Vitoria. Roberto Arce lleva 25 años en la profesión y sigue con la misma ilusión que aquel chaval que no se perdía la serie Lou Grant. "Incluso iba muchas veces con la chaqueta de pana", recuerda con nostalgia.

Han pasado nueve meses desde que cambió de cadena, de horario y hasta de forma de presentar... porque ahora le dejan sentarse. ¿Qué tal está?

Pues sentado más cómodo (ja,ja,ja). Estoy trabajando muy a gusto, muy feliz. Como todo en la vida, los principios siempre tienen su dosis extra de estrés y de incertidumbre, pero me he aclimatado muy rápido.

¿A cuál de los cambios le ha costado más adaptarse?

Lo de estar sentado o de pie es una anécdota porque además en Antena 3 también nos sentábamos de vez en cuando... Ahora veo que se sientan más (se ríe). Ya en serio, no hay muchas diferencias. La forma de presentar varía pero en cuanto a forma de trabajar hay una diferencia que es la que me llevó en parte a marcharme de Antena 3: allí no tenía la posibilidad de hacer lo que había hecho toda la vida, ser editor del informativo, y lo echaba de menos. Ahora vuelvo a ser editor de mi propio informativo y esa es una diferencia muy importante para mí.

Se ha cumplido un año de la unificación de los informativos de Telecinco y Cuatro. ¿Qué le parece el resultado?

Todo lo que sea unir fuerzas me parece inevitable y además positivo. ¡Mira cómo está el panorama en los medios de comunicación! Yo creo que la unión hace la fuerza porque en muchos casos la alternativa es la desaparición. Por lo que he visto, esta es una Redacción muy fuerte con una gran capacidad de producción de noticias. Creo que Cuatro se ha visto fortalecida clarísimamente. Se pueden pedir muchas cosas, pero también hay que ser realista y consciente de qué tiempos estamos viviendo. No es un problema solo de Mediaset o de esta crisis, sino que hace ya muchos años que empezó un proceso de racionalización del gasto en los medios de comunicación y también en los informativos.

Ahora que está dentro, ¿ese informativo es como se lo imaginaba cuando lo veía desde casa?

El informativo de las ocho de la tarde, que también ha estado a las nueve y a las ocho y veinte, ha transmitido muchos cambios desde su nacimiento: de horario, de presentador, de editor... y esto en televisión no es bueno, sobre todo en un producto como la información, que es como el vino, necesita mucho tiempo para fermentar y tener calidad y audiencia. Si a estos cambios les sumas el de propiedad de la cadena, ahora hace falta paciencia, constancia y tiempo para consolidar el producto. Estamos en el comienzo de ese proceso. Y hay que añadir otro factor: es una hora extraña porque los españoles no estamos acostumbrados a ver las noticias a las 8.

¿Salir al aire una hora antes que sus principales competidores tiene más ventajas o inconvenientes?

Hay menos costumbre, pero también es verdad que para el espectador que demanda información a esa hora hay menos competencia y, además, cuando pasa algo siempre debería tener un plus contarlo antes que los demás. Sin embargo, hay otros factores que pesan más que tienen que ver con el arraigo de una franja determinada y con los hábitos de la audiencia, que asocia la información a las 9 de la noche. Esto es así, y ahora con el buen tiempo más todavía. Pero me parece bien que nos distingamos también en la hora, lo que hay que hacer es mantenerla y no variarla.

¿Por qué motivo?

Cambiar es realmente delicado porque el espectador asocia mucho el informativo a la fidelidad en todo, lo primero en la hora. Un corresponsal en Washington me contó que Dan Rather se levantó de la silla una vez porque le dijeron que su informativo empezaba ¡un minuto después de lo habitual! Me parece un poco exagerado, pero da una idea de lo importante que es la perseverancia en el horario y en no fallar, que el espectador sepa dónde y cuándo te va a encontrar.

Después de muchos años como enviado especial, los espectadores ya se han habituado a verle en el plató. ¿Usted se ha acostumbrado o tiene síndrome de abstinencia?

Cada día que paso dentro de un plató y veo a mis compañeros en un sitio donde está pasando algo importante les envidio. Sí lo echo de menos, yo me he sentido siempre reportero y además he dicho, y lo mantengo, que si pasas mucho tiempo en plató sin salir a la calle te acabas oxidando, incluso insensibilizando. No solo de cara al espectador, sino también de cara a tus propios compañeros, a lo que es el esfuerzo y el trabajo duro de estar cada día durante toda la jornada corriendo de un lado para otro para un minuto de crónica. Esto tiene mucho valor y hay que vivirlo para saber lo que es.

