Un año de cambio de hábitos. La pandemia de coronavirus ha provocado que la vida, tal y como se conocía antes, haya cambiado radicalmente y se haya tenido que dar un giro de 180 grados a multitud de aspectos del día a día. Distancia social, mascarillas e, incluso, un confinamiento total.
365 días en los que las restricciones han llevado a buscar un salvavidas, algo con lo que desconectar de la crisis sanitaria que asola el mundo. La cultura y el deporte se han erigido como una de las pocas distracciones a las que recurrir. Pero, ¿cómo les ha afectado a estos sectores las restricciones?
Mientras plataformas como Spotify, Netflix, HBO o Amazon han visto sus ingresos multiplicados, los sectores más tradicionales han vivido en sus propias carnes las consecuencias de las medidas para frenar la expansión del coronavirus. En los primeros meses de confinamiento, los conciertos, funciones teatrales o lecturas afloraron en las redes sociales (no sin debate por la gratuidad de los mismos) pero, tras meses en la misma situación, ¿han conseguido sobrevivir?
Las fiestas, uno de los ejes de grupos musicales o compañías de teatro itinerantes, han visto como sus carteles iban cayendo uno a uno. Mikel Pikaza, de la compañía Malas Compañías, define este año como un tsunami para la cultura. Sin embargo, diferencia entre las consecuencias para el sector público y el privado. Él, como parte de la compañía itinerante ha conseguido hacer, al menos, la mitad de los bolos, lo que le ha valido para salir del paso. "Los ayuntamientos, en su amplia mayoría, han apostado por los espectáculos sobre todo infantiles", señala.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con su carpa de circo estable que tiene en Barakaldo. Y es que el confinamiento municipal impide que la mayoría del alumnado pueda acudir. Alude además a la dimensión pedagógica de las artes más allá del espectáculo.
Por el mismo camino se pronuncia Ramon Barea, que subraya el valor terapéutico que ha tenido el teatro en la vida de la ciudadanía en los meses más difíciles. Y, por ello, asegura que le gusta definirlos como teatros de guardia: "Estamos aquí para quien nos necesita". Y es que asegura que los teatros son pequeños faros de resistencia: "Ves cómo la gente que viene sonríe. Es un sitio para evadirse de esta situación, se busca eso". Y es que el actor asegura que, en estos momentos, "por necesidades de supervivencia, todos necesitamos volver a ser parte de un grupo".
"Me gusta definir los teatros como teatros de guardia; estamos aquí para quien nos necesita. Son pequeños faros de resistencia". Ramón Barea, actor
El mes de febrero comenzó con anuncios impactantes para el mundo de la cultura: cierra el teatro Kamikaze, cientos de salas de cine de todo el Estado cerrarán hasta nuevo aviso... A lo largo de un año, la mayoría del sector ha tenido que "resistir".
La plataforma Alerta Gorria, por su parte, lanzó meses atrás un mensaje de socorro y reclamaba soluciones para un sector "al borde del colapso". Y es que, como subraya Pikaza, aunque desde las instituciones ha habido un esfuerzo real por ayudar, el soporte económico no ha llegado a casi nadie. El motivo: "El problema es estructural", subraya.
Un futuro incierto
Lo mismo ocurre con el mundo del deporte. El mes de marzo golpeó con el cambio de fecha de los Juegos Olímpicos de Japón a agosto de 2021. Y aún habiéndolo retrasado un año, la situación deportiva a nivel mundial se ve dependiente de la situación de cada país con el virus, lo que ha provocado una inestabilidad también en este sector.
Mientras en los primeros meses de pandemia, la ciudadanía se lanzaba a las calles a hacer deporte, algunos incluso por primera vez para poder hacer un paréntesis en el confinamiento domiciliario, un año después y con la tercera ola encima, es uno de los hábitos que ha llegado para quedarse.
Gimnasios con cada vez más clientela y eternas dudas de ¿cuántas personas pueden ser los grupos para hacer deporte? Y ¿en los municipios de rojo? Aunque el deporte profesional vive una situación completamente distinta, su día a día se ha visto afectado de sobremanera. Así lo admite el piragüista paralímpico Higinio Rivero, que vio su sueño de participar en los Juegos Olímpicos de Japón retrasado un año más. Pero este cambio le ha servido para poder "ponerse a tono" antes de tiempo y llegar más en forma de cara a la competición olímpica.
""Durante este año de pandemia de covid-19 me las he arreglado como he podido para entrenar"". Higinio Rivero, piragüista paralímpico
Cuando comenzó el estado de alarma todo el mundo paró y los deportistas no fueron excepción. "Al principio no podía entrenar pero al paso de unas semanas, me enviaron un ergómetro y varios materiales para poder seguir manteniéndome en forma", comenta Rivero.
