Madrid - Suculenta, Suculencias, Black Glass y Abaia son los nombres de las operaciones que el Seprona de la Guardia Civil ha llevado a cabo contra el tráfico ilícito de angulas, en un recorrido que pone en evidencia la cada vez mayor sofisticación del “negocio”, paralela al creciente interés del cliente chino.
Desde Suculenta, operación desarrollada en 2012 por la Unidad Central Operativa de Medio Ambiente (UCOMA) del Seprona, hasta Abaia, explotada en marzo pasado, el plato ha sido el mismo, la preciada angula. Para llegar hasta la mesa de China, los “cocineros”, es decir, los traficantes, han ido complicando la “receta” hasta crear tramas perfectamente estructuradas, con una arquitectura financiera que nada tiene que envidiar a otras organizaciones criminales, como resalta a Efe el capitán jefe del UCOMA, José Manuel Vivas.
El “chef” de una de estas organizaciones -una empresa de Tarragona- ya cayó en 2012 en la operación Suculenta y volvió a caer en la última, la Abaia. Y en el camino, ha ido sumando ingredientes a la base principal del plato, al tráfico ilícito, que ha sazonado con blanqueo de capitales, empresas pantalla, falsedad documental y delito contra la fauna, todo bajo la estructura de organización criminal.
“Ahora ya se puede hablar de trama”, subraya el capitán del Seprona, quien recuerda que el mercado chino ha servido de acicate a las organizaciones para mantener una actividad ilegal creciente. Todo ello con el consiguiente perjuicio a la especie, al principal ingrediente, ya que el tráfico de angulas está diezmando la población de este alevín y en 2010 la Unión Europea tuvo que establecer un cupo cero para su exportación, decisión que renueva año tras año.
Mientras, CITES (el convenio internacional de especies amenazadas de fauna y flora que asegura que su comercio no amenaza su supervivencia) tiene incluida la angula en su Apéndice II. Precisamente por este control, el precio del producto subió, los chinos pagaban cada vez más y algunos comerciantes vieron en ello un filón.
Métodos De hecho, en las primeras operaciones las cantidades detectadas desviadas al comercio ilícito eran pequeñas, como los 530 kilos que en 2012 se localizaron en un contenedor en el aeropuerto de Barcelona. Hasta la novena caja, los agentes no las descubrieron porque intentaron camuflarlas entre peces de escaso valor que sí declaraban pero a los que adjudicaban un precio más alto para “abultar” las facturas y blanquear los beneficios de las angulas, cuya venta fuera de la UE está totalmente prohibida.
Paso a paso, las organizaciones han ido avanzando en la cocción de sus modus operandi para obtener los resultados más jugosos, hasta el punto de contar con una arquitectura financiera en la que no faltan las empresas pantalla y modos más sofisticados de blanqueo.
Así, en el caso de la última operación la trama española no dudó en aliarse con otros cocineros, unos empresarios griegos que recibían la mercancía después de haber pasado, metida en camiones especialmente habilitados con una especie de piscinas, por Barcelona, de allí en ferrys a Italia, país que cruzaban de oeste a este vía terrestre, y otra vez por mar a Grecia. Allí los empresarios se quedaban con una pequeña cantidad de angulas y enviaban el grueso de la mercancía a los clientes chinos, previo paso por Hong Kong.
Unos y otros obtienen con esta actividad golosos beneficios. En el caso de los españoles, la ganancia por kilo de angula (ilegal) puede ser de 1.000 euros una vez descontados los 300 o 400 que pagan al pescador furtivo y otros 100 de “gestión”, ya que la venden a los chinos a unos 1.500 euros frente a los 500 del mercado legal. El receptor convierte un kilo de angulas en 1.250 kilos de anguilas, es decir, ya engordadas y despojadas de cabeza y espinas.