madrid - Cuando le llamaron para el casting de El secreto de Puente Viejo estaba haciendo El avaro con Juan Luis Galiardo en el Centro Dramático Nacional, obra con la que vino al Arriaga, “un teatro que adoro”. Desde que fue elegido para dar vida al padre don Anselmo Salvide ya ha transcurrido más de un lustro.
¿Se le ha pasado rápido?
-Volando, en un pispás. Cuando empezamos, dije que me quería jubilar en esta serie y va a ser verdad.
¿Seguro que ha cotizado bastante?
-En esta profesión no tenemos casi de nada, pero yo he sido un privilegiado. Tengo cotizaciones y me podré jubilar con cierta dignidad.
¿Cuándo empezó a trabajar?
-En 1972 en TVE, en Prado del Rey. Ya no estaban los estudios en el Paseo de La Habana pero todavía eran los tiempos del blanco y negro. Antes ya había hecho teatro cuatro o cinco años de manera amateur en grupos independientes y experimentales, un poco de vanguardia y contestatario. De una manera profesional y viviendo de ello, unas veces mejor y otras peor, este verano cumpliré 46 años trabajando.
¿No fue un chaval con dudas o con padres que se oponían?
-En casa siempre me apoyaron, y éramos una familia humilde. Si ellos no me ayudan, hoy no estaría aquí. Trabajaba en una empresa y estaba muy a gusto, pero corté por lo sano. No anduve con medias tintas: dejé una cosa y empecé otra, radical.
Tenía tanta vocación de actor como don Anselmo de sacerdote...
-Efectivamente, no recuerdo haber querido ser otra cosa nunca, aunque admiro la ópera y me hubiera gustado poder ser un buen cantante.
¿Fue a colegios religiosos?
-Estuve con monjas hasta los 9 años y desde entonces con curas, en el Colegio de San Antón en Madrid. Era enorme y me acuerdo de que tenía un cine. Yo me tragaba todas las películas que ponían y quería hacer lo que veía en la pantalla.
¿Ha copiado algún gesto de aquellos curas?
-No tengo ningún mal recuerdo, pero no me he inspirado en nadie concreto. Sólo me he basado en cómo me gustaría que fuera un sacerdote: cercano con la gente, comprensivo,... De hecho, el mejor amigo de Don Anselmo es un revolucionario y un ateo con el que ha tenido grandes charlas. Mi personaje tiene sus creencias y dogmas, pero no desprecia ni censura otras cosas aunque a veces sea un poco cascarrabias.
Hubo una gran preocupación cuando enfermó...
-¿De verdad? Me llegan comentarios pero pienso que es por cariño a mí, a Mario; me hace ilusión si es preocupación por si dejo la serie. Mientras quieran la audiencia, la productora y la cadena, Don Anselmo seguirá en el pueblo.
Por ‘El secreto de Puente Viejo’ han pasado 550 actores fijos. Del principio sólo queda una decena.
-Así es, yo estoy desde el capítulo 1. Entonces, Don Anselmo era mucho más estricto, rígido y conservador, más cercano al poder y más a su servicio, pero se fue amansando y estoy muy a gusto con cómo es ahora.
¡Y tan cercano al poder! Un cura de pueblo amigo del cardenal que después fue Pío XI.
-Está muy bien relacionado, Puente Viejo tiene muchas sorpresas.
El cardenal Ratti fue el Papa de entreguerras...
-Para mí es uno de los grandes personajes del siglo XX.
¿Don Anselmo tuvo otras parroquias antes?
-No es puenteviejino, ha ejercido el sacerdocio en otros pueblos. De hecho, arrastra un secreto feo de años atrás, cuando fue acusado de lo que les sucedió a unos anarquistas que se refugiaron en su iglesia y fueron capturados. Después aparecen para matarle. Pero no se termina de aclarar si fue culpable o no.
El cura del pueblo es un poder fáctico, pero en ‘La casa de los líos’ usted ya era obispo.
-Ja,ja,ja... Yo he hecho tres curas en mi vida: en La casa de los líos, donde era un obispo muy divertido...
....Y un poco gorrón
-(se ríe) También fui sacerdote en Guante Blanco de TVE y ahora. Bueno, y en un anuncio de Telefónica.
¿No es un poquito blando con Doña Francisca y otros ‘malos’?
-No, en absoluto. Se les enfrenta. Don Anselmo le ha cantado las cuarenta a Francisca, la cacique, y hay momentos en los que ni se dirigen la palabra. Eso es difícil porque al final el cacique es quien da el dinerito a la iglesia para arreglar el tejado o para restaurar la imagen de San Mamerto. Sí es cierto que es permisivo con ciertas debilidades que vienen del amor. Aunque censurase a Gonzalo porque era sacerdote y se enamoró de María, al final le apoya. Tampoco se mete con que Hipólito conviva con Gracia, algo que sí afea el nuevo cura, Don Berengario.
En cinco años ha celebrado muchas ceremonias...
-Básicamente bodas, 18; y unos cuantos funerales aunque había muertos que no lo estaban y falsas bodas, o quien se ha casado tres veces, como Pepa, la protagonista.
¿El funeral más emocionante ha sido el de Tristán?
-Creo que sí porque se juntaban la realidad y la ficción. Aparte del dolor por el personaje, Álex Gadea dejaba la serie y era un compañero muy querido. El de Gonzalo también fue emocionante, pero no estaba muerto. He sufrido muchísimo (se ríe).
Uno de los grandes miedos de su profesión es que no suene el teléfono. ¿Lo ha sufrido?
-Esa sensación la hemos tenido todos. Siempre he combinado la televisión con el teatro y con el doblaje (he sido Charles Widmore en Perdidos, Richard Webber en Anatomía de Grey...), he hecho de ayudante de dirección, de producción y de todo. Nunca he estado mano sobre mano, pero los actores, en el momento en que acabamos un trabajo, al día siguiente ya pensamos que no nos van a llamar más. Yo, que he tenido el privilegio de trabajar bastante, también he pasado esas rachas.
En 46 años, ¿ha cambiado mucho el trabajo de los actores?
-Mucho, ahora para el teatro no hay dinero, está muy difícil. En la televisión, en cambio, hay muchas más opciones pero también más sueños truncados, no todo son carreras sólidas. La gente joven cree que esto es sencillo, pero tener un éxito como Puente Viejo es muy difícil.