Tras varios meses sin poder salir de casa, las restricciones se redujeron, con lo que pudo volver a entrenar en el agua pero con un hándicap, no poder contar con ayuda en sus entrenamientos. "Me las arreglaba como podía. La ayuda llegó tarde", admite.
Ahora Rivero se encuentra en Sevilla preparándose para las próximas citas internacionales con un ojo puesto en Japón. "Se celebren o no las competiciones previstas voy a seguir con los tres picos de entrenamiento. Llevo desde junio en concentración para los campeonatos y no voy a cortar la progresión", asegura.
Esta posible alteración de fechas llega tras la complejidad de mantener en cuarentena a los tenistas en el Open de Australia o la burbuja que diseñó la NBA para acabar la competición. Un momento de incertidumbre en el que el todo o nada se siente más presente que nunca.
Paciencia, confianza y contención
Por Xabier Aierdi | Sociólogo
¿Qué se puede decir de la pandemia casi un año después que no se haya dicho ya? Un año de sorpresas, un año de incertidumbre y de tantas adaptaciones personales como personas hay. Además de los millones de muertes que ha causado este virus, como ha dicho Ivan Krastev, ha sido más un amplificador de tendencias corrosivas latentes que un agente de cambio. Ha incrementado tendencias que venían de largo y transitaban con a menor velocidad e intensidad. Es muy prematuro todavía para testar cuál será la profundidad de la mutación que acarreará la pandemia, pero en ningún caso será superficial sino sísmica y afectará a todas las fallas tectónicas de lo social.
Según el último Ulrick Beck, dos características adornan el tiempo presente: la velocidad y la metamorfosis. Beck sostenía que vivimos en un tiempo acelerado en el que instituciones y realidades sociales mutan su naturaleza impidiéndonos saber dónde estamos y a qué nos enfrentamos. Algo que podemos observar, por ejemplo, en el ámbito laboral. Se repite banalmente que necesitamos empleo de calidad, pero ¿es eso cierto? ¿No será que se precisa calidad en la retribución? ¿Alguien piensa que sobre un empleo débil pueda articularse una sociedad fuerte? La pandemia ha dejado claro qué trabajos, no siempre empleos remunerados, son esenciales dado que la sociedad no puede funcionar sin ellos.
La incapacidad para descifrar el presente es un factor que retroalimenta el despiste, la incertidumbre y las locas ocurrencias. Si como decía Tony Judt hay que elegir entre una política de la cohesión basada en unos propósitos colectivos o la erosión de la sociedad mediante la política del miedo, es la segunda la que va ganando terreno. El riesgo sistémico que traen los cambios laborales se ven agrandados por los miedos personales ante la enfermedad, y a todo ello se le suma una necesidad imperiosa de liberación espacial y social que no casa con la mesura en el comportamiento que la situación requiere.
El cansancio crece, la impaciencia florece y el disciplinamiento se devalúa. Todos creemos estar en una carretera en la que los carriles contiguos avanzan a más velocidad que aquel por el que vamos y nos saltamos la cola en la búsqueda de atajos personales. En este contexto todos los colectivos se sienten víctimas, se creen postergados y comienzan bien a legitimar pequeños ámbitos de impunidad en caso de que sean beneficiados bien a exigir imperiosamente un tratamiento privilegiado bajo el principio "¿qué hay de lo mío?".
Personalmente, me resulta incomprensible la cantidad de portavoces de algo, que un día sí y otro también, aparecen en los medios de comunicación comentando la existencia de desorganización o de falta de previsión de los planes. Pregunto simplemente si alguien sabría hacerlo mejor.
Este alud de víctimas junto con los aprobetxategis de turno, que te dejarían vendido en el último o en el primer bote del Titanic, me lleva a pensar en el dilema en el que vive el ser humano moderno. Un ser que queriendo sentirse persona solitari-zada, afirma no precisar de vínculos colectivos -"porque yo lo valgo"- y vive instalada en la cultura de la queja y en una absoluta incapacidad para ponerse en el lugar del otro; un otro genérico que seguramente precisa de mayores y urgentes cuidados. Esta actitud tan poco tolerante ante la adversidad debería abrir una oportunidad tanto para repensar qué somos, quiénes somos y cómo nos tenemos que cuidar, como para reforzar las estructuras institucionales-públicas. No está de más recordar que sin instituciones fuertes no hay sociedad que se sostenga en los momentos de zozobra.
Un conjunto de procesos paralelos, simultáneos y contradictorios articulan este tiempo como un nahaste-borraste que dificulta una salida solidaria. ¿Se escindirá la sociedad entre las personas ya vacunadas y las que quedan por vacunar? Pues probablemente. Sin estructuras de mediación las sociedades se desmoronan, y rehacerlas es quizás la tarea prioritaria. Por todo ello paciencia, confianza y contención.