Trece minutos de discurso de nochebuena. Trece minutos con el balón en el córner. ¿Alguna mención sobre su padre? Más bien ninguna, salvo que, haciéndole un favor queramos entender que Felipe VI se refería al rey emérito al decir que "Tenemos que cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral". Habría sido maravilloso que el monarca se extendiera al respecto, pero en cuanto soltó la frase como quien pasa por las brasas ardientes, cambió de asunto.
Todo lo demás fueron comodines previsibles hasta el hastío. La pandemia, el volcán de La Palma, la maravillosa Constitución española que cumple cuarenta años siendo "viga maestra", los desafíos de la digitalización, la economía verde, la búsqueda de la igualdad la vocación europea de España y, en resumen, nada entre dos platos.
No se olvide que Moncloa revisa y da el plácet al discurso, que puede resumirse en el clásico "circulen, circulen, que no hay más que ver". Como se temía, el mensaje real ha sido más noticioso por lo que se calla que por lo que se dice. En los consabidos canutazos de mañana, los partidos turnistas —PP y, por supuesto PSOE— van a sudar tinta china para mostrar su alineación. A la contra, las formaciones que no simpatizan con la monarquía borbónica le van a atizar hasta en el cielo de la boca. Y será merecido.
Desde Abu Dhabi, el emérito tiene motivos para brindar. El regreso de Juan Carlos de Borbón parece ya inminente. Sin rendir cuentas.