andrés goñi
vitoria. A punto de enfilar la vía que presumiblemente debería anunciar el final de su carrera, Gonzalo Antón San Juan (63 años) ha decidido regresar a sus orígenes, si es que algún día renegó de ellos. El empresario mirandés, que lleva desde los 14 años ligado a la hostelería, vuelve a la arena empresarial liderando esta vez un nuevo proyecto en su Miranda natal. En concreto, se trata de un hotel de cuatro estrellas ?el primero de tal categoría en la capital? que inaugurará en los próximos días y para el que ha reunido en torno a la sociedad Jugose a cinco socios que han llevado a cabo una ambiciosa inversión de cinco millones de euros. El resultado es un establecimiento de 52 habitaciones bautizado como Ciudad de Miranda, que ocupa gran parte de la superficie que en su día albergó el restaurante Neguri ?gestionado por el propio Antón hasta su cierre en 2009? y de cuya ejecución se han encargado los arquitectos Jesús Zárate y Cristina Zárate. El interiorismo, por su parte, ha corrido a cuenta de la firma P&B Asociados. En palabras del propio empresario, el hotel nace con una filosofía muy definida de “modernidad, dinamismo y precios muy competitivos”, especialmente en su área de restauración, que estará gobernada por Mikel Castañares, uno de los cocineros que forman parte del equipo del restaurante Zaldiaran, el único a día de hoy con una estrella Michelin en Vitoria.
Tras casi dos años de obras, el proyecto ha generado veinte puestos de trabajo directos y hasta 35 indirectos, remarcan sus impulsores, y salta al mercado mirandés con cuatro estrellas bajo el brazo, una circunstancia que no es casual. En un primer momento, el grupo inversor barajó un establecimiento con un escalafón inferior, sin embargo ganar rango en este sentido, aseguran fuentes del sector, permite acceder a subvenciones públicas, un extremo que el propio Antón confirma. El hotel ha recibido un paquete de ayudas considerable a fondo perdido por parte de la Agencia de Inversiones y Servicios (ADE), dependiente de la Junta de Castilla y León, que pretende regenerar “zonas deprimidas” como la de Miranda de Ebro tras el cierre, en el aire aún, de la central nuclear de Santa María de Garoña. El hotel será inaugurado sin grandes fastos el próximo martes 23 de agosto.
polémica lonja de san antonio
Dolido pero firme
La presentación del enésimo proyecto de este empresario coincide con la polémica suscitada en los últimos días en el Ayuntamiento de Vitoria a cuenta del contrato que éste, en tiempos de Alfonso Alonso como alcalde, firmó en 2007 con el mirandés para alquilar una lonja de su propiedad en la calle San Antonio que hoy ocupa la oficina municipal delSíndico y los Servicios Sociales. Un contrato blindado para los próximos 20 años que ha desatado una fenomenal bronca en toda la oposición municipal, que hace unos días acordó una comisión de investigación para pedir explicaciones al actual alcalde, Javier Maroto. Aunque la legalidad del contrato, según técnicos municipales, parece fuera de toda duda y al supuesto pelotazo se le presume poco recorrido, el daño realizado a la figura del empresario “ya no tiene remedio”, sugieren algunos amigos cercanos, que advierten que “Gonzalo está dolido pero firme, y no va a flaquear ni un ápice en todo este asunto”.
No será ésta la única vez que la polémica envuelva la carrera de un emprendedor tan ambicioso. Con una trayectoria tan larga y absorbente como la suya ?cabe recordar que Antón comenzó a trabajar a los 14 años como camarero en el ya desaparecido Txapela de la calle Prado?, es lógico que la nómina de sociedades y negocios puestos en marcha cuente con tantos éxitos y fracasos que resulten difíciles de discernir. Antón, que a pesar de no tener estudios ?“siempre fui muy poco amigo del colegio”, reconoce a este periódico?, “es un tipo muy hábil y listo”, asegura un estrecho colaborador, siempre ha tejido su trayectoria profesional alrededor de la hostelería. Al Txapela de los comienzos le seguiría años después el histórico Carey, un restaurante adelantado a su época que entonces dirigía Juantxu Gorospe en la calle Sur ?hoy Manuel Iradier? y donde el joven Antón, con apenas 17 años, se empapó de las esencias que rigen la alta cuisine. Aquél era un local de boato y altísimo nivel. Y como ejemplo del esnobismo que destilaba basta un detalle llamativo como la obligación para los hombres de asistir a sus diferentes comedores con americana y corbata. De lo contrario, el servicio del restaurante se lo facilitaba a la entrada.
