Vitoria. La entrega mensual de 21 días baja esta noche a una mina boliviana para reflejar la historia de mujeres solas que luchan por sus hijos en unas condiciones insoportables. Como Marlene y Doña Juana, una mujer minera y una viuda de la mina que sacrifican su vida para poder sacar adelante sus familias. Es la experiencia más extrema de Samanta Villar, que ha hecho que la periodista se plantee abandonar, por primera vez en la historia de este espacio.
21 días ha viajado a Bolivia para entrar en uno de los trabajos más sacrificados: el proceso de extracción del mineral a la antigua, casi manual. Y lo hará en Morococala, un centro minero con más de 100 años de antigüedad a más de 4.000 metros de altura situado en el interior del país. Samanta Villar convivirá durante tres semanas con una de las familias que habitan en este centro minero: la reportera pasará los mismos apuros, trabajando en unas condiciones extremas y muy peligrosas con el único objetivo de obtener un poco de estaño para poder comer, para dormir, para vivir. Y todo, haciendo frente al mal de altura, masticando hojas de coca, metiéndose bajo tierra y recreando la vida de quienes se dedican a este trabajo.
Marlene y Doña Juana La vida de Marlene es como una ruleta rusa y cada día se ve obligada a apretar el gatillo. Marlene es una mujer de 35 años, con cinco hijos a su cargo. Su marido, alcohólico, no deja de acosarla y pedirle dinero y comida. Amenaza con matarlos, con quemarlos en la cama cuando están durmiendo... Pero Marlene tiene que salir adelante como sea: "Lo he denunciado pero nadie dice ni hace nada. No sé lo que es la felicidad. Ser feliz creo que es estar al lado de mis hijos, sin penas, sin llorar...". Marlene es la única mujer minera de la zona. Cada día baja al subsuelo para conseguir apenas unos sacos de estaño, lo que le da para poder alimentar a su familia. La mina es su único recurso y Samanta la acompaña para compartir su experiencia... Pero, por otro lado, está su instinto de supervivencia. Son ya decenas de muertos en el infierno del Tío Picho, donde los mineros pueden despeñarse a más de 160 metros. Sus aliados son las hojas de coca, que mascan continuamente y alcohol puro para mojar los labios. Esto les ayuda a no sentirse cansados en un trabajo tan agotador que puede durar hasta 18 horas seguidas y a quitar el hambre, porque en la mina no se come. El ambiente que se respira es absolutamente tóxico y en la profundidad de la veta apenas cabe una persona... Una experiencia extrema. "Es lo peor que he hecho en mi vida, no he pasado más miedo nunca. Tengo serias dudas de si voy a continuar", asegura Samanta Villar, tras su primer descenso para conseguir estaño.
En el centro del pueblo, de 300 habitantes, sin apenas agua potable y en condiciones también miserables vive Doña Juana, una mujer palliris, viuda de la mina. Vive con sus cuatro hijos, una nieta de tres meses y su padre, que con 59 años aún es minero. Todos los días coge una a una cada piedra que hay en la superficie y la parte para comprobar si tiene algún mineral. Tiene los dedos aplastados por el esfuerzo. El único recurso del pueblo es la mina. Pero tienen que jugarse diariamente la vida. Hay un 70% de probabilidades de sufrir un accidente. Y lo hacen por sus familias.