- He preferido ilustrar esta líneas con la imagen del mural en homenaje a la periodista palestina Shireen Abu Akleh, asesinada de un tiro en la cabeza por un soldado israelí, antes que con cualquiera de las terribles instantáneas de su funeral. Dice ahora el siniestro gobierno de Jerusalén que va a abrir una investigación sobre la brutalmente inconcebible actuación de sus policías en el transcurso de las honras fúnebres. Encoge el alma ver cómo el féretro está varias veces a punto de estrellarse contra el suelo ante las despiadadas cargas de los uniformados. Hasta al templador de gaitas Joe Biden se sintió lo suficientemente incómodo como para arrugar el morro ante la actuación de sus socios y protegidos sionistas. La Unión Europea, esa que supuestamente nos representa y que lleva decenios poniéndose de perfil, también ha farfullado algo parecido a una reprobación y, como el inquilino de la Casa Blanca, pide casi por favor, ya si eso, que se investigue lo ocurrido en el homenaje póstumo.

- Ciertamente, todo es una gran impostura. Basta tener ojos para no albergar la menor duda sobre la brutalidad arbitraria de los uniformados israelíes contra los que acompañaban el ataúd. Con todo, y al margen de la indecencia de la actuación policial, si hay algo cuyas responsabilidades merecen ser depuradas es el asesinato, casi la ejecución sumaria, de la periodista. Como en el caso del funeral, hay imágenes demoledoras. Pese a que Shireen Abu Akleh y la compañera que se libró por los pelos iban perfectamente identificadas con sus petos de prensa, un soldado israelí no dudó en disparar a matar a la incómoda testigo. Es de una desvergüenza sin matices que el gobierno de Israel acusara a los palestinos del disparo mortal para luego, ante la evidencia irrefutable, admitir que quizá a uno de los suyos se le fue el dedo en “la tensión del momento”.

- La veterana reportera palestina con nacionalidad estadounidense es solo la penúltima periodista que deja la piel para contarlo. Pocas horas después de que conociéramos su fatídico final supimos —llamativamente, con menos eco mediático— que también había muerto la informadora chilena Francisca Sandoval, a la que unos mafiosos habían tiroteado en Santiago mientras cubría una marcha del primero de mayo que devino en disturbios. Es la primera cronista asesinada en el país austral desde el final de la dictadura pinochetista. En México, sin embargo, solo este año van once. Las últimas, Yesenia Mollinedo y Johana García, fueron abatidas juntas el pasado lunes en Veracruz. Y habrá más, por desgracia l