J.V.- Déjame que te haga la contra de saque. ¿No es cierto que el que espera desespera?

I.Q.- No todas las esperas son iguales. Estar sentado en una banqueta enfrente de un reloj esperando el paso del tiempo sin saber claramente a lo que estamos esperando suele desesperar; sin embargo, si esperamos de forma activa, empujando en una dirección a la que queremos llegar, la espera es una fuente de enriquecimiento y un ejercicio que nos hace mejores. Esperar no es necesariamente aburrido si sabemos llenar el tiempo que pasa delante de nosotros.

J.V.- Siguiendo con las frases hechas, ¿qué es lo último que se pierde?

I.Q.- Eso todo el mundo lo sabe. Es la esperanza, esa virtud teologal que en todos los textos aparece en segundo lugar por delante de la caridad y detrás de la fe, de quien es su prima hermana inseparable. Sin la segunda, la primera se termina agotando mientras estás sentado enfrente del reloj esperando, como te decía en la primera pregunta. Cuando se pierde la esperanza se limitan las ganas de vivir.

J.V.- Hablamos, imagino, de una esperanza realista. Esperar lo que se sabe imposible a ciencia cierta es, además de una pérdida de energías, comprar boletos para la amargura.

I.Q.- No hay nada imposible. Hay cosas muy difíciles que parece que nunca se van a alcanzar, pero si persistes en el empeño, se convierten en realidades. No siempre tal y como las querías, pero realidades al fin y al cabo, con utilidad y con el refuerzo al mensaje de que todo es posible. Cuando uno no se rinde y anda un camino en la búsqueda de una meta, se da cuenta de lo importante que son ambas cosas: llegar y andar el camino.

J.V.- Abundando en lo del realismo, es fundamental saber encontrar en la realidad en que nos movemos indicios contantes y sonantes en los que basar la esperanza. Si vamos con las gafas negras, no los veremos...

I.Q.- Es cierto. Para ello no hay que desesperar (quién te iba a decir que esta palabra de la primera pregunta iba a dar tanto juego). Para mantenerte en una tarea hay que establecer dos tipos de objetivos, unos a largo plazo y otros a corto. Los primeros dependen de estos últimos. Si te pones las gafas negras o te pones de puntillas para atisbar solo el futuro, te pierdes ese presente que, como te decía en la pregunta anterior, es lo que te enriquece. Cuando llegas a conseguir un logro deseado durante mucho tiempo, te das cuenta del valor que ha tenido lo que has sufrido. A los humanos nos mantienen los actos de amor, y estos se dan mientras caminas más que cuando llegas. Muchas veces el nexo de unión de los que consiguen una meta es todo eso que han compartido, para bien y para mal, durante el trayecto.

J.V.- Y mejor si es, como decías antes, una esperanza activa que pasiva. Vamos, que tenemos que hacer algo para ayudar a que se cumplan nuestros deseos.

I.Q.- Por supuesto. Todos podemos aportar siempre algo en la consecución de los logros, y sobre todo, en hacer que perduren, porque muchas veces hay gente que llega a la meta y se queda vacía por lo mucho que ha dado. No hay que ceder y hay que ampliar lo que se ha conseguido.

J.V.- Debe ser un sentimiento continuo. El peligro es montarse en la montaña rusa: ahora tengo esperanza, ahora no...

I.Q.- Lo que se comporta de forma tan variable no es esperanza. Eso es otra cosa. Como te decía al principio, fe y esperanza son primas hermanas y quien obra con fe no ve sus ilusiones variar tan frecuentemente por victorias pírricas o reveses parciales.

J.V.- ¿Tiene que ser una esperanza orientada a un acontecimiento concreto o un sentimiento amplio de que las cosas, en general, van a ir mejor?

I.Q.- Ambas cosas. Hay una esperanza individual y otra colectiva; la primera suele ir a lo concreto y la segunda a lo general. Las dos se complementan.

J.V.- ¿Cómo se hace acopio de ella cuando todo alrededor parece invitar a no esperar nada?

I.Q.- Siendo muy generoso en el esfuerzo, creyendo en lo que haces. Sin fe ya te decía que no hay de esto de lo que estamos hablando.

J.V.- ¿Y cuándo, finalmente, se demuestra que la esperanza era infundada? ¿Volvemos a reincidir o nos pasamos al bando de los inquebrantablemente escépticos?

I.Q.- Claro que hay que reincidir. Puede que nuestra capacidad de respuesta se vea sobrepasada en un momento determinado y tengamos que poner fin a nuestra participación en una tarea en la búsqueda de un bien, pero eso no quiere decir que ese objetivo sea imposible. ¿Cuántos proyectos los terminan personas distintas a quienes los iniciaron? Hay, además de una esperanza individual, la de cada uno de nosotros, otra colectiva que se basa en el compromiso.

J.V.- Hace un par de semanas nos decías que el optimismo era contagioso. Con la esperanza pasa lo mismo, ¿no?

I.Q.- Por supuesto. Los mensajes apocalípticos se transmiten con facilidad y estos, los positivos, también. No hay que rendirse y no hay que perder la libertad. Mientras mantengamos esa condición, la de gente libre, siempre podremos esperar desenlaces mejores.

J.V.- ¿Cómo se la transmitimos a los más refractarios?

I.Q.- Diciéndolo, repitiéndolo, rebatiéndoles, con hechos, con compromisos. Una cosa es valorar negativamente algo que no va bien y otra cerrar el paso a soluciones; lo primero es crítica, lo segundo cerrar la puerta al futuro, es la desesperanza.