“El era mi príncipe azul. Al principio se comportaba como un gran seductor que me protegía y me cuidaba. Tenía 16 años y estaba enamorada”, relata Ana. “Cuando se consolidó la relación -duró nueve meses- él me pidió que no quedara con mis amigas porque deseaba estar todo el rato conmigo; me controlaba el móvil, las llamadas, mis movimientos. Yo lo percibía como una manifestación de amor, pero ahora sé que era una táctica de aislamiento y que una persona aislada, como era mi caso, resulta más vulnerable y le es más difícil salir del maltrato y todo porque pensamos que los celos forman parte del amor”, recuerda como si fuera hoy, aunque hayan transcurrido ya dos meses desde que diera el primer paso para salir del pozo negro al que le había arrastrado su traumática relación con Mikel, de la que aún arrastra secuelas psicológicas. “Me tengo que medicar y la semana próxima empiezo con el psiquiatra; estoy rota por dentro y lo peor es que he arrastrado a mi familia, a mis amigas, a los que me quieren de verdad”, se sincera esta adolescente de Sestao que ha dejado de ser la pizpireta joven de antes de iniciar la tóxica relación.

Desde el principio, Mikel de 18 años, demostró ser un celoso empedernido, pero Ana no detectó este síntoma como otra forma de maltrato. “Éramos de la misma cuadrilla y todo empezó a torcerse entre nosotros cuando cada semana me decía que me iba a dejar, que era muy poca cosa; que sin él no valía para nada. Me manipuló de tal forma que me tenía en sus manos; me lo llegué a creer y me convertí en su juguete”.

Tras una discusión de adolescentes llegó el primer tortazo. “Me asusté y él llorando me pidió que le perdonara , me juró que no lo volvería a hacer y entonces empezó a tratarme como a una reina, a ayudarme a hacer los deberes, a decirme lo mucho que me quería... yo seguía creyéndole porque estaba enganchada a él”. Sin embargo, “los golpes volvieron a aparecer por cualquier tontería e iban en aumento. Cada vez que me pegaba llegaba luego la reconciliación que él la definía “como una nueva luna de miel”.

La última paliza que le propinó Mikel llegó en septiembre. Fue de tal calibre que Ana ya no pudo soportarlo más y al llegar a casa, con el cuerpo y la cara amoratados y con la ropa rasgada, el material escolar desparramado, llamó a su mejor amiga y, sin poder dejar de llorar, le contó lo que le sucedía.

el miedo a contarlo “Mi amiga se sinceró con su ama y las dos vinieron a casa a contarle a mi madre lo que me ocurría; yo tenía miedo, estaba aterrorizada y sin fuerzas para decirles que mi novio, que había estado en casas muchas veces, me pegaba. Mi familia, incluido mi hermano mayor decidieron que lo mejor era interponer una denuncia y el juicio saldrá en enero”, explica Ana.

A las humillaciones públicas entre las víctimas de violencia machista se suma el miedo y la vergüenza. Además, en el caso de la joven sestaoarra tiene el añadido de que la mayoría de la cuadrilla de Mikel no le perdonan que le haya denunciado por agresión: “Creen que es una invención mía. Él les ha contado otra historieta porque es un manipulador y un encantador de serpientes. Afortunadamente mis mejores amigas y mi familia me apoyan; sin ellos no podría salir adelante; volvería con él, porque le hecho de menos; me ha anulado de tal forma que creo que sin él no valgo ”, se confiesa.

Ana es una de las miles de adolescentes que en el Estado y en Euskadi sufren en sus carnes la violencia machista. Las organizaciones que trabajan en este área advierten con inquietud la normalización de las conductas violentas en el entorno de los jóvenes y el importante papel “transgresor” de las nuevas tecnologías en este ámbito. De hecho, seis de cada 10 adolescentes víctima de violencia de género sufrieron acoso a través del móvil y las redes sociales, según un estudio de la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR). Además, y esto es lo mas preocupante, más de la mitad, un 51,1% no era consciente de que estaba siendo maltratada.

sin identificar el maltrato “Esto hace que las víctimas no sientan la necesidad de pedir ayuda hasta que la situación es insostenible, y que las adolescentes no identifiquen las conductas de abuso psicológico como, por ejemplo, el control del tiempo de las amistades, la forma de vestir, del dinero, de los proyectos o el chantaje”, explica Ianire Estébanez, psicóloga, especialista en prevención de violencia y formación. “El mito del amor romántico está tan interiorizado que las adolescentes no perciben nada raro cuando sus maltratadores comienzan a agredirlas”, apostilla la psicóloga.

