AQUÍ la historia de un cohete pirotécnico. Un petardo que en los próximos días explotará en los cielos de Francia, Italia o Portugal y que hasta entonces habrá estado sometido a una cadena de custodia sumamente exigente antes de ver prendida su mecha. Será entonces cuando su cometido, su forma de ser, cobrará realmente sentido. De noche y en todo su esplendor; cuando el cohete explote y esparza por el firmamento toda su mágica carga ante la mirada siempre entusiasta del público. Será el final, aseguran los fabricantes, de un proceso escrupuloso que tiende a apurarse en los meses de verano, sin duda la estación más propicia para dar rienda suelta a este espectáculo milenario.

A pesar de no tener el volumen histórico de comunidades con más tradición como la alicantina o la valenciana, Álava también cuenta con su poso pirotécnico. Un regusto centenario que se concentra en un par de compañías, Pirotecnia Valecea, cuyo polvorín se ubica en Berantevilla, y FML Pirotecnia, otra veterana del sector que tiene su actual sede en Bergüenda, a pocos kilómetros de Sobrón. Existe una tercera compañía vinculada al gremio aunque sin los mismos tintes recreativos y festivos. Se trata de Pirotecnia Lecea, que elabora artificios de señales, socorro e iluminación en su fábrica de Larrea.

Ahí concluye la dimensión alavesa de un sector tan especial. El principio y final de un cochete cuyo proceso de elaboración continúa realizándose a la antigua, igual que en el siglo pasado. Mejor no preguntar el porqué. Ni tan siquiera los propios fabricantes, hoy biznietos de aquellos fundadores, quieren ni pretenden saber la respuesta. "Con que la cosa funcione como hasta ahora ya vamos bien", es cuanto aciertan a explicar. Y eso va a misa. Pero, ¿qué hace realmente especial a un sector como el de la pirotecnia?, ¿qué peso tiene en el sector empresarial alavés?, ¿cómo se elaboran los cohetes, carcasas o baterías de artificio que estos días iluminarán las noches de cientos de localidades vascas?...

Para salir de dudas, este diario ha recorrido la historia y el terreno de los dos fabricantes anteriormente citados tratando de encontrar las claves de un oficio tan artesanal. Y todo arranca en Berantevilla. Aitor Valdecantos es quien ejerce de anfitrión en la pirotecnia Valecea, una de las más antiguas del Estado -se fundó en 1876- que hoy cabalga hacia su sexta generación. De momento Aitor y su hermano, José Gerardo, han conseguido redimensionar la compañía después de unos años "duros" donde quizá pecaron de una estructura excesivamente sobredimensionada que hizo tambalear los cimientos de la empresa. Es algo más que teoría, pero de lo que no hay ninguna duda es de que antes de que estallara la crisis a finales de 2007 ya vieron las orejas al lobo. Así que fue el tiempo del futuro, de sentarse a pensar y dibujar el nuevo escenario para la empresa, que pronto quedó ligado al mercado exterior como garantía para sobrevivir. Para entonces, las letras devueltas y los impagos ya estaban a la orden del día entre su cartera de clientes nacionales, fundamentalmente ayuntamientos e instituciones públicas -que nunca pagan por adelantado-, lo que avivó la necesidad de hacer las maletas y exportar. La decisión resultó premonitoria porque al asentamiento actual en países cercanos como Francia, Italia y Portugal se le unirán el año que viene Suiza, Austria, Alemania y Holanda, explica el menor de los Valdecantos.

"la seguridad no es una opción" El acceso a las instalaciones de esta pirotécnica alavesa está ligado, por cuestiones obvias, a la seguridad. De modo que no está permitido fumar en sus 20.000 metros cuadrados ni utilizar el móvil en determinadas zonas. Gran parte de los suelos son de goma y la utilización de elementos metálicos como paraguas también está prohibida. "La seguridad en este negocio no es una opción", advierte el joven de camino al "corazón" del negocio, el bombo donde se elabora la pólvora, que se encuentra en lo alto de una ladera. La certeza y obsesión por la seguridad resultan evidentes. Y eso se aprecia con sólo echar un vistazo a las cerca de treinta casetas donde se llevan a cabo las mezclas químicas que luego dan forma al cohete. Están todas prácticamente abandonadas en pleno monte, semienterradas y separadas unas de otras por varios metros de distancia para evitar "explosiones masivas", añade el artificiero.

