París - El movimiento de los chalecos amarillos obtuvo ayer su primera gran victoria en el pulso que le enfrenta al presidente francés, Emmanuel Macron, pero ni siquiera el anuncio de que se congelará la subida de impuestos al carburante parece acallar el clamor. Se acabaron los eufemismos y los giros lingüísticos. El primer ministro, Édouard Philippe, apareció en una declaración solemne a la nación para reconocer que el Gobierno cede con el único propósito de “apaciguar” el país. “Ningún impuesto merece poner en peligro la unidad de la nación”, sentenció Philippe, encargado de poner cara a la suspensión por seis meses de un proyecto que Macron había prometido llevar hasta el final.
El problema para el Gobierno es que ayer respondió a las exigencias del 17 de noviembre, día en que empezó la protesta, pero las demandas a 4 de diciembre ya son maximalistas y variopintas, lo que hace más complicado hallar una vía de salida a la mayor crisis de la era Macron.
Francia suspenderá durante seis meses la subida de la “tasa carbono”, la convergencia de precios entre el diésel y la gasolina y el alza de la fiscalidad al gasóleo agrícola. En ese tiempo se debatirá sobre las “medidas de acompañamiento” sociales que permitan un eventual incremento. Del mismo modo, se congelará medio año el endurecimiento de las condiciones de la inspección técnica de vehículos previsto para 2019 y tampoco aumentarán las tarifas de la electricidad y el gas durante todo el invierno.
Este gesto, que algunos en Francia interpretan como la primera rectificación que hace el presidente en sus dieciocho meses de mandato, pretende también sofocar nuevos frentes que se dibujan en lontananza. Los estudiantes de bachillerato han bloqueado más de un centenar de institutos; el mayor sindicato de agricultores, la FNSEA, amagó ayer con manifestaciones a partir de la semana que viene y la combativa central CGT ha convocado un “día de acción” para el 14 de diciembre.
Las medidas fiscales causarán una merma considerable en las cuentas del Estado, pero Philippe adelantó ayer que su Gobierno está dispuesto a afrontar un “gran debate nacional” sobre una bajada global de impuestos. A costa, eso sí, de reducir el gasto público.
Grupos de chalecos amarillos aceptaron la moratoria como un gesto de buena voluntad y levantaron el bloqueo sobre refinerías en Bretaña, en el noroeste de Francia. Otros, sin embargo, consideraron que la congelación del alza de las tasas está lejos de sus objetivos y prometen seguir en las rotondas y autopistas del país.
“Nos oyen, pero no nos escuchan. Esa moratoria anunciada es una broma. Creen que desinflarán el movimiento, pero no. Lo vamos a endurecer”, aseguró en Le Puy en Velay (centro de Francia) Dominic, jubilado de 61 años, padre de dos hijas y con una pensión de unos 1.600 euros después de haber cotizado durante 42 años.
Otro sábado “caliente” A juzgar por las primeras reacciones, todo apunta a que Francia volverá a vivir un sábado “caliente”, para cuando están convocadas nuevas manifestaciones en todo el país. El ministro francés del Interior, Christophe Castaner, anunció en el Senado que se movilizarán “fuerzas suplementarias” respecto a los 65.000 efectivos desplegados en Francia el pasado sábado, que no consiguieron evitar una auténtica batalla campal en torno al Arco del Triunfo, en París, que produjo desperfectos de millones de euros.
Aun así, siete de cada diez franceses apoyan las reivindicaciones de los chalecos amarillos y consideran además que la política económica emprendida por el Gobierno galo es inadecuada, según indica un sondeo difundido hoy por el instituto demoscópico BVA. La encuesta, efectuada ayer y hoy entre 1.177 ciudadanos, apunta que el porcentaje de quienes apoyan a los contestatarios ha crecido seis puntos desde noviembre, hasta el 71%, mientras que el de aquellos que desaprueban la política económica del Ejecutivo ha avanzado ocho respecto a septiembre, hasta el 75%