donostia - El 83,7% de los jóvenes están implicados, de una u otra manera, en situaciones de bullying o acoso escolar, mientras que un 69,8% lo están en situaciones de cyberbullying. Así se desprende de un estudio realizado por la catedrática de la UPV Maite Garaigordobil, en el que tomaron parte, durante los cursos académicos 2011-2013, un total de 3.026 alumnos vascos de 12 a 18 años. Este mismo estudio refleja que dos de cada tres víctimas son a su vez acosadores, mientras uno de cada tres cybervíctimas son también cyberacosadores.

Esta investigación llevó a Garaigordobil a poner en marcha un programa experimental que se ha desarrollado en tres centros guipuzcoanos. Según explica la propia impulsora del proyecto, la respuesta de los alumnos ha sido “muy positiva”, admitiendo los propios estudiantes que el programa les había potenciado “muchos cambios positivos en sus pensamientos, emociones y conductas relacionadas con la violencia”. De hecho, según ha constatado Garaigordobil, tras participar en este programa, se hace patente entre los alumnos la “mejora de la capacidad de empatía”, el “incremento de la autoestima”, la “reducción de estrategias agresivas” y de “conductas de agresividad premeditada” con la consiguiente “reducción del número de víctimas y acosadores”.

Uno de los grandes problemas a la hora de hacer frente a situaciones de acoso escolar es la percepción de la violencia que tienen los propios jóvenes y es que, según señala la responsable del programa, mientras que las víctimas son perfectamente conscientes de la situación que padecen, los agresores no tienen en cuenta las consecuencias de sus actitudes y justifican las prácticas de acoso como “una broma”.

daño “En ocasiones los acosadores son muy conscientes del daño que ejercen, pero sienten placer ejerciendo esa violencia, es decir, en algunos casos existe ese componente perverso. Sin embargo, en otras ocasiones no tienen mucha conciencia del daño que infligen a otros y hay jóvenes que decían hacerlo como una broma, como un juego, sin tener una conciencia clara sobre las graves consecuencias de sus conductas”, remarca la catedrática.

Por su parte, las víctimas desarrollan conductas de “ansiedad, depresión, estrés, miedo, ira, frustración, trastornos del sueño, problemas de rendimiento escolar, problemas físicos debidos a las tensiones que experimentan, y algunos piensan en el suicidio como medio de salida de esta situación”.

Sin embargo, además de víctimas y acosadores, hay otra parte del alumnado que juega un papel fundamental. Se trata, como los define Garaigordobil, de los observadores. “Observar el acoso y no hacer nada tiene efectos perniciosos, ya que los observadores se convierten en personas insensibles frente al dolor ajeno, muchos tienen sentimientos de culpa por no actuar, otros experimentan miedo y desarrollan personalidades sumisas frente a los agresores, e incluso aprenden que la violencia puede ser útil para conseguir objetivos”, alerta.

Desde que salieran a la luz los primeros casos de acoso escolar, algunos de ellos con finales trágicos -en Euskadi el caso de Jokin Ceberio (2004) marcó un antes y un después - casi todos los centros educativos han incorporado protocolos de actuación que no siempre son efectivos. Uno de los principales motivos es que las víctimas se sienten culpables de la situación, lo que les lleva a ocultarlo y no denunciarlo. De hecho, según asevera Garaigordobil, “las personas que denuncian son aquellas que sufren una victimización severa o grave”, por lo que el número de casos reales de acoso es bastante mayor que lo que reflejan el número de denuncias.