La que ha hecho de la tele una religión es la veterana María Teresa Campos. La semana pasada la Academia de Televisión le concedió el premio a todo una vida. Algunos dicen que toda una vida "repitiendo lo mismo". La manera sensiblera de tocar la fibra en televisión tiene su público. Ese tonillo de que cualquier cantante de hace cuarenta años fue lo más y, además: amigo del alma de la Campos. Hasta el nombre del programa Qué tiempo tan feliz, ahonda en la herida: ¿feliz para quién?. El domingo repescaron una joven vieja gloria para jugar a la sorpresa. La hija de Rocío Jurado apareció en el plató ante la cara de incredulidad y emoción de Mª Teresa. No digo que el momento estuviera amañado. No, porque no lo sé. Tampoco que no tuviera valor televisivo. No. Hay gente a la que se le saltaron las lágrimas con el encuentro. Y también sé de quién soltó una carcajada por el patético espectáculo de sonrisas y lágrimas. Teresa, perdónales. Mis amigos no cantan. Son incorregibles.