Aimar salió ayer del hospital dentro de un capazo vestido con las fundas que hace semanas eligió su familia para él; lo llevaba en la mano su madre, Laura, de la que nunca lo debieron separar. A su lado, Pedro, su padre, se llevaba a casa un ramo de flores y una bolsa con varios enseres, quizá entre ellos el peluche que les regaló uno de los ertzainas que participó en su búsqueda. Terminó la pesadilla para una familia que, pese a lo ocurrido, está decidida a encarar el futuro sin mirar atrás; intentar olvidar el peor trance al que pueden enfrentarse unos padres, sin odio hacia la mujer que raptó a su hijo, sabiendo que no podrán olvidar lo ocurrido pero decididos a seguir adelante con su vida. “Ahora que tenemos a mi hijo con nosotros no tengo rencor a Mireia. Está claro que ella tiene un problema, pero yo no le deseo nada malo”, reconocía ayer el padre. “No lo voy a olvidar en mi vida pero tenemos que intentar dejar atrás la angustia que pasamos durante esas horas”.
Apenas 24 horas después de que el pequeño Aimar se reuniera con sus padres en el Hospital de Basurto, la familia abandonaba ayer a mediodía el centro sanitario rumbo a su casa de Durango. Pedro, al volante, se deshacía en agradecimientos por todo el apoyo que han recibido estos días, sus manos abrazándose el torso en un emotivo gesto, el pulgar alzado y la satisfacción y la alegría reflejada en el rostro. Laura, su mujer, apenas podía hablar sentada en el asiento trasero, asido a su costado el capazo en el que viajaba el bebé. “Estamos felices de poder irnos por fin a casa con Aimar”, se despedían.
Feliz desenlace para una familia que pasó de la felicidad más absoluta, la del nacimiento de un hijo, al pánico más absoluto, el dolor más desgarrador: su secuestro por parte de una mujer que, haciéndose pasar por una sanitaria, se lo llevó de la habitación apenas 24 horas después de nacer. “Pasamos el jueves, con el bebé ya con nosotros, con un contraste de emociones, una montaña rusa de sentimiento; ahora estamos más tranquilos y relajados, deseando irnos a casa y descansar un poco mejor”, reconocía mientras cogía del coche el capazo en el que trasladar a Aimar, momentos antes de recibir el alta médica. “Han sido horas de mucha angustia, de no saber nada de tu hijo. No se lo deseo ni a mi peor enemigo”.
“Lo llegué a dar por perdido; estuvimos los dos, Laura y yo, mirando por la ventana, esperanzado que viniera un coche con noticias”, rememoraba ayer. Una llamada telefónica a las 4 de la mañana les abrió un rayo de esperanza, que permitió incluso a Laura conciliar un poco el sueño. “Hablé con el jefe del operativo de la Ertzaintza, Arkaitz. La habían visto por cámaras por Sabino Arana y Alameda Rekalde, y que había parado a comprar leche. Lo vi como una buena señal, porque al menos lo quería cuidar...”.
“Pegado a su madre”
Y a las 8.13 horas, la llamada, con mayúscula, la que más habían esperado. “Buenos días, Pedro”, le llamó el jefe del operativo. Él no supo qué pensar. “No, no; muy buenos días”, le repitió Arkaitz. “Tengo a tu hijo sano y salvo”. Quince minutos después, Pedro entraba de un salto a la ambulancia en la que llevaron de vuelto a Aimar al hospital. “Me dio un poco de impresión porque venía en una incubadora de cristal, con su mantita térmica pero desnudo”, revivía la imagen. “¿Está bien? ¿Está bien?”, repetía sin parar al personal sanitario que le acompañaba. Lo estaba; tanto el primer reconocimiento como las exploraciones que le realizaron posteriormente, ya en la habitación, confirmaron que el pequeño no había sufrido ningún daño.
Aimar pasó el día pegado a su madre, el lugar de donde nunca se lo debieron llegar, al que pertenece todo bebé. “No se ha separado de ella; creo que era lo que él necesitaba, el olor de su madre, lo mejor”, explicaba. Esa separación es lo único que altera a un niño, dice “muy bueno, que apenas llora, salvo cuando le quitan del cuerpo de la madre. En un momento Laura ha querido salir a airearse un poco, le he cogido yo y se ha cogido un berrinche... Luego ya le he calmado. Es castaño; dicen que se parece a mí, la niña es más a su madre”.
Pedro no tiene palabras suficientes para agradecer el apoyo que han recibido durante estos días, todas las muestras de cariño que les han arropado, el trabajo de la Ertzaintza y la colaboración ciudadana que les han permitido recuperar a su hijo. “No soy consciente todavía de lo que he vivido, de lo que nos ha pasado pero si al final Aimar está con nosotros es gracias a la colaboración de toda la ciudadanía, de la Ertzaintza, de policías, de ambulancias, de todo el Hospital de Basurto... Me han llegado muchísimos mensajes de apoyo de familiares, de amigos, de gente que ni conocía, pero los agradezco también”, le faltaban las gracias. “Quería agradecer en especial a la policía que tenemos su trabajo; no somos conscientes, hasta que no nos pasa algo así, de la pedazo policía que tenemos, lo bien protegidos que estamos”.
Ni una palabra para Mireia, la mujer que convirtió en realidad los peores temores que acechan a unos padres. “Si al principio la hubiese tenido delante la habría matado, pero ahora con mi hijo con nosotros, no le tengo rencor. Está claro que ella tiene un problema, pero yo no le deseo nada malo”, aseguraba, el rostro sereno. “Me inculcaron unos valores para no desear el mal a nadie, ni a mi peor enemigo”. Eso sí, pide que nadie tenga que sufrir como lo han hecho ellos. “Lo único que quiero es que no le pase a otra familia. Que la metan en un psiquiátrico o le den tratamiento, pero que no le vuelva a pasar a nadie más porque es muy duro, muy duro”.