Karrantza Harana - “Qué preguntas? ¿Por esos piezas?”. Las preguntas caracolean a bocajarro en la boca de Paco, vecino de Karrantza, mientras espachurra un cigarrillo contra el suelo. Junto a él, un amigo suyo que prefiere el anonimato se atreve con un enérgico “menuda mierda nos han traído. Anoche [en referencia a la de este pasado jueves] hubo un cisco de la virgen. Patrullas de la Ertzaintza, la furgoneta de atestados... A medianoche había todavía jaleo por aquí”, recitaba. El resultado, siete chavales detenidos que deberán responder ante la Justicia por los delitos de agresión a una monitora del centro, atentado a la autoridad y daños vandálicos.

Ayer mismo, una empresa especializada en la reforma y rehabilitación parcial e integral de edificios se afanaba en colocar nuevas ventanas en el inmueble habilitado por la Diputación Foral de Bizkaia para atender a menores extranjeros no acompañados. En el exterior, las señales de la trifulca todavía eran patentes: el contenedor de la basura reventado, los cristales de la puerta de entrada habían sido sustituidos por planchas de madera, los setos que bordean el camino de acceso tronchados...

El caserón, en el número 9 de la barriada de Rioseco, se alza al borde de la carretera que lleva hasta las famosas y visitadas cuevas de Pozalagua, a unos 2 kilómetros de Ambasaguas, el núcleo más grande de esta localidad vizcaína. Es allí donde repasan las fechorías presuntamente cometidas por varios de los menores residentes en este centro. Mundi, vecino también de la zona, empuña con arrojo su bastón y entona un “cachavazo que les va”.

Algo parecido pasaría por la cabeza de Pili cuando algunos de esos chicos trataron de robarle el móvil. A plena luz del día. En Ambasaguas. Con gente cerca. Se defendió a patadas y todo quedó en un susto. “¿Y si hubiera sido mi hija qué?”, imagina otra mujer, de camino al bar El Cruce, epicentro social de Ambasaguas. “Si me pasa a mí, me zarzeo con ellos”, ensarta el amigo de Paco. “Y luego te denuncian. ¡Qué más quieren ellos!, se responde él mismo. Raúl Palacio, alcalde de Karrantza Harana, apuntaba a la existencia de varias denuncias por robos en alguna casa. Los nombres empiezan a aflorar. “Pues yo he oído que algo ha pasado también con Isaac y con Izaskun”, telegrafiaba Mundi.

Van al supermercado y con el pegamento “se esnifan y ya está liada”, ilustra el amigo anónimo. “Que salgan me parece bien, pero que los vigilen. Están predispuestos a liarla. Les importa muy poco todo. Y encima son chulos. No les digas nada...”, agrega. “Han traído a esta gente porque dicen que se tienen que rehabilitar. Y eso hay que comprenderlo. Pienso yo. Le puede tocar a un nieto o una nieta mía y yo también querría para ellos una oportunidad”, reflexiona al tiempo que puntualiza: “pero si traen aquí a esta gente, pues que tengan gente especializada para tenerles a raya”, zanja.

A su lado, Paco asiente y alerta de otro comportamiento problemático, peligroso y turbio protagonizado por algunos de estos chicos: tirarse a los coches al anochecer en las cercanías de un restaurante que hay entre Ambasaguas y Rioseco. “Si un día pasa algo, tú te quedas con el remordimiento de haber atropellado a alguien. Y tienes que vivir con eso toda la vida? ¿Siempre hay que esperar a que pase algo malo para que se tomen medidas? Pero pobre de aquella persona a la que le haya tocado...”, subraya Paco.