Dicen que los bebés duermen como angelitos, pero más de uno debe tener el tridente escondido bajo el pijama. Las noches de insomnio, incluidas en el pack de bienvenida a la maternidad, a menudo se prolongan en el tiempo. Cuando ya no hay antiojeras que disimule las secuelas, cada cual sobrevive como puede. María metía a sus hijos en su cama y su hermana adormilaba a la suya botando sobre una pelota preparto. Ainhoa también daba saltitos con su recién nacido, pero sobre la cama, y cuando no funcionaba, lo paseaba por la calle de madrugada. Hay quien ha llegado a poner a la criatura encima de la lavadora y quien intenta arrullarla con el ruido del secador o la campana extractora. Otros innovan a la desesperada, como Marta, que le dejaba una cubertería de cien piezas para que las sacara y metiera hasta que caía rendido. El cuchillo jamonero, bromea, se lo quedaba ella para hacerse “el haraquiri cuando no lograba dormirlo”. Usue y Laura, dos de estas madres que no han vuelto a soñar del tirón, cuentan su experiencia.
“No dormir y tener que trabajar es muy duro”
El nacimiento de su hijo, siete semanas antes de lo previsto, le debió de quitar el sueño y, trece meses después, no lo ha conseguido recuperar. De hecho, el niño se sigue despertando cinco o seis veces cada noche. Lejos de ocultarlo, Usue Ariz lo comparte para que otras madres en su misma situación no se sientan culpables. “Si no lo contamos, creemos que es un problema nuestro, que estamos haciendo algo mal”, dice, convencida de que “el sueño es un proceso de maduración y ya llegará otra etapa en la que duerman”.
Tras pasar 19 días en la incubadora, su pequeño fue dado de alta, pero en casa le costaba conciliar el sueño. “Empezó a estar nervioso, le costó mucho coger el pecho y tenía que alimentarse cada hora. Supongo que le pasaría factura no haber tenido a su madre los primeros días”, sospecha. Al principio se lo ponían encima del pecho para dormirlo. “Así notan el calor, el corazón y se relajan. Si lo dejábamos, se despertaba enseguida”, recuerda. Con los meses, “se fue tranquilizando, pero dormía, como mucho, tres horas seguidas”. Hoy, cumplido el año, no ha superado ese récord. “A veces se despierta cada hora, a veces cada tres. Con el pecho se calma muy pronto. Yo creo que busca no tanto la leche sino el contacto”, interpreta su madre, que duerme, cama con cuna, pegada a él para que ninguno se desvele. “Interrumpe el sueño muchas veces, le pongo al pecho y se vuelve a dormir. Así estamos toda la noche”. Y cuando ella no puede, dice, “lo duerme su aita con la mochila por casa”.
A Usue le da envidia oír que otros bebés duermen del tirón o se despiertan solo un par de veces, pero nunca se ha planteado poner en práctica métodos como el del doctor Estivill. “No creo que sea agradable para nadie dejar a su hijo llorar hasta que se duerma, pero el cansancio y la presión social te pueden llevar a hacer cosas con las que no estás de acuerdo”, comenta, más partidaria de “mirar a los bebés de uno en uno y ver qué necesitan”. Recién incorporada al trabajo, pide bajas maternales más largas. “El problema no es tanto de los bebés como de las madres que tienen que ir a trabajar. Es duro no dormir bien y tener que rendir al máximo al día siguiente. Deberíamos replantearnos el valor de la crianza de los hijos en la sociedad”, reivindica.
“Nunca sabíamos dónde nos íbamos a despertar”
Con su primer hijo, que ahora tiene 11 años, intentó poner en práctica el método Estivill, ese en el que “no les puedes ni dar la mano”. No le dio resultado. “Se bajaba de la cama y, como le cerrábamos la puerta de nuestro cuarto, la aporreaba desde el pasillo. Le teníamos llorando al pobre, desquiciado, hasta que se acababa durmiendo. Pensamos que los vecinos iban a hacer vudú con nosotros porque era todas las noches, quinientas veces, y como intentábamos que aprendiera, a veces le gritábamos”, recuerda Laura García. El niño no empezó a dormir del tirón hasta los cuatro o cinco años, cuando le explicaron que su madre, embarazada, necesitaba descansar.
Convencidos de que su primogénito “se dormía angustiado” pensando que le “hacían de lado”, al segundo le acompañaban hasta que conciliaba el sueño. “Me ponía en una tumbona al lado de la cuna y le daba la mano. Luego me iba yendo poco a poco: me sentaba en el suelo agarrándole un dedo, me tumbaba un poco más adelante... Había veces que colaba y otras que cuando estaba en la puerta, ¡amatxu!, y tenía que volver a empezar. Era como perder al parchís”, compara. Acostumbrado a que se metieran en su cama cuando se despertaba, hoy es el día en que, con 6 años, demanda su presencia para dormirse. “Estamos él, yo, tres o cuatro muñecos y cualquier día vendrá mi marido a la cama de 90”, bromea Laura. Atrás quedaron las noches ajetreadas. “Un día acabamos todos en una cama que no era la nuestra. Nunca sabíamos dónde nos íbamos a despertar”.
El germen del libro, en internet. El libro, prologado por el conocido pediatra Carlos González, tiene su origen en el foro de padres de la web www.dormirsinllorar.com, que cuenta con 15.000 usuarios. A lo largo de sus más de 250 páginas se aborda el sueño infantil desde los 0 meses a los 5 años ofreciendo estrategias adecuadas para cada etapa.
La rutina, del baño a la cama. Según explica Begoña Sanz, coautora de la obra, una de las claves del sueño infantil es “la rutina: baño, cena, lavarse los dientes, hacer pis, ir a la cama, un cuento... Según se acerca la hora de dormir hay que bajar la intensidad de las actividades y apagar la tele. Se recomienda no cenar justo antes de irse a la cama”.
El ambiente. La temperatura idónea para dormir se sitúa en torno a los 18 o 20º. Un error habitual que se comete, según advierten las autoras, es abrigar a los niños demasiado. Como norma general, señalan, basta con cubrirles con una capa más que las que llevan los adultos. También recomiendan ventilar la habitación cinco minutos antes de dormir y mantener la humedad relativa del ambiente entre el 40 y 70%.
Los miedos. En el libro se sugiere observar la habitación tal y como la ve el niño de noche. Puede que la sombra de algún objeto parezca “terrorífica” o que haya algún ruido “misterioso”, como una lavadora. Si le asusta la oscuridad, proponen jugar de día a estar a oscuras y buscarse con una linterna o hacer sombras chinas en la pared. Una luz quita-miedos también le puede ayudar.
Mellizos o gemelos. Al poner a los recién nacidos juntos en una misma cuna, tal y como se recoge en el libro, siguen un horario similar y sincronizan sus sueños. A partir de los cuatro meses, empiezan a moverse y podrían molestarse, por lo que sería el momento de separarlos.
Salida de los dientes. Durante la salida de los dientes es habitual que los bebés se despierten más veces. Las autoras aconsejan aliviarles dándoles mordedores refrigerados o usando un gel refrigerante para encías, previa consulta del pediatra.