25N: visibilizar lo cotidiano, asumir lo colectivo
Los lemas de este año subrayan que la violencia no es solo física, sino un entramado cotidiano de control y desigualdad
Cada 25 de noviembre, el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer recuerda que esta violencia sigue siendo una expresión de desigualdad y de poder, tal y como recoge la Ley Orgánica 1/2004. No se trata solo de agresiones físicas: incluye violencia psicológica, sexual, económica o la privación de libertad. Este año, las instituciones ponen el acento en dos ideas clave como son la corresponsabilidad social y las “violencias silenciosas”.
La violencia contra las mujeres continúa mostrando su arraigo estructural en la CAV y Nafarroa, más allá de los avances sociales y normativos. Los últimos datos confirman que no se trata de un fenómeno residual: solo en Euskadi, en 2023 se registraron 6.572 victimizaciones (Eustat), mientras que en Nafarroa los Equipos de Atención Integral a Víctimas de Violencia (EAIVs) atendieron a 1.213 mujeres. Detrás de cada cifra hay historias de control, miedo y desigualdad que expresan la profundidad del problema.
La violencia física sigue siendo la expresión más visible. En Euskadi, el balance de 2024 de Eustat muestra 7.118 casos de lesividad asociados a violencia de género: dos mujeres asesinadas, 31 heridas graves y 1.377 heridas leves. A esta realidad se suma otro dato revelador: el 31% de todas las lesiones registradas por la Ertzaintza ese año procedían del ámbito de la violencia de genero o doméstica, y estos casos crecieron un 8%. En Nafarroa, el incremento de las denuncias policiales por violencia contra las mujeres —de 1.929 a más de 2.224 en dos años— confirma una tendencia sostenida.
Las cifras no captaron lo que ocurre en el silencio doméstico, en los pasillos del trabajo, en los móviles o en las redes sociales: un entramado cotidiano de humillación, aislamiento, control económico o presión psicológica que rara vez aparece en las estadísticas.
Los datos de EAIV en Nafarroa permiten asomarse a esa parte invisible: la violencia psicológica es el motivo principal de intervención, con 592 casos (casi el 40%). Le siguen los casos de violencia física combinada con psicológica (23,13%), la sexual (14,63%) y la económica (13,49%), que suele pasar desapercibida pese a su fuerte impacto en la autonomía de las mujeres. Estas cifras apuntan a un patrón claro: la violencia que sustenta el control no es necesariamente física, sino emocional, simbólica o patrimonial.
En Euskadi este tipo de violencia no está directamente acogida en los datos de Eustat pero en los datos que tratan la lesividad observamos que 4.311 personas constan como ilesas. Además, aunque las estadísticas oficiales se centran en las victimizaciones policiales, la violencia sexual muestra una evolución preocupante: los casos han pasado de 338 en 2020 a 750 en 2024. Una tendencia al alza que coincide con un incremento de las agresiones cometidas por conocidos o exparejas.
Del hogar al móvil: escenarios de control y agresión
Aunque la violencia machista adopta múltiples formas, los datos confirman que el espacio más frecuente sigue siendo la relación afectiva. En Euskadi, el 73% de las victimizaciones registradas en 2023 —4.818 casos— corresponden a violencia ejercida por la pareja o expareja. Esta persistencia evidencia que la desigualdad continúa incrustada en los vínculos íntimos, donde el control se ejerce de manera sostenida a lo largo del tiempo.
La violencia intrafamiliar también ocupa un espacio relevante. En Euskadi, 1.110 casos (2023)correspondieron a agresiones dentro del hogar: madres, hijas menores y otros familiares que sufren dinámicas de control y maltrato que se extienden más allá de la pareja. En Nafarroa, esta realidad se refleja en las mujeres que acuden a los recursos de acogida con sus hijos e hijas, que han sido también testigos y víctimas de la violencia.
Entre estas formas de violencia destaca la vicaria, ejercida contra menores para dañar a la madre. Nafarroa atendió mediante los recursos de acogida 2024 a 123 hijos e hijas de víctimas en los EAIV —50 hijas y 73 hijos—, una cifra que evidencia la dimensión directa del daño sobre la infancia. En Euskadi, la Ertzaintza identifica casos donde el impacto en menores forma parte del proceso de control y amenaza.
A esta realidad se suma un ámbito cada vez más extendido: la violencia digital. El control a través del móvil, el ciberacoso, la difusión de imágenes sin consentimiento o la vigilancia constante a través de redes sociales son hoy herramientas frecuentes de intimidación. Aunque apenas aparecen en las estadísticas, sí se registran en los relatos de las víctimas y en los servicios de atención.
Y junto a ello, hay una dimensión menos visible pero igualmente dañina: la violencia institucional. La repetición de trámites, la falta de coordinación, los procesos judiciales largos o las pruebas que se exigen a las víctimas pueden generar revictimización. Las formas son diversas, pero el patrón es claro: la violencia machista se reproduce en todos los entornos donde existen relaciones de poder.
Cuando el contexto agrava la violencia
La violencia no afecta a todas las mujeres por igual. la web del Gobierno vasco EKIM subraya que “es una realidad que puede afectar a cualquier mujer, sin embargo, su situación puede verse agravada en función de muchos factores”. No se trata de perfiles “débiles”, sino de contextos donde las barreras estructurales se multiplican.
