Lugar desconocido / 14 de diciembre de 2011 / Miren Triggs
Me despierta el sonido de mi propia respiración y, al abrir los ojos, sé al instante que he cometido un grave error. Me falta el aire. Me duele el alma. El corazón retumba con fuerza en mi interior y puedo oírlo con tanta nitidez que casi entiendo lo que dice entre cada latido.
Bum, bum.
«Pide ayuda, Miren».
Bum, bum.
«Aquí termina todo, amiga».
No sé cuántas horas llevo en este sitio. El suelo está frío y húmedo. En la oscuridad más absoluta, apoyo la yema de los dedos para incorporarme y noto su aspereza. Me duele la cabeza.
—¡Hola! —grito con fuerza, pero solo me responde el eco—. ¡Ayuda! ¿Hay alguien ahí?
Estoy mareada. La cabeza me va a estallar. Me asaltan recuerdos esporádicos de los últimos días y viajo por ellos tratando de reconstruir la historia, pero soy incapaz. Me falta la última pieza. La que se coloca en la última grieta de los muros de mi memoria y hace que todo cobre sentido.
«Recuerda, Miren, recuerda. ¿Cómo has llegado aquí?».
Veo los ojos de Jim en casa. Una cinta de casete.
Ayudaba al inspector Miller a… a encontrar a Daniel.
Eso es. Buscaba a Daniel. Su hijo. Perdido desde hace… ¿cuántos años? Encontraron una bicicleta. Y había cintas de casete. Sí. Con la última cinta se precipitó todo. ¿O fue aquel ojo que me observaba? Llamé por teléfono y…, eso es. La llamada. La respiración gélida…, la pregunta sin respuesta. ¿Qué sucedió después?
FICHA
- Título: ‘La grieta del silencio’
- Autor: Javier Castillo
- Género: Thriller
- Editorial: Suma
- Páginas: 448
«Piensa, Miren, piensa».
Algo me dice que debo darme prisa, que tengo que salir de aquí. Siento cómo se me acelera el pulso y tengo la sensación de escuchar mis propios pensamientos demasiado alto. Y tras ellos, de fondo, entre cada palabra, oigo una voz que me susurra: «No te olvidarás de mí, Miren. ¿Oyes eso? ¿Ese aullido constante de fondo en cuanto se apaga el ruido? Eres tú. Son tus gritos aquella noche en aquel parque». Anhelo la calma en este mundo estridente, pero me asusta el silencio absoluto, porque me aterra enfrentarme a mi voz interior, esa que es guardiana de las historias que he elegido olvidar.
—Rápido, Miren —me susurro a mí misma—.
Piensa. ¿Qué has hecho? ¿Qué te trajo hasta aquí?
Veo a Jim a mi lado en el coche. Se marcha en él decepcionado. Recuerdo mi reflejo en la pantalla de la redacción del Manhattan Press y me viene a la cabeza aquella noche de 1997. Reconozco el mismo mareo. La misma sensación de haber perdido el control. Un puñado de pastillas sobre una mano delante de mí. ¿Qué me he hecho? Aparece en mi mente el destello de un incendio iluminando mis ojos. Estaba cerca. Pero… ¿qué se quemaba? ¿Por qué siento que lo he perdido todo? ¿Dónde estoy?
Extiendo las manos en la oscuridad y chocan con algo frío y áspero. Una pared. Me acerco a ella y la recorro deslizando mis dedos en busca de una salida.
Un interruptor. Algo. Camino con miedo a tropezarme.
La negrura es tan espesa que ni siquiera percibo el movimiento de mis manos. Llego a una especie de plancha de metal fría y noto que sale de ella una protuberancia.
Un tirador. Es una puerta. La salida.
Lo agarro con decisión, empujo y luego tiro de él con la estúpida esperanza de que puedo abrirla. Pero no sirve de nada. Forcejeo en todas direcciones, hago fuerza con mi cuerpo, me lanzo a golpear el metal con el hombro, pero ni siquiera consigo que la puerta baile dentro del marco. Me arden las manos, me asalta el pánico.
Siento que las costuras de mi alma se rompen por lugares que pensé que estaban sanos, pero en realidad siempre estuvo hecha jirones. Quiero pedir ayuda, pero, de pronto, caigo en la cuenta de que no sé qué hay al otro lado. Quizá no pueda hacer ruido. «¿Acaso he perdido la cordura?».
—Recuerda, Miren —me digo en voz baja—. Piensa si estás en peligro.
No sé responder, no consigo hilar una sospecha con otra, ordenar la historia, repasar el camino hecho.
Me palpo los bolsillos y siento que la adrenalina recorre todo mi cuerpo cuando noto la forma rectangular del móvil.
—Bien. Corre, Miren —susurro con el corazón aterrado—. Llama a la policía antes de que venga alguien.
Pide ayuda. Encuentra una salida.