En aquel ambiente cosmopolita y en aquellos años de prosperidad social y económica en una capital que apenas superaba los 70.000 habitantes resulta inevitable que Antón no decidiera instalarse por su cuenta para hacer negocios y ganar dinero. Y así ocurrió, por ejemplo, con la puesta en marcha del pub Dicken’s, en la calle San Prudencio (hoy MollyMalone), el Key’s en la misma calle (hoy Signum) o la entonces recién estrenada Peña Vitoriana Tenis Club, situada en el elitista barrio de Armentia, donde comenzó a fraguar realmente su carrera como gestor.
Son años de interminables jornadas de trabajo donde el protagonista de esta historia sueña con “comerse el mundo”. Una actividad profesional que le engancha y le permite lograr una posición social, pero que sin embargo no logra calmar su ambición. Por eso tiende deliberadamente a “complicarse la vida” asumiendo varios negocios a la vez. Una forma de actuar que ya puso en marcha entonces y que sigue haciendo hoy. “Siempre ha tenido la suficiente capacidad de trabajo para ello”, aporta un colega.
De ese modo, a comienzos de los años 80 impulsa el restaurante Olárizu, convierte a su querido Dicken’s en el restaurante más vanguardista de la época en Vitoria, y asume la gerencia en 1984 del Zaldiaran, el buque insignia que sigue moldeando a su gusto hasta convertirlo en uno de los principales referentes de la cocina vitoriana. Desde este templo culinario, Álava pasó a jugar en la primera división de los fogones, asomándose a un mundo hasta entonces inalcanzable que atrajo hasta la capital alavesa a los mejores cocineros y las mayores promesas del mundo gracias a las Jornadas de Alta Cocina que organizó durante 18 años. Por aquellos años asume también la gestión del restaurante del Club de Golf de Larrabea, pone en marcha una discoteca en el parque del Norte, también un asador que no termina de cuajar, un estudio de arquitectura e incluso flirtea con la pelota profesional hasta el punto de faltar “muy poco” para crear una empresa de la mano de Benito Nalda. “Era un mundo demasiado complicado de gestionar”, asumió entonces.
Y llega 1987.El año que marca un punto de inflexión en su carrera. Cuando su olfato le lleva hasta Rioja Alavesa, concretamente hasta la localidad de Villabuena, donde funda la bodega Izadi de la mano de su suegro y un poderoso grupo de empresarios locales ?entre ellos Juan Luis Arregui, exfundador de Gamesa? que aún hoy continúan ligados a un proyecto que poco tiene que ver con el original. Porque aquella coqueta bodega inicial ha dado paso con el tiempo a un grupo empresarial en toda regla, Artevino, que aglutina a las firmas Izadi, Orben, Finca Villacreces y Vetus en denominaciones de Ribera del Duero, Toro y Rueda. Bajo su batuta y la de su hijo Gonzalo, que desde 2009 ejerce en la empresa con mando en plaza, Artevino ha crecido un 20% anual en los últimos tres años y ha logrado vender un 40% de su producción en el extranjero, especialmente en los mercados de Gran Bretaña yAlemania.
A estas alturas de su vida, empresarialmente lanzado, se antojan ya pocas cosas capaces de resisitirse a la fijación de este empresario. Y el fútbol, que es un deporte que le apasiona, es una de ellas. Así que a él se entregó durante 15 años, transformando a un club de provincias como era entonces el Deportivo Alavés en un ejemplo de gestión profesional a todos los niveles que protagonizó varios ascensos antes de alcanzar la máxima categoría en 1998 y, sobre todo, tocar el cielo en 2001 con la inolvidable final de la Copa de la UEFA en Dortmund.
polémicas y fracasos
Aquel museo del vino...