Más del 80% de los adolescentes y jóvenes del Estado de 14 a 19 años afirma conocer o haber conocido algún acto de violencia de género en parejas de su edad. De hecho, son capaces de identificar una media de cinco actos por persona de violencia ejercida por chicos y una media de 3,7 de violencia ejercida por chicas.

Además, a lo largo de 2015 se presentaron en el País Vasco 178 denuncias por delitos de libertad sexual. El 41% de ellas eran de jóvenes de entre los 14 y 17 años; el 15% tenían entre 18 a 20 años.

“Las relaciones de pareja de adolescentes y jóvenes continúan articulándose en torno a mecanismos de posesividad y de control basado en el ideal de la exclusividad, lo que da lugar a un comportamiento potencialmente agresivo por ambas partes, aunque más frecuente y muchísimo más grave por parte del chico”, según se desprende del reciente estudio de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).

En las relaciones sentimentales se mantienen los ideales tradicionales. Las parejas se basan en la idea del poder sobre el otro, e incluso el 59,4% de los encuestados están bastante de acuerdo con que “el chico debe proteger a su chica”. Esto se traslada a los tópicos en las relaciones sexuales, en las que ambos sexos coinciden en la idea de que la fidelidad es importante. “Aunque nuestros jóvenes se consideran muy modernos, sus modelos de sexualidad son parecidos a los de nuestras abuelas”, apunta Ianire Estébanez.

Para esta psicóloga experta en violencia de género, no hay soluciones mágicas contra la violencia que se ejerce contra las mujeres tras siglos de dominación patriarcal, pero falla la educación. “Sólo se actúa y trabaja cuando sucede lo peor; pero eso es trabajar en solo en la dolencia final, cuando lo que debe hacerse es actuar sobre los valores de tolerancia hacia el otro, a saber aceptar los noes”. Y hay pocos recursos para educar en la igualdad desde la infancia. Hay que aprender a gestionar una ruptura sobre todo porque alguien ha dejado de quererme. Estamos actuando sobre el castigo y no la prevención”, subraya Estébanez.

Las menores reproducen los modelos de las canciones, las películas y la publicidad y piensan que , sin él, no son nada. “Por eso hay que explicarles qué son relaciones afectivas saludables y ayudarles a reflexionar sobre lo que supone una relación basada en el amor, el respeto, la confianza, la comunicación. En las series de televisión que ven las chicas, la desigualdad está tolerada y generalizada”, señala Andrea Momoitio, la experta en género de Pikara Magazine.

influencia fatal El paso del control a las agresiones sucede rápidamente, reconoce Estefanía, una adolescente alavesa de 17 años, quien tiene protección y su exnovio una orden de alejamiento por los constantes maltratos a la que le sometió durante dos años. Estefanía, de 17 años, como Ana, tuvo la mala suerte de enamorarse de un maltratador, “cuya influencia puede ser determinante en un momento crucial de sus vidas”, añade Estébanez.

Cuando Estefania dejó de estar constantemente a disposición de Javi, empezó a sufrir insultos terribles, otra señal clara de maltrato, pero ella no lo atisbaba”. Luego aparece la violencia y es una espiral con fases de luna de miel, tras las cuales vuelven los malos tratos. “ A mí me decía que si le dejaba se iba a suicidar y como le quería, le creía”.

Pero Estefania comenzó a tomar conciencia de que tenía un grave problema cuando Javi empezó a llamarla“zorra” porque llevaba minifaldas y “puta” porque seguía hablando con su cuadrilla de toda la vida; cuando le controlaba por móvil y no dejaba de mandarle SMS intimidatorios. “Él vive en una urbanización de Gasteiz y es hijo único y en casa siempre ha estado muy consentido, aunque siempre ha sido problemático. Me alarmé y decidí zanjar la relación cuando me dijo que me iba a encerrar en el sótano de su casa donde nadie me encontraría y que haría de mí lo que él quisiera”, explica la adolescente alavesa.

Javi continúo acosándola y la familia de Estefanía interpuso una denuncia; el joven tiene una orden de alejamiento. Aunque no sufrió maltrato físico, tiene un largo y tortuoso camino hasta restablecer su autoestima, para recuperar las ganas de vivir. “Me decía que era una mierda y terminé por creérmelo”, sentencia.