a enorme crispación que ha dominado la vida política estadounidense desde hace un lustro largo tiene, como todos los fenómenos sociales, múltiples causas. Una de ellas, la principal, es la escala de valores imperante y que antepone por encima de todo el éxito. O se triunfa o no se es nada; triunfar lo justifica todo.

Naturalmente, ese culto al triunfo ni es una exclusiva de los estadounidenses ni es de ahora, de hace un lustro. Pero los EEUU son hoy en día la nación de referencia en el mundo y consciente o inconscientemente, todo el mundo la copia y la imita casi en el acto.

Posiblemente, lo que distingue la mitificación norteamericana del campeón del triunfalismo de otros tiempos es la aplastante omnipresencia de la comunicación. A diferencia de los súbditos -para echar mano del pasado- del faraón Sesonc, Julio César o Napoleón Bonaparte -los de Obama, Trump o Biden se ven invadidos constantemente, día tras día y minuto a minuto, por un alud de noticias y mensajes lanzados desde la prensa electrónica y la escrita y aún más, desde el incontrolado y baratísimo mundo de Internet: redes sociales, diarios digitales, podcasts, etc.

Ese mundo electrónico es tan falaz y tendencioso como lo eran los escribas de Sesonc, que no tenían reparos en decir en los anales de sus guerras que las huestes egipcias "habían borrado de la faz de la tierra a los palestinos" y volverlo a decir en los relatos de la campaña siguiente contra los mismos judíos "exterminados" en el relato precedente. A todo esto, los destinatarios del alud informativo de hoy en día son tan ignorantes y están tan indefensos ante la comunicación tendenciosa ahora como en la antigüedad.

La gran y peligrosísima diferencia entre el mundo de Sesonc, Julio César o Napoleón y el actual es que hasta hace poco más de un siglo las informaciones eran muchísimo más escasas y las masas eran políticamente inertes -aguas muertas como dicen los eslavos-, que sólo adquirían un triste protagonismo en las revoluciones o los progromos.

Ahora, en EEUU, las masas son presa tan fácil de la desinformación cómo en la Revolución Francesa, pero su militancia es mucho más duradera en tanto que irracionalidad y violencia siguen siendo parejas. Y como el ciudadano estadounidense tiene una conciencia y un activismo políticos infinitamente mayores que los hombres de tiempos remotos (con la excepción, quizá, de las polis griegas, pero en las que los ciudadanos de pleno derecho no pasaban de 6.000 en la mayor ciudad-estado), cae fácilmente en un activismo que compensa su irracionalidad con la intransigencia.

Claro que esto último no es ninguna novedad en la historia de la Humanidad.