Lo enciendo y descubro en el fondo de pantalla la imagen de mis padres junto a mí en una foto que nos hicimos en Bryant Park cuando me visitaron en Nueva York hace dos meses. Me cuesta desbloquearlo y solo veo el reloj, que marca las nueve y media de la noche.
Me tiemblan las manos, tengo frío. La humedad se me clava en la garganta, noto en los labios el sabor a tierra.
Marco el 911, pero al instante salta el mensaje de que no se ha podido establecer la conexión. Leo «Sin servicio» en la pantalla, y en la esquina superior, una sola línea de batería.
—Mierda, mierda, mierda.
Lo intento de nuevo, no sirve de nada. Extiendo el móvil delante de mí, y la pantalla ilumina por primera vez con luz azulada la estancia en la que me encuentro.
Hay una puerta de metal blanca llena de óxido en el marco. El vaho sale de mi boca. Las paredes de cemento están peladas y sin pintar. Me doy la vuelta para otear el resto de la habitación y pego un grito de sorpresa al ver una silueta oscura e inmóvil en el centro, a unos metros.
—¡¿Quién eres?! —Alzo la voz—. ¡¿Qué quieres de mí?! —le grito, aterrada.
Pero no responde. Ni siquiera se mueve.
Por la complexión sé que es un hombre, no tengo duda, y algo me dice que solo uno de los dos saldrá vivo de aquí. Parece fuerte, a pesar de la calma que transmite.
—Por favor, deje que me vaya. No sé nada. No recuerdo nada.
Algunas imágenes más se me agolpan en la mente al tiempo que mi corazón no para de lanzarme avisos de que se acerca el final. Me tiembla el cuerpo, no tengo ningún arma con la que defenderme. Mi historia comenzó con una búsqueda y no podía terminar de otro modo que convirtiéndome en el objeto perdido de alguien de ahí fuera. Todas las historias terminan en algún momento, y el destino siempre es irónico y a veces juega a convertir tu muerte en una broma de lo que hiciste en vida.
Lo he visto tantas veces con otras personas, con gente que se desvanece del mundo sin dejar rastro, que no me cuesta imaginar cómo mi madre colgará carteles con mi rostro, sé que Jim hablará en mi nombre rodeado de velas en una vigilia y que el Manhattan Press cubrirá en una escueta columna en una página interior que el 14 de diciembre de 2011 desapareció Miren Triggs, una periodista de investigación de su propia redacción. Describirá la ropa que llevaba —pantalón vaquero y blusa negra— y, con suerte, por ser alguien que había pasado algunos años en el periódico, mostrará mi rostro, y la gente se fijará en mis ojos tristes y percibirá mi alma inerte. Algunos lectores recordarán en ese momento lo que escribía o la historia de Kiera Templeton. Seguramente aquellos que leyeron el libro comentarán algo en Twitter y luego pasarán a otra cosa. En pocos días tan solo quedarán mis huellas efímeras sobre la orilla del mundo: las historias oscuras que perseguía, las fotografías que hice, los artículos que escribí. Y tras varias semanas, las olas comenzarán a borrarlo todo, a eliminar mi vida, mi historia, las de cada injusticia que perseguí…
Y el mundo entero aprenderá entre líneas la lección que la maldad quiere que no olvidemos: «No hagas preguntas, no alces la voz, no trates de descubrir cómo de podrida está la humanidad, quédate en silencio».
La luz tenue de la pantalla no llega a iluminar con detalle quién es, pero intuyo que podría conmigo sin esfuerzo.
—Deje que me vaya —repito con la certeza de que no lo hará.
Y entonces me doy cuenta de que la sombra apenas reacciona a mis palabras, ni siquiera se mueve para negar con la cabeza o para compadecerse de mí. Está sentado en una silla, con las manos atrás, mira hacia abajo, a sus muslos.
—Joder…
Trago saliva y, de repente, veo un detalle nítido en mi memoria que hace que todo empiece a cuadrar. Me acerco un poco más, temerosa de descubrir ese detalle en su cuerpo, y, justo cuando veo que se trata de Jim y que está amordazado con una cinta que le cubre la boca, mi mente explota llena de imágenes, viaja al inicio de todo, y solo entonces recuerdo.
SOBRE EL AUTOR
Javier Castillo creció en Málaga. Estudió empresariales y un máster en Management en ESCP Europe. El día que se perdió la cordura (Suma), su primera novela, se convirtió en un fenómeno editorial, fue traducida a 10 idiomas y fue publicada en más de 63 países. Asimismo, los derechos audiovisuales fueron adquiridos para la producción de la serie de televisión. Su segunda novela, El día que se perdió el amor, obtuvo gran éxito de público y crítica, así como Todo lo que sucedió con Miranda Huff, La chica de nieve, El juego del alma y El cuco de cristal. Con ellas ha vendido más de dos millones y medio de ejemplares. La Grieta del Silencio es su séptima novela.