patito feo, lleno de humo, oscuro, triste y violento ha terminado luciendo en todo su esplendor su fantástica metamorfosis. Hoy ese proceso de transformación y sus resultados sociales y económicos se ponen como ejemplo en Europa. La clave de esta evolución fue la lucha por recuperar el autogobierno.

Hoy, articulando toda clase de gritos y aspavientos tratan de ocultar esa historia desde dos esquinas opuestas quienes restaron apoyando la violencia y quienes solo sumaron a regañadientes. No son obstrucciones comparables. Los del primer grupo disimulan a gritos que no se atreven a ajustar cuentas con el espejo. Reconocer que matar estuvo muy mal y no hay "es que" que lo justifique es más incómodo que vender humo. Los del segundo harían bien en entender que hay que cumplir la ley y asumir con honradez algunos gravísimos errores, como la "guerra sucia" contra ETA, que emborronan cualquier discurso ético para deslegitimar la violencia.

Las lecciones aprendidas están claras: Un país, casi en su conjunto, se conjuró para salir de su más profunda crisis. Abjuró de la violencia y eligió y confió en un liderazgo que ha dado frutos. Hoy, pese a la cantinela de muchos, números cantan. Tenemos un modelo de desarrollo económico con desarrollo social que brilla en casi todas las estadísticas. Podemos seguir mejorando, nadie lo duda. Y para ello es imprescindible el debate y la crítica. Pero la historia demuestra que nada aporta aquella que olvida de dónde venimos, quiénes somos y dónde estamos.

Hoy enfrentamos un desafío parecido. El mundo cambia deprisa. la Europa federal abre oportunidades para pueblos como el vasco. Convivimos con la robótica y la inteligencia artificial, enfrentamos el cambio climático, la crisis demográfica... Autogobierno, memoria y valores armaron la catarsis que nos transformó hace cuarenta años. Siguen sirviendo porque invocan compromisos de más largo alcance que cuatro eslóganes y un tuit. Tengo claro que la artillería de denuedos e invectivas con que operan algunos trata de alentar la amnesia.

Casi con dieciocho viajaba cada día desde Areatza a Bilbao en una especie de cafetera rodante, sucia, lenta y ruidosa. Cincuenta años después, cuando accedí a mi particular "nueva normalidad", volví a hacerlo para acudir a mi despacho en la Fundación Sabino Arana. Muchos viajeros, abstraídos en sus móviles, disfrutan del viaje como si los vagones limpios, rápidos y silenciosos hubiesen estado siempre aquí. El tranvía de Arratia nos recuerda que no es así y retrata a quienes tienen el armario lleno de fantasmas y el zurrón vacío de resultados.