Hasta la fecha, reconoce, ha habido suerte pero también "mucha prevención". Salvo un susto que ambos hermanos tuvieron hace años mientras testaban un producto nuevo, la normalidad es habitual en esta compañía que a día de hoy da empleo a ocho trabajadores. "Hubo épocas con casi 35 empleados, pero en un negocio como éste es muy difícil de controlar porque el mínimo error o la mínima osadía te puede salir muy cara, así que mejor pocos y bien formados", sostiene Aitor. Tampoco los robos han sido habituales en este particular polvorín, que por su aspecto exterior -vallado en altura y remachado con alambre de concertina- tiende a dificultar cuando menos el intento de los delincuentes.

una mercancía que viaja mal Varios kilómetros más al sur, en la localidad de Bergüenda, se asoman las iniciales de Pirotecnia FML, acrónimo de Félix Martínez de Lecea, una escisión familiar de Valecea que en estos momentos comanda Miguel Martínez de Lecea, representante también de la quinta generación. Tampoco su ubicación es casual. Actividades como la pirotecnia exigen por ley cierto alejamiento de núcleos poblacionales, así que esta familia optó por esta zona boscosa en 1984.

A Miguel le acompañan otros cuatro trabajadores que dan forma a una compañía que fabrica, comercializa y desarrolla espectáculos artificiales, desde luego en mucho menor número de lo que lo hacía en los tiempos gloriosos. "Es la crisis, que lo inunda todo", justifica su actual responsable. Al igual que el resto de fabricantes -apenas media docena ya en todo el país-, también en FML la caída de las ventas y la producción hace tiempo que llamaron a su puerta. Algo obvio si se tiene en cuenta que este tipo de artículos no pueden considerarse de primera necesidad. Así que toca aguantar, defiende Martínez de Lecea. Capear con una "cruda" situación donde la venta al público se ha desplomado, sobre todo en Navidades, y donde la contratación institucional, antaño el gran cliente, también está registrando caída por encima del 50%.

En este escenario, por tanto, apremia la supervivencia empresarial por encima de cualquier otra cosa. ¿Pero cómo? "Básicamente no derrochando la tesorería que has ido consolidando y sobre todo optimizando al máximo los costes y beneficios", sostiene el empresario. La apuesta por el mercado exterior, en cambio, no parece una opción viable para una compañía de estas características. Reconocen en FML que la idea ya la barajaron hace una década, aunque las estrictas leyes que cada país impone en materia de seguridad pirotécnica y, sobre todo, las disficultades logísticas para trasladar una mercancía tan delicada -en avión está prohibido y en barco puede llegar a multiplicar por treinta el coste de un contenedor convencional- han impedido que prospere la salida al exterior. Al menos de momento.

Por eso no resulta descabellado afirmar que es altamente improbable que se repitan en el futuro ejemplos como los de estas dos compañías centenarias. Entre otras cosas porque el poderoso mercado asiático "está arrasando con todo", resuelve Valdecantos desde Valecea. Sin ir más lejos, añade, el 70% de todo lo que se está disparando en estos momentos en España procede de China, lo que está dando lugar a una fotografía que en cierto modo beneficia al fabricante alavés. "Al ser el único proveedor, la mercancía y los espectáculos siempre son los mismos, con lo que nadie se diferencia ya y reina la monotonía. Por eso creemos que seguimos teniendo una oportunidad en este mundo a partir de producto y diseño propios".

En su caso, un catálogo de más de 1.700 referencias y 24 tonalidades que distribuye en sus áreas de Fabricación, Espectáculos y Venta al público. Un portfolio elaborado siempre a partir de la mezcla de carbón, nitrato y azufre, que confluye en la "mágica" pólvora, y que en esta empresa se continúa fabricando cada día -a razón de 40 kilos- como lo hacía el tatarabuelo Leoncio. Es decir, con una barrica de vino aligerada como depósito y varias bolas de latón para acelerar y compactar la masa, que se vierte poco a poco en la vetusta barrica. A partir de ahí, siempre con el gramaje justo, la pólvora se irá sellando y distribuyendo en función del tipo de artefacto pirotécnico.

el secreto del tatarabuelo Fiel a la tradición, también en esta compañía hay algo del fenómeno Coca Cola. Y es el secretismo que envuelve tanto al proceso de las fórmulas químicas como al diseño de la maquinaria, que los hermanos Valdecantos llevan a cabo con las precauciones propias de un proyecto de alto valor tecnológico. "Ideamos la máquina, desarrollamos los planos, se los llevamos al mecánico y cuando éste termina los volvemos a recoger. La formulación de mis antepasados es la base de todo el negocio pero otro tanto ocurre con la maquinaria, que no es posible adquirir en ninguna feria al ser éste un sector tan especial", advierte Aitor.

El recorrido va tocando a su fin. En Valecea, no obstante, aún hay tiempo para apreciar los detalles de una curiosa vitrina con trofeos, premios e incunables como la libreta de las fórmulas de su fundador. Un documento de caligrafía prácticamente ininteligible que data de 1930 y en la que se intuyen algunas de las fórmulas más primigenias del negocio. "Esto era la Biblia para mi tatarabuelo hasta el punto de que dormía con ella debajo del colchón", concluye 137 años después uno de sus descendientes.