Desde finales del siglo XIX y durante buena parte del XX, las máquinas de escribir fueron herramientas indispensables en las oficinas comerciales, así como para muchos (si no todos) los escritores profesionales. Sin embargo, en los 80, los procesadores de texto en computadoras personales las reemplazaron casi totalmente en sus tareas, hasta el punto de que hoy día se han convertido en reliquias del pasado y en grandes desconocidas para las nuevas generaciones.
Y es que aquello de insertar una hoja de papel en un rodillo e imprimir caracteres en ella presionando con los dedos un conjunto de teclas, sin posibilidad de borrar y con su peculiar sonido, pasó a la historia. El progreso, en forma de ordenadores e impresoras, terminó por condenarlas al desván de los trastos olvidados, e incluso a la basura. Pero hay nostálgicos que se resisten a que desaparezcan de la memoria colectiva y han decidido hacer de ellas su pasión y contagiarla.
Es el caso de Rafael Subinas, de 85 años, y su hijo Mikel que, desde hoy hasta el próximo 15 de junio, acercarán al museo etnográfico de Artziniega parte de una extensa colección de máquinas de escribir antiguas que llevan recopilando desde 1990. "Mi aita comenzó en 1953 con una empresa de máquinas de escribir, sumar y calcular que hacía servicios a otras empresas, y tras jubilarse, decidió que eran su vida y que las iba a coleccionar. Yo las localizo y él las pone en marcha, hemos logrado reunir 300 de entre 1880 y 1940, y todas funcionan, incluso ha logrado reparar una eléctrica de 125 voltios del año 38", explica Mikel, visiblemente admirado por la pericia de su padre.
Espías alemanes La integridad de esta magna colección, que se almacena con mimo en el taller de la familia Subinas ubicado en el número 3 de la calle Lutxana de Bilbao, no se ha llegado a exponer nunca "porque hace falta muchísimo sitio". De hecho, a Artziniega "sólo hemos traído entre 50 y 70 piezas, entre las que la gente también podrá ver estenotipias usadas para tomar referencias en juzgados, máquinas de escribir que imprimen en braille y hasta alguna sumadora mecánica o calculadora antigua de esas de carraca o molinillo", explica Mikel, que también adelanta que "una Olivetti la vamos a instalar para que la gente escriba con ella".
Las que solo estarán para apreciar serán las dos o tres piezas por las que Rafael y Mikel sienten especial apego. No en vano, se trata de una Royal Barlock "hecha totalmente a mano, con troqueles independientes para mayúsculas y minúsculas, y seis filas de teclas", y una Smith Premier de fabricación norteamericana y de 1884, que tiene la peculiaridad de que escribe de abajo para arriba y necesitas subir el carro para leer lo que vas escribiendo, matizan.
No es la única curiosidad. De hecho, cuentan con una máquina de la marca Corona con el anagrama de las SS, que era utilizada por los espías alemanes para escribir mensajes en clave. Y es que este modelo tiene la particularidad de que pulsando una letra escribe otra, por lo que debían aprenderse las combinaciones para escribir e interpretar el texto con corrección. "También tenemos máquinas procedentes de las oficinas de los astilleros Euskalduna o del Banco Vizcaya, pero no es lo normal conocer la historia de la máquina, muchas están localizadas en la basura", subrayan.
Labor restauradora En este sentido, el hecho de que funcionen es ya todo un logro, ya que la mayoría no está en condiciones de escribir cuando recae en las manos de Rafael. "Hay máquinas que llegan destrozadas, con falta de piezas y llenas de barro, como nos ocurrió con las que nos trajeron tras las inundaciones de Bilbao de 1983. Recogemos todas las máquinas que nos regalan, y compramos los modelos históricos que nos interesan para la colección buscando por Internet o a través de los contactos que tenemos, sobre todo en Alemania y Estados Unidos", explican.
No en vano, las grandes casas de fabricación de máquinas de escribir -Remington o Adler- estuvieron en esos países, sin olvidar a las prestigiosas Olivetti italianas y de las que también hubo una fábrica en Barcelona. "Aquí teníamos las Amaya en Eibar y las Iberia en Valencia, pero pocas, y no tenían nada que ver con las extranjeras", aseguran. Una vez localizadas, vienen largas jornadas de limpieza y restauración, hasta que las expertas manos de Rafael logran devolver a la vida el viejo mecanismo. "Esto como negocio no funcionaría, es mucho trabajo y cuesta mucho dinero. Es el hobby de mi padre, que ha convertido la profesión de su vida en una pasión que me ha contagiado y no pienso quitarle; no se puede explicar la emoción que sientes viendo que mantiene intacta la ilusión de poner todo en marcha", confiesa Mikel, que continúa con el negocio familiar, pero adaptado a las nuevas tecnologías.