Son días aquellos de luz, focos y buena prensa, que no tardarán en difuminarse tan rápido como el balón deje de cruzar la línea de gol, “algo que tarde o temprano siempre acaba por llegar”, justifica hoy. Descensos, fichajes calamitosos y una polémica venta de sus acciones en 2004 al ucraniano Dimitry Piterman pusieron el punto final a una relación profesional que arrancó en 1996 de la mano de un grupo de empresarios donde figuraban ilustres de la sociedad vitoriana como Gregorio Rojo y Pedro Foronda, a los que el mirandés dejó fuera poco después de que el club se convirtiese en Sociedad Anónima Deportiva (SAD). Años después de aquella afrenta, siendo presidente Rojo de la Vital, trataría de cobrarse venganza solicitando “como aficionado y accionista” una auditoría de la gestión del ya expresidente en los últimos diez años “para depurar responsabilidades, si las hubiera”.
La cosa no pasó de ahí y Antón se mantuvo durante un tiempo a la sombra, alejado del ruido mediático que genera el fútbol ?“llevar un club es como gestionar cinco empresas a la vez”, ha dicho alguna vez? y, sobre todo, de “las muchas mentiras que se virtieron sobre él con todo el asunto de la venta de sus acciones a Piterman”, explica un colaborador. Así y todo, en más de una ocasión tuvo que visitar el Juzgado como testigo en las causas por los despidos improcedentes que el ucraniano llevó a cabo con antiguos colaboradores suyos en el Deportivo Alavés.
También para entonces ya era historia quizá uno de sus mayores fracasos, un ambicioso proyecto que pretendía construir en el emergente barrio de Zabalgana una ciudad del ocio de renombre internacional con 108 millones de euros de inversión privada. Aquel gran proyecto turístico y de ocio acogería un museo mundial del vino, cuya construcción se encargaría a un arquitecto de prestigio internacional. “Será el mayor atractivo de Vitoria, a la altura del Guggenheim”, explicaba eufórico el empresario aquel 12 de octubre de 2002. La idea nació bajo el manto del Alavés, que esperaba lograr con esta ambiciosa operación recursos atípicos para lograr un mayor dimensionamiento de la entidad. Pero no pudo ser y nada más se supo de aquella historia que las maquetas y llamativas infografías que cautivaron a prácticamente todo el espectro político y empresarial alavés. “Quizá presentamos el proyecto en el momento menos adecuado”, recuerda hoy.
Como tampoco cuajó el chateaux que Izadi se propuso levantar en Laguardia en 2009 y que inicialmente vendría acompañado de una inversión cercana a los 13 millones, según sus promotores. Al parecer, aspectos relacionados con la protección medioambiental de la zona escogida, en plena Sierra de Cantabria, entonces considerada como la milla de oro de Rioja Alavesa, llevaron a la Diputación a frenar en seco las obras de la nueva bodega. Ese proyecto se encuentra hoy en los tribunales pendiente de resolución.
zalacaín en madrid
El caviar de una carrera
Hay “nostalgia” en este empresario, y mucha, cuando se rescatan del pasado sueños incumplidos como el que estuvo a punto de conseguir a comienzos de los 90. Dirigir la gestión en Madrid de, probablemente, los dos restaurantes de mayor postín del momento, el Zalacaín, entonces con tres estrellas Michelin, y el Casino de Madrid. “Hubiera sido el caviar para una carrera, pero al final la cosa no salió cuando estaba prácticamente hecho. Llevaba unos buenos socios y un proyecto magnífico, pero...”, recuerda hoy con rabia desde uno de los comedores privados del Zaldiaran. Superado el trago y fiel a un instinto innato, años después tampoco tardó en descubrir que una joya arquitectónica de 1917 como la antigua fábrica de muebles Bonilla, en Vitoria, se ponía a tiro. No lo dudó. Y preparó la chequera. Con los tambores de la crisis aún imperceptibles, se lanzó esta vez solo a la aventura proyectando sobre este espectacular espacio un restaurante de alta gama que, años después, continúa sin poder ser alquilado. “Fue una mala operación que seguramente aprovecharán mis hijos”, responde con un tono a caballo entre la broma y el cabreo. El mismo que siempre saca a relucir cuando las cosas no se hacen como quiere, una realidad que conocen de sobra quienes han trabajado a su lado en alguna ocasión. “Es exigencia y compromiso a partes iguales”, explica uno de ellos de su etapa en el Alavés.
Hasta aquí parte de la dilatada historia de Antón, aquel botones que empezó con 13 años llevando el botijo en la Azucarera de Miranda y terminó por convertirse en empresario marcando sin duda una época en sus dos grandes pasiones: la hostelería y el fútbol.