El mes pasado se cumplieron 20 años del inicio de la guerra de Bosnia. ¿Le volvieron los recuerdos?

Sí, me acordé mucho. Sobre todo de la gente que conocí y con la que no he podido volver a contactar. El chófer con el que íbamos por la Avenida de los Francotiradores jugándonos la vida, la casa en la que estábamos en una situación bastante precaria, sin ventanas por los bombardeos, sin calefacción, sin agua caliente, con un frío espantoso... Era de una señora encantadora, su marido estaba en la guerra pero ella no sabía dónde... Me encantaría volver a Sarajevo e intentar buscarla, y me gustaría ir con mis hijos. Fue la experiencia más intensa que he vivido como profesional.

¿No le parece increíble haber cubierto una guerra en Europa?

Eso mismo es lo que no se me apartaba de la cabeza desde que llegué. Nosotros volamos desde Ancona (Italia), en un Hércules de las Fuerzas Aéreas alemanas antes del ultimátum de la OTAN para bombardear los alrededores de Sarajevo, donde estaban las posiciones artilleras serbias, y era una hora de vuelo. Una hora desde la orilla del Adriático y se abren las compuertas y te metes en un paisaje nevado y te encuentras con una guerra espantosa, un paisaje desolador propio de la II Guerra Mundial, del frente ruso directamente... y te preguntas cómo es posible. Y además la mala conciencia que me creaba el saber que yo tenía billete de vuelta para salir de allí y los habitantes de Sarajevo no lo tenían.

Antes ya había estado en otra guerra, la del Golfo...

Sí, fue mi primera gran cobertura en Antena 3, en el año 90; primero en la invasión de Kuwait cubriendo el conflicto desde Ammán pero en la guerra ya me fui a Arabia Saudí y entramos en Kuwait muy poquitas horas después que los americanos. Fue otra experiencia muy importante: un paisaje apocalíptico, con los pozos ardiendo y una ciudad entera como Kuwait City sin luz, llena de checkpoints de las milicias kuwaitíes a la caza de los soldados iraquíes que se habían quedado escondidos en polígonos industriales... Fue impactante, pero el drama humano, enfrentarte con los ojos de la guerra viendo a la gente sufrir bombardeos diarios, eso no lo vi igual en Irak como después en Sarajevo. Vi más despliegue militar en la Guerra del Golfo que en Bosnia, pero lo que más se te queda en el corazón con el paso de los años es la mirada, el sufrimiento de la población civil. Y el estoicismo, la capacidad de resistencia y de adaptación que tiene el ser humano.

Ha estado en destinos muy peligrosos pero donde peor lo pasó fue en un plató con un trago de agua...

Sí, sí, sí. ¡Menos mal que no hay grabación ni rastro audiovisual de esa situación! Jo, sí lo pasé mal. Es una trampa, hay que tener mucho cuidado con el vaso de agua en el estudio. Después estuve años sin beber durante el informativo. Ahora bebo pero muy despacito, con mucho cuidado, como si estuviera manejando una granada de mano.

Otra situación muy curiosa fue cuando presentó un informativo a oscuras... y lo hizo con naturalidad.

Fue en julio de 1990, una de las primeras veces que hacía el informativo porque José María Carrascal estaba de vacaciones. Se fue la luz y allí seguí yo como pude. Pero volvió enseguida, ¡¡¡y entonces se me salió el pinganillo de la oreja!!! (se ríe). Bueno, voy a confesar una cosa: se fue la luz pero no la de la cámara, así que sabía dónde estaba y algo veía en el horizonte, tenía un punto de referencia.

Usted tiene un intangible muy valioso: tiene cara de buena persona, transmite credibilidad.

Pues no me lo han dicho muchas veces, así que te lo agradezco. Creo que mala persona no soy y en cuanto a la credibilidad, lo único que puedo decir es que es una de mis obsesiones. Es una de las garantías a medio y largo plazo para un periodista.

Cuando mira para atrás, ¿qué queda del chaval que entró en la Agencia Efe en 1987 y le pusieron en el teletexto?

Más experiencia, la misma vocación y un poquito más de escepticismo, lógicamente; pero básicamente no he perdido mucha ilusión. Si en algún momento he estado desencantado o asustado de dónde me había metido fue entonces.

¿Entonces repetiría?

Eso ya no lo sé porque me gustaría ser más cosas en la vida. No lo tengo claro, si tuviera una segunda vida a lo mejor no.