Tras el escándalo de la carne de caballo, ahora se detectan bacterias fecales en las tartas de chocolate... Todo eso profundiza la preocupación por los alimentos que se consumen a diario.
La preocupación por los alimentos que consumimos es cada vez mayor. No tanto, preocupación, sino que más bien diría interés, más allá de los controles que se realizan a los alimentos, el consumidor se interesa cada vez más por el etiquetado de los alimentos, como leerlo e interpretarlo, las propiedades saludables, y los posibles riesgos que pudieran entrañar.
¿Hay que desdramatizar estos casos? ¿Se trata solo de incidencias aisladas?
En los últimos casos de estos días atrás, son más incidencias que consecuencias. Estamos hablando de resultados de controles que se realizan rutinariamente a los alimentos, cuyos resultados hacen que se tomen las medidas adecuadas antes de su comercialización, y de ser comercializados, se procede inmediatamente a la retirada de los mismos. Gracias a los controles que se realizan, no tenemos que hablar en este momento de personas afectadas, sino de partidas de alimentos paralizados o retirados del mercado. Hoy en día la labor que se realiza en seguridad alimentaria y contra los fraudes alimentarios es decisiva.
Sin embargo todos nos acordamos de las vacas locas, de la gripe aviar, de los pepinos contaminados por E.coli ¿Por qué se suceden tantas alertas alimentarias?
En realidad no es que cada vez sucedan más alertas, sino que cada vez se detectan más incidentes, debido a que los controles que se realizan son mayores y más eficientes, tanto los realizados por la propia industria alimentaria, como por las administraciones. De hecho, en el estudio que hemos difundido recientemente sobre las 1.518 noticias sobre seguridad alimentaria publicadas en medios de prensa del País Vasco, no ha habido situaciones importantes de alertas ni incidentes alimentarios durante el año 2012, a excepción de la alerta de listeriosis en quesos de Portugal.
El ciudadano tiene la sensación de que los controles de alimentación no son tan estrictos como debieran y que cualquier producto contaminado se puede deslizar en la cadena alimentaria.
Según un estudio realizado por Elika el pasado año a una muestra significativa de la población vasca (1215 consumidores), un 82,4% de los encuestados consideraba que tenía bastante o mucha confianza en los alimentos que compraba. Por otro lado, el 52,4% percibía que la seguridad alimentaria ha mejorado respecto a hace diez años y un 30,3% argumentaba que seguía igual. Esta percepción varía en tiempos en los que, como ahora, hay información sensible en los medios.
Si analizáramos todo lo que consumimos ¿nos llevaríamos más de una sorpresa?
El enfoque actual de la seguridad alimentaria va más dirigido a la prevención que al control, y evidentemente, sería técnicamente y económicamente inasumible analizar todo lo que consumimos. Por ejemplo, una prueba de laboratorio para detectar DNA de caballo, podría costar alrededor de 400 euros. Si tuviéramos que realizar un test para cerciorarnos en cada bandeja de hamburguesas, no habría laboratorios suficientes para realizarlos, ni presupuesto que asumiera tal gasto. Actualmente existen planes de control que ofrecen unos altos niveles de seguridad con un gasto racional de recursos, mediante la confección de muestreos priorizados en base a los potenciales riesgos.
Dicen que aunque sepamos lo que comemos, muchos alimentos contienen dioxinas, pesticidas, metales... ¿Es así?
Los contaminantes químicos que menciona (dioxinas, pesticidas, metales pesados) están presentes en el medio ambiente y como consecuencia pueden llegar a los alimentos. Para controlar que estos contaminantes no supongan ningún riesgo para el consumidor, la legislación establece unos límites máximos que no deben superarse, y esto es precisamente lo que tanto la industria como la administración controlan rutinariamente en los Planes de Control que antes citaba.
Los alimentos también presentan una cantidad excesiva de aditivos.
En lo que respecta a los aditivos alimentarios, no hay que olvidar que su uso permite conservar los alimentos durante más tiempo y mejorar su aspecto (color, olor, sabor), así como facilitar el proceso de elaboración, sin perder sus propiedades nutritivas. Además, todos los aditivos que se utilizan en la industria alimentaria deben estar autorizados y demostrarse que a las dosis utilizadas no represente ningún peligro para la salud del consumidor.