En Euskadi, el 29,5% de los jóvenes sufre soledad no deseada; una cifra ligeramente superior a la media nacional. Las mujeres jóvenes la padecen más que los hombres. Es la otra epidemia. Una epidemia silenciosa, pero con consecuencias notables en la salud física y mental.
La soledad no deseada puede contribuir al desarrollo de enfermedades cardiovasculares, hipertensión y un deterioro general del bienestar físico. Los jóvenes que la padecen presentan una prevalencia de trastornos mentales 3,3 veces superior a quienes no la sufren. Además, tienen una probabilidad 2,5 veces mayor de experimentar soledad no deseada si ya enfrentan problemas de salud mental diagnosticados o percibidos. La ansiedad y la depresión son particularmente comunes, con un 89,2% más de probabilidad de sentirse solos entre quienes presentan estos síntomas.
Además del impacto en la salud, la soledad no deseada también está relacionada con cómo los jóvenes se vinculan entre sí y perciben sus relaciones. Al contrario de lo que sostiene la creencia popular, el uso intensivo de redes sociales digitales no se asocia directamente con la soledad no deseada. Sí lo hace, en cambio, la calidad y presencialidad de las relaciones de amistad. Y, curiosamente, la cantidad y calidad de las relaciones familiares tienen un impacto menor en comparación con las amistades.
Abordar la soledad no deseada entre los jóvenes exige mucho más que buenas intenciones. Requiere una estrategia integral que empiece en las aulas y se extienda a todos los entornos de socialización juvenil. Fomentar la educación emocional y la inclusividad en los centros educativos es clave. Como también lo es garantizar servicios de salud mental accesibles y adaptados a la adolescencia y la juventud.
Más allá del ámbito clínico, los vínculos también se construyen en los espacios de ocio, en actividades compartidas y en entornos donde los y las jóvenes se sienten parte de algo. Por eso, es clave impulsar relaciones sociales significativas mediante iniciativas que conecten a la juventud con su barrio.
Los expertos insisten en que el diseño de políticas contra la soledad debe contar con la participación activa de los propios jóvenes. Solo así se podrán desarrollar servicios de atención que respondan a sus verdaderas necesidades. En paralelo, es necesario reforzar las políticas educativas, de empleo e inclusión social, y aprovechar el potencial de las universidades como entornos privilegiados para detectar y prevenir el aislamiento emocional.
La soledad no deseada en la juventud no se resuelve con un único gesto. Requiere una alianza continua entre instituciones, comunidad y juventud. Porque sentirse acompañado no debería ser un privilegio, sino un derecho.