Hay una cita que el cocinero guipuzcoano (Beasáin, 6 de septiembre de 1948) no puede ni quiere eludir, cada noviembre y desde 2014: la presentación de su nuevo libro para la campaña navideña. El último lleva por título La cocina de tu vida, que harán la vida más fácil a todos aquellos que año tras año lo compran.
Hay pues presentación a la prensa que aprovechamos para observar de cerca un día a día que comienza en el plató donde Karlos Arguiñano graba el programa que los espectadores pueden ver a mediodía en Antena 3. Risueño, sarcástico e irónico, cuenta algún chiste, sentencia sobre la actualidad y la política y da consejos para una alimentación sana.
Este año le han concedido el premio Nacional de Televisión y aún está feliz por este reconocimiento, que le ha llegado, “fíjate, a los 73 años. Está bien, muy bien, pero mi mayor premio es la salud de mi familia y poder estar con ellos”, dice.
Karlos Arguiñano es un madrugador que a las siete ya está trasteando en la cocina del caserío. ¿Desayuno? “Siempre sano y con algo salado, unos huevos revueltos puede ser un buen comienzo del día”, señala. Su casa está llena de animales: gallinas, capones, ocas, un par de vacas, cerdos y cabras… Un arca de Noé varada en tierra.
Algunos días se acerca al restaurante familiar en la playa de Zarautz y se toma un café con sus hijos. “Comentamos las jugadas del día y después me voy a grabar. Mi vida es feliz, rutinaria y divertida. Me gusta mucho caminar. No hago deporte, pero caminar, sí. Además, es lo que yo siempre digo como gran complemento para la receta CLM (Comer La Mitad) que es la mejor para perder peso. Si andas dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, va verás, adelgazas seguro”, señala.
Suele dedicar un tiempo importante de su jornada a la huerta y a los animales. “No paro, pero todo lo hago con fundamento, como hay que hacer las cosas”. Y a la hora de alimentar y alimentarse “me gusta comer bien y sano. La verdura siempre está en mi mesa, es fundamental, y luego una carne asada, un pescado al horno... Hay que cuidarse. Es importante comer bien, cenar ligero y marchar a descansar temprano, pero hasta las diez de la noche estoy en movimiento”.
Se declara muy familiar, la relación con sus siete hijos y sus trece nietos es algo que nunca descuida, y confiesa que lo pasó muy mal durante los meses en que no pudo relacionarse con los Arguiñano más pequeños.
Historias de plató
Historias de platóEl plató de su programa diario, un caserío en Orio, está lleno de historias humanas vividas entre Arguiñano y su equipo: “Aunque no lo creas, para hacer cada programa hay más de veinte personas detrás. Yo solo no podría hacer todo lo que hago en televisión, los necesito a todos”, afirma. Muñecos, títeres, gafas y un montón de objetos que no tienen que ver con los utensilios necesarios para cocinar pueblan el estudio televisivo, que siempre está en perfecto orden. “Lo que cocino aquí, lo mismo que las recetas que salen en los libros, todas las he hecho antes y sé que salen perfectamente. No escondo trucos. Está garantizado todo lo que se cocina”, añade.
Cuando se atenúan las luces y termina la grabación, el equipo al completo disfruta de lo que se ha cocinado para la televisión. “Es un momento que todos esperamos, y hablamos mientras comemos lo que se ha guisado. Disfrutamos mucho”, asegura el chef de Beasain.
También presentar su libro a la prensa cada año es motivo de disfrute: “Es un día muy especial. Yo estoy muy agradecido a los espectadores que me han seguido a lo largo de este tiempo, y también a vosotros, que me habéis ayudado mucho a divulgar lo que he hecho a lo largo de mi vida: mis libros, mis guisos y todos mis proyectos”.
Ahora tiene ya en mente un evento muy especial para todos, y para la familia Arguiñano de modo especial: la Navidad: “En mi casa nunca falta un caldo de gallina. Con unos huesos y unas verduras hago un puchero grande, porque somos muchos, así que ya tengo caldo para dos o tres días. Luego, con la gallina hago croquetas y con la carne cocida unos pintxos que pongo con sal y aceite de oliva. También tengo siempre ensaladilla rusa”, concluye, y añade que en su mesa siempre está presente el capón: “Los criamos en casa durante seis meses y al matar pesan unos cuatro kilos”, asegura. La compota tampoco falla, ni los postres de su hijo Joseba, “un capo haciendo repostería”.
Intenta involucrar a los nietos en la comida familiar: “Les pongo la masa de las croquetas y ellos van haciendo las bolas. Es importante ir metiendo a los niños en la cocina y que vean cómo se hacen las cosas, que participen. Durante el confinamiento muchas familias han descubierto lo importante que es la cocina, los fogones han unido mucho a la gente en los momentos más difíciles. ¿Qué habría sido de nuestras vidas sin la cocina cuando todos estábamos encerrados?”, sentencia.
"Hay que acostumbrarles a comer de todo"
Amante de la cocina rica y sana, hace un llamamiento para que lo que se coma en las familias sea de elaboración casera: “No digo que nunca se coma un plato precocinado, eso no, pero hay que limitarlos, por nuestra salud y por la de nuestros niños. Me cabrea la obesidad infantil y me cabrea porque se puede evitar. Un niño con sobrepeso será luego un adolescente con problemas, con complejos. Hay que evitar que eso ocurra en la medida de lo posible. Ejercicio y buenos alimentos son la receta ideal para una vida feliz”.
Arguiñano no está de acuerdo con cualquier concepto de menú infantil que se aparte del de los adultos, y no lo contempla ni en los hogares ni en los restaurantes: “Eso es una bobada. Los niños a partir de una edad tienen que comer lo mismo que sus padres. Si hay lentejas, pues lentejas; una ración más pequeña para ellos, y si hay albóndigas después, pues también, solo que en vez de cuatro, se les pone dos. Pero, ¿menú infantil diferente? Pues no. Hay que acostumbrarles a comer de todo”, asegura.
Entre risas comenta cómo disfruta de la buena mesa, aunque siempre con moderación, una moderación que rompería si tuviera que enfrentarse a su última cena, que ya tiene planificada en el caso de conocer la fecha: “Me preocuparía de comprar 150 gramos de kokotxas frescas, frescas, y las haría de tres formas diferentes: confitadas, al pilpil y salteadas, como las angulas. Luego me comería un cuartillo delantero de cordero. Pondría el horno a 220º, cortaría unas patatas finas, finas, una cebolleta, dos dientes de ajo y una cucharada de manteca de cerdo. Después, le llamaría a mi hijo Joseba y le pediría una tarta de ciruelas pasas y un helado de queso. Me tomaría todo esto con mi txakoli K5. Terminaría con un cortado y le metería un chorrete de algo”, enumera con buen humor. Una cena que tiene poco de ligera y digestiva, pero como sería la última, concluye: “Para morirte, que más te da cómo sea”.
Se declara un hombre relativamente feliz: “Soy de las personas que han hecho lo que les ha dado la gana. Tuve la suerte de querer ser cocinero en un momento dado, y me hice cocinero; me quise casar, y me casé; quise tener hijos, y soy el que más tengo; quise montar un restaurante, y lo monté; quise hacer una escuela, y la hice; quise un equipo de pelotaris y lo tengo; quise hacer una bodega y también está ahí. Y libros y programas, lo mismo, soy uno de los que más han hecho”, concluye. Y se va con su buen humor para otro lado. El año que viene volveremos a vernos con otro libro entre manos.