La accesibilidad, la autonomía personal y la situación económica son los factores fundamentales que determinan las necesidades y soluciones de vivienda de las personas mayores. La inmensa mayoría quiere quedarse en su casa, seguir sumando años en el entorno conocido, mantener sus cosas, sus recuerdos de toda una vida, conservar la vivienda que tanto trabajo les costó comprar... Pero no siempre es posible.
“Una persona de 80 años que esté razonablemente bien pero que viva en un tercero sin ascensor ya sabemos que está abocada a tener un problema de vivienda y que en algún momento va a tener que salir de esa casa, porque cuando tenga 90 va subir con dificultad los tres pisos. En muchas ocasiones la casa puede convertirse en un motor de dependencia y eso tenemos que evitarlo”, asegura Mayte Sancho, asesora del Instituto Matia, quien confirma que “en general el deseo de las personas mayores es quedarse en su casa”. Para hacer realidad esa preferencia suele ser necesario abordar medidas de accesibilidad de las viviendas que no siempre son factibles.
Sancho señala que “el deseo de todos, de los mayores y también de los planificadores de políticas sociales, es que las personas sigan en sus casas, pero hay algunas que, por diversas razones, tienen que salir de su vivienda y es en esos casos cuando nos encontramos, tanto en Euskadi, como en general en los países del sur y en el Estado español, con que hay un desarrollo limitado de alternativas a la vivienda. Lo que hay, fundamentalmente, son residencias para personas muy dependientes o viviendas tuteladas para un perfil de personas que tienen demencias de todo tipo. Pero hay otras fórmulas y en este momento en muchos países de Europa, en Estados Unidos y en Canadá, por ejemplo, hay un desarrollo espectacular de alternativas de alojamiento para personas mayores”.
Según el Estudio sobre las Condiciones de vida de las personas de 55 y más años en Euskadi, el 94,3% de las personas mayores tienen su vivienda en propiedad; entre un 9,2% y un 15% de los ciudadanos vascos de 55 y más años declaran tener algún tipo de problema de acceso en su entorno habitual y con el aumento de la edad este tipo de problemas se incrementa. Así, el 18% de las personas octogenarias reconoce tener problemas dentro de su vivienda, un 27,7% en el acceso al edificio en el que viven, un 31,5% en el entorno inmediato y un 31,6% tiene dificultades al moverse en transporte público.
En la actual planificación urbanística y de viviendas se aplican normas de accesibilidad que tienen en cuenta la diversidad funcional de las personas y promueven entornos para todas las etapas de la vida. Aspectos como la inclusión de ascensores en edificios de varias alturas son obligatorios en las nuevas construcciones, pero no lo eran cuando se construyeron las viviendas en las que residen muchos de los mayores de hoy, de forma que casas que antes eran perfectamente válidas para esas personas, ahora, con la pérdida de movilidad o capacidades, se han vuelto inapropiadas.
El Estudio de Condiciones de vida señala que un 42,1% de los mayores de 55 años de Euskadi declaran que su vivienda está adaptada a posibles situaciones de dependencia, pero también hay un 48,9% de personas que necesitan ayuda para realizar una o varias actividades de la vida diaria que no disponen de una vivienda adaptada. Este informe también indaga sobre las preferencias de vivienda de los mayores vascos en caso de necesitar ayuda y los resultados son rotundos: el 83,4% de las personas preferiría residir en su domicilio frente a otras alternativas de alojamiento fuera de su casa. Además, a medida que aumenta la edad se incrementa esta preferencia por permanecer en su casa, que llega al 89,3% en las personas mayores de 80 años.
“Euskadi también está en ese momento de cambio que se vive en otros países en las soluciones a las necesidades de vivienda de las personas mayores, un cambio en la respuesta institucional que consiste en pasar del modelo residencial de toda la vida a otro que se acerca más al modelo casa, más parecido al entorno doméstico”, apunta Mayte Sancho. La alternativa residencial por la que apuesta la experta “son las viviendas para toda la vida”. “Son viviendas -detalla- diseñadas para que puedan asumir las situaciones de dependencia a través de apoyos externos, igual que muchos mayores que hoy en día reciben apoyos en su casa, pero de una forma más organizada.