Las mujeres mayores de 65 años siguen siendo uno de los grupos más invisibles: muchas han vivido décadas de control psicológico o económico normalizado y, por dependencia económica, emocional o de cuidados, apenas aparecen en las estadísticas. Para las mujeres migrantes, las barreras adquieren otras formas. El miedo a las consecuencias administrativas, la ausencia de redes de apoyo cercanas o las dificultades idiomáticas pueden retrasar la búsqueda de ayuda.
Las mujeres con discapacidad o enfermedad mental están especialmente expuestas a la violencia institucional y al control cotidiano. EKIM advierte que, en estos casos, “el agresor puede ejercer un mayor control sobre las mujeres que presentan limitaciones y capacidades, que, en un momento dado, pueden necesitar de apoyos”. En el ámbito rural, hay estereotipos muy marcados, dificultando su independencia y capacidad de decisión. También las mujeres de etnia gitana, donde perteneciendo a un grupo minoritario ya parten de una desventaja social. En una comunidad donde el hombre tiene un rol más dominante.
En todos estos casos, la violencia se cruza con otras desigualdades, generando capas de riesgo que no siempre quedan reflejadas en los datos, pero sí en la experiencia cotidiana de quienes la sufren.
Las huellas que deja la violencia: más allá de la agresión
La violencia contra la mujer no termina cuando cesa la agresión. Empieza entonces un proceso largo y complejo que afecta entre otros ámbitos a la salud, la estabilidad económica, la relación con los hijos e hijas, el empleo y la confianza en las instituciones.
Los efectos psicológicos son los más extendidos y también los más persistentes: ansiedad, estrés postraumático, miedo constante, inseguridad ante la toma de decisiones o aislamiento social. En Nafarroa, los EAIV identifican la violencia psicológica como el motivo principal de atención —592 casos—, lo que muestra hasta qué punto el daño emocional es el centro del impacto.
La violencia económica y patrimonial genera otro tipo de consecuencias: pérdida de empleo, abandono de estudios, endeudamiento o dependencia financiera del agresor. Muchas mujeres que solicitan órdenes de protección en Euskadi (casi 2.000 al año, según Eustat) se enfrentan simultáneamente a decisiones que afectan a su vivienda, ingresos o custodia.
Los menores sufren impactos especialmente graves. En Nafarroa, 57 hijos e hijas fueron atendidos por los EAIV, y en Euskadi la Ertzaintza y los servicios sociales detectan cada vez más casos donde los niños y niñas son testigos o víctimas de la violencia vicaria. El daño emocional que deja esta forma de violencia —trauma, dificultades escolares, inseguridad— puede prolongarse durante años.
La dimensión institucional explicada anteriormente puede generar victimización secundaria: mujeres que, tras denunciar, vuelven a sentirse cuestionadas o desprotegidas. Este fenómeno está en el centro de los debates actuales y de los esfuerzos por mejorar la respuesta institucional.
Para no caer en la soledad y desinformación en situaciones tan duras existen varios servicios, entre ellos, SATEVI. Este servicio telefónico de atención a víctimas sin rastro, es “anónimo, confidencial y gratuito”, en varios idiomas y dispone de un botón para personas con dificultades auditivas y/o del habla. Por otro lado, están los Centros de Crisis 24h especializados en violencia sexual, donde atienden tanto a victimas como familiares y entorno mediante información, orientación y acompañamiento. Existe un centro en cada capital.
Corresponsabilidad y visibilidad de lo cotidiano
Cada 25 de noviembre las instituciones ponen palabras a una realidad que atraviesa la vida de miles de mujeres. Este año, los lemas elegidos por la CAV y Nafarroa apuntan a dos dimensiones esenciales del problema: la corresponsabilidad social y la visibilización de lo cotidiano.
En Euskadi, Emakunde lanza el mensaje “No es solo tu problema, es el nuestro”, una llamada a reconocer que la violencia contra la mujer no es un asunto privado ni exclusivo de quien la sufre. La campaña interpela a la sociedad, al vecindario, a las instituciones y a los entornos laborales, recordando que el silencio, la indiferencia o la minimización también forman parte de la cadena que sostiene la violencia.
Nafarroa, por su parte, destaca otro eje fundamental con la frase “La violencia también se oculta en lo cotidiano. Hagámosla visible”. Este lema pone el foco en esas violencias casi normalizadas, por las que hay que mirar como el control económico, las humillaciones repetidas, la vigilancia digital, los insultos normalizados o los silencios impuestos dentro de las familias.
Ambos mensajes convergen en una misma idea: la violencia no es solo lo que se denuncia, sino también lo que se tolera, se calla o se invisibiliza. Hacerla visible implica escuchar, acompañar y actuar; asumirla como responsabilidad colectiva significa no dejar solas a las mujeres cuando piden ayuda, pero también cuando todavía no pueden hacerlo.
La violencia contra la mujer no se explica solo con cifras, también con los silencios, los miedos y las desigualdades que la sostienen. Este 25N, los lemas de Euskal Herria recuerdan que lo cotidiano importa y que la respuesta no puede ser individual. Hacer visible la violencia y asumirla como un problema colectivo es el primer paso para erradicarla.
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