la vida de los niños gira fundamentalmente en torno al juego. Les ayuda a divertirse, a crecer con una buena salud física y mental, a interactuar con sus iguales... Los beneficios son inagotables, prácticamente nadie lo pone en duda. Y no sólo entendiéndolo como un mero divertimento. La asociación sin ánimo de lucro Kulunka, enraizada en Gasteiz, también hace del juego terapia y tratamiento. Aunque para los pequeños que son tratados por sus profesionales siga siendo simplemente eso. Un divertimento, una serie de retos por superar.
La sede del colectivo se asemeja a la sala de psicomotricidad de una escuela aunque a tamaño reducido. Cuerdas, aros, colchonetas o pelotas conforman parte del amplio banco de pruebas del que disfrutan sus alumnos, de entre cero y doce años y que sufren alguno de los variados trastornos del desarrollo que en su día clasificó la Academia Americana de Pediatría. Déficit de atención, autismo, retraso psicomotriz... Con todo, de este amplio abanico uno de ellos sobresale por encima del resto. Se trata del Trastorno del Desarrollo de la Coordinación (TDC), también conocido como dispraxia.
De origen desconocido, con muy poca información entre las familias y los profesionales sanitarios y en muchísimos casos sin diagnosticar, sobretodo sus casuísticas más leves, se calcula que afecta a entre el 5% y el 6% de los niños alaveses escolarizados. Se caracteriza por las dificultades de estos pequeños para moverse de manera efectiva, una condición que incide en la ejecución de las actividades más básicas del hogar, el juego o la escuela. Ponerse los zapatos, abotonarse, cortar un filete, golpear un balón o escribir, por poner sólo unos ejemplos, se convierten para ellos en misiones casi imposibles.
Raquel Plata, guipuzcoana de Errenteria aunque afincada en Vitoria, puso en marcha Kulunka junto con otras tres terapeutas ocupacionales fruto de una inquietud compartida, forjada tras ver muchos casos de TDC tanto en Osakidetza como en el entorno educativo público, sus ámbitos laborales. "¿Adónde mandamos a estos niños? No hay recursos", reflexionaron hace ya siete años. Entonces decidieron organizarse y contactar con varios profesionales de Estados Unidos para completar su formación. Y optaron por exportar una técnica de la que entonces prácticamente nadie había oído hablar en el Estado, muy indicada para intervenir sobre los trastornos del desarrollo: la integración sensorial. Ésta es la clave de Kulunka y lo que todavía la hace diferente del resto, al menos en Euskadi, donde constituye un centro exclusivo por las características de su tratamiento. A él acuden alrededor de 60 niños de toda la CAV, muchos de ellos guipuzcoanos y vizcaínos.
comportamientos Mediante la integración sensorial, canalizada a través del juego, el niño conduce y organiza la información de sus distintos sistemas sensoriales -desvirtuada por culpa de la patología- por su sistema nervioso, combinándola entre sí y procesándola en su cerebro. Así responde ante ella, la utiliza, genera comportamientos y, por ende, aprendizaje. "Son niños torpes, que no son buenos en los deportes y que por lo general tienen problemas de escritura por esa falta de coordinación", describe Plata. De no detectarse a tiempo, el fracaso escolar es una de sus consecuencias más habituales. "El gran problema es que nos llegan muchas veces cuando tienen ya siete u ocho años. La demanda escolar es tan alta que no pueden seguir el ritmo", apunta Plata, consciente de que el abordaje podría ser mucho más temprano de existir más formación y especialización. A largo plazo, si no se trata nunca, el TDC deriva en la gran mayoría de las ocasiones en trastornos psiquiátricos. "Los adolescentes y adultos no tratados tienen problemas legales, con las drogas, de conducta... En Gran Bretaña, EEUU e Irlanda tienen suerte porque no se escapa ningún niño".
Aunque Euskadi cuenta con "muchas más cosas que hace diez años", todavía hacen falta equipos multidisciplinares que a día de hoy no existen. Tanto para la correcta detección desde la especialidad pediátrica como para el tratamiento posterior. "Los equipos de Salud Mental de Osakidetza tienen grandes profesionales, pero ellos mismos reclaman otros perfiles para abordar este problema", advierte Plata. Al margen de que los casos más leves de TDC pueden pasar desapercibidos, llegan también a Kulunka otros niños con trastornos dudosos y sobre los que, a la larga, no pueden intervenir por ser propios de otros ámbitos profesionales, como la psicología o la logopedia.
Antes de que un niño ingrese en Kulunka, debe superar unas pruebas iniciales y después otras más exhaustivas que sirven para marcar mejor su perfil, qué problemas tiene y dónde intervenir. Las terapeutas de la asociación les dotan de unas habilidades básicas, motivándoles a través del juego. Y de forma individualizada, comienza el progreso. "A un niño con problemas de escritura, lo último que puedes hacerle es ponerle una hoja delante y ponerle a escribir", apunta Raquel gráficamente. De adquirir esas habilidades previas se encargan el helicóptero, una enorme hamaca colgada del techo, incluso programas de ordenador... Y, por supuesto, "el arte y la ciencia" de las tres terapeutas, que van modificando los juegos para construir y trabajar las habilidades de los niños. Ensamblan la coordinación de los pequeños y, después, éstos abordan los verdaderos problemas con mejores recursos. "Todos mejoran", advierte la profesional.
Kulunka aspira a crecer, a instalarse en un local más grande que el actual de Adurza donde acoger a más niños y profesionales de otro perfil -ahora sólo trabajan cinco terapeutas ocupaciones, que pronto serán seis-, y a investigar para avanzar en el abordaje de los trastornos. La economía influirá en gran medida en el futuro. Porque si las familias no costeasen la intervención, Kulunka no podría subsistir. "Creo en el sistema público y los tratamientos gratuitos, pero apenas hay subvenciones. Con esto sufro", lamenta Plata.