Actualmente la Fundación Matia está promoviendo con el Ayuntamiento de Donostia unas viviendas para toda la vida, que contarán con apoyos y un entorno protector. Van dirigidas a un perfil que ahora es relativamente frecuente: parejas de entre 70 y 80 años en las que uno de los miembros de la pareja de pronto presenta una enfermedad que puede derivar en una dependencia importante, pero el otro está perfectamente. Para esas personas el entorno residencial no es muy amable, pero un hogar con apoyos sí lo es”. Mayte Sancho añade que hay una serie de patologías, como las demencias, el Alzheimer, los ictus y el Parkinson, que cada vez tienen más incidencia en la población y que “generan una necesidad de protección muy alta”. “Cuando un miembro de la pareja tiene una de estas causas invalidantes, una residencia no es el lugar más adecuado para los dos y seguir en casa puede ser bastante complicado”.
Junto a la accesibilidad y la adaptación de las viviendas para posibles situaciones de dependencia, el tema económico se ha convertido en los últimos tiempos en un factor clave de la opción residencial de las personas mayores, ya que la cuantía de las pensiones, la subida de precios, el coste de mantenimiento de los inmuebles y de los suministros básicos son a menudo una ecuación imposible de resolver. La necesidad económica de pensionistas propietarios de la vivienda en la que residen está generando fenómenos como los alquileres vacacionales y de habitaciones por parte de estas personas. No hay datos oficiales sobre cuántas personas mayores de 65 años han visto en el alquiler de alguna habitación de su vivienda a un inquilino o en la utilización de una parte de su casa como alojamiento para estancias cortas (alquiler vacacional) una manera de afrontar los gastos fijos, pero las plataformas inmobiliarias ya están notando la entrada en el mercado de este tipo de arrendador.
La práctica de compartir piso, que aún asociamos a un perfil de gente joven y, sobre todo, a estudiantes, ya no es exclusiva de los menores de 30 años y el envejecimiento también está teniendo su reflejo en las ofertas para la asociación residencial.
Otra fórmula de la que se está hablando bastante y que no solo ayuda a los mayores a compartir los gastos de la vivienda, sino que también resuelve el creciente problema de soledad, es el cohousing y, más concretamente, el senior cohousing. Se trata de la organización de varias unidades convivenciales, en las que los mayores tienen su espacio privado, en torno a zonas comunes que favorecen la convivencia entre los residentes. “El cohousing es una iniciativa que tiene amplio desarrollo desde hace muchísimos años, pero es una alternativa, como otras muchas, bastante minoritaria -afirma la experta del Instituto Matia-. Combinar espacios donde las personas puedan tener su lugar de intimidad, es decir su casa, con espacios comunes de relación y colaboración es una posibilidad. Pero hay muchas personas mayores que no están dispuestas, no quieren o no les apetece en ese momento de su vida asumir responsabilidades colaborativas, algo que es complejo y exige organización y cierta disciplina”.
Capitalizar la vivienda Hace unas semanas, en pleno debate social sobre la revalorización de las pensiones, el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, señalaba que un alto porcentaje de jubilados españoles posee casa en propiedad, lo que para él era “un factor importante a la hora de valorar las pensiones reales y netas”. Al margen de las numerosas críticas que le llovieron, la realidad es que ahora mismo hay personas mayores que han visto en la vivienda la solución para unas necesidades económicas que sus pensiones no cubren. Hay diversas fórmulas para que la casa se transforme en dinero o en una fuente de renta y entre ellas destaca la de la empresa vasca Kategora. “Sabemos que hay otras opciones en el mercado, como la renta vitalicia o la hipoteca inversa pero nosotros no las tenemos. El modelo más justo para nosotros es el de la venta con alquiler, las personas reciben todo el dinero, mientras que con la renta vitalicia van recibiendo pagos pero en el momento en que fallecen la empresa o el inversor se queda con la casa por la cantidad que hayan pagado hasta entonces, si ha pagado tres años, por ejemplo, por tres años de renta se han quedado con toda la casa”.