Anorexia, tentativas de suicidio... La pandemia ha hecho una gran mella en los adolescentes.—En niños de 11 años para abajo hemos visto un incremento de la ansiedad, pero no requieren hospitalizaciones. Los que han enfermado son, en su mayoría, adolescentes, que necesitan estar en contacto con sus iguales, sus figuras parentales y escolares para desarrollar su identidad y madurar psíquicamente.
Justo lo que impidió el coronavirus cuando irrumpió en sus vidas.
—En marzo del año pasado se rompió toda posibilidad de relaciones interpersonales y se paró la escolarización, que tiene no solo una función de aprendizaje, sino también de autoestima. Todo se apagó, surgieron más problemas de convivencia en los entornos familiares en los que probablemente ya había dificultades previas y ese aislamiento masivo fue un revulsivo.
A eso hay que sumarle la incertidumbre que sufrimos todos.
—Los adultos tenemos una cierta capacidad de tolerarla, pero para el adolescente era imposible controlar esa incertidumbre tremenda sobre su futuro, su entorno: qué va a pasar con la salud de mis aitites y mis padres o a nivel laboral, ya que muchas familias han estado muy afectadas y eso les ha repercutido a ellos. Han tenido fallecimientos, enfermedades, han estado confinados, no han podido ir a ver a los abuelos al pueblo, han perdido costumbres y hábitos... Eso les ha provocado una angustia en una etapa en la que no tienen la capacidad de manejarla, un miedo a todo: al curso escolar, a qué va a ser de mí...
En septiembre volvieron a las clases presenciales. ¿Qué supuso?
—Perdieron libertad y espontaneidad. Cuando volvieron en septiembre a clase les dijimos: "No te salgas de la línea, si tu amiga está en otra aula no puedes estar con ella porque no está en el núcleo en el que te vas a desenvolver, prohibido estar ahí...". Fue terrible, terrorífico.
Expuesto en su conjunto, se antoja imposible de gestionar.
—Si a los adultos nos parece difícil, imagínate si tienes 15 años y llevas una décima parte de tu vida, que es una cantidad de tiempo inmensa, en esta situación de tal opresión. Esto supone un estrés crónico y mantenido difícil de aguantar. La incertidumbre, las pérdidas, los sentimientos de culpabilidad que los adultos nos hemos encargado de activar, el aislamiento... Todos son clarísimos factores de riesgo de depresión, de ansiedad y de reactivación de traumas del pasado.
Dice que los adultos les hemos hecho sentir culpables.
—Nadie ha entonado todavía el mea culpa por las acusaciones institucionales que hemos estado constantemente escuchando de que los adolescentes no obedecen, que van a matar a sus abuelos si se quitan la mascarilla... En lugar de reconocerles el esfuerzo tan tremendo que están haciendo, ellos han percibido una crítica, que es un menosprecio, un menoscabo de autoestima. Los que hacen botellón no tienen 15 años. Los negacionistas y los que más transgreden las normas son adultos. Esta sociedad tiene que estar orgullosa de sus adolescentes porque estamos en una guerra biológica y lo han hecho fenomenal.
Al pasar más tiempo en familia, ¿detectaron padres y madres a tiempo las consecuencias de todo este sufrimiento en sus hijos?
—Durante el confinamiento y este otoño también muchas familias no se percataron de que esta era una situación tan inmensamente extraña e impactante no solo para ellos, sino también para sus hijos. Muchos sí se dieron cuenta, pero otros no. Por eso nos llegaban ingresos de anorexias en situaciones de una desnutrición extrema.
¿Con la ayuda adecuada los adolescentes superarán las 'secuelas' colaterales de la pandemia?
—Es verdad que los adolescentes están sufriendo mucho, pero este malestar que tienen no es irreversible. Los adolescentes siempre responden muy bien a los tratamientos en salud mental. Creo que toda esta experiencia tan extrema les puede servir para fortalecerse y convertirse en breve en adultos jóvenes bien solventes. Yo no lo vería como un drama.
"En menores de 11 años hemos visto un incremento de la ansiedad, pero no requieren hospitalizaciones"