Vitoria. La violencia machista no podría entenderse fuera de un contexto global de desigualdad entre hombres y mujeres. Una desigualdad que se plasma en ámbitos tan diversos como la pobreza, que tiene rostro de mujer, la brecha salarial existente entre ambos sexos en lo laboral o la dedicación a las tareas domésticas, un campo reservado en exclusiva para las féminas en numerosos casos. Con motivo del Día Internacional contra la violencia machista celebrado ayer, estos y otros asuntos volvieron a salir a la palestra advirtiendo de que restan infinitas batallas por librar en este ámbito.

El punto lila que ha servido este año como símbolo de rechazo frente a la violencia machista se apoderó de multitud de fachadas y escaparates solidarios del territorio alavés. Un nuevo 25 de noviembre que, por desgracia, vuelve a celebrarse porque esta deleznable realidad sigue a la orden del día. En el recuerdo, las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, tres hermanas que destacaron como símbolos visibles de la resistencia contra la dictadura dominicana de Rafael Leonidas Trujillo.

Tal día como ayer hace 49 años, a la vuelta de un viaje en el que habían visitado a sus esposos recluidos en una cárcel del norte del país, fueron interceptadas por agentes del Servicio de inteligencia Militar, destrozadas a golpes hasta morir, estranguladas y arrojadas a un precipicio para simular un accidente. De ahí que la ONU decidiera elegir esta significativa fecha para honrar a todas las mujeres que, a diario, padecen el maltrato en sus carnes.

Claro que la violencia no siempre se presenta con una cara tan sangrienta como ésta. Se reproduce a diario como un problema transversal, sin fronteras geográficas ni diferencias sociales, culturales o raciales. Un puñado de asociaciones han alertado constantemente sobre la existencia de múltiples patas en los que se apoyan las expresiones violentas. Datos oficiales que dan pistas sobre algunos pasos que podrían recorrerse para acabar con ellas.

Aunque las mujeres han incrementado notablemente su presencia en el sistema educativo en los últimos años, hasta el punto de que predominan sobre los hombres en los estudios superiores, la presencia de éstas en los puestos que implican toma de decisiones sigue siendo sensiblemente inferior. Los datos recopilados por el Observatorio de Igualdad de Trato hablan a las claras a este respecto: Sólo el 29% de los procuradores de las Juntas Generales de Álava son mujeres y únicamente el 19,6% de los municipios del territorio están gobernados por alcaldesas. En el ámbito de las entidades financieras vascas la brecha todavía es mucho mayor: Las mujeres, en ningún caso, llegan a ocupar más de un tercio de los puestos de dirección.

La brecha salarial existente entre ambos sexos también sigue marcando el día a día en el ámbito laboral. Las mujeres ganan por hora en promedio menos que los hombres con independencia de su tipo de contrato, un 15,9% en términos generales. De 2002 a 2006, esta desigualdad sólo se redujo en un 0,6% en la CAV.

La dedicación a las tareas del hogar y la conciliación de la vida familiar y laboral constata también la enorme desigualdad que existe entre ambos sexos. El Observatorio de Igualdad de Trato advierte de que el grado de satisfacción con el tiempo que el cónyuge o pareja dedica a las tareas domésticas es muy inferior entre las mujeres ocupadas (5,7 sobre 10) que entre los hombres (8,2).

Otro estudio del Ayuntamiento de Gasteiz reveló en su día que dos de cada diez mujeres con niños de entre 0 y 3 años han dejado su puesto de trabajo cuando han sido madres, el 9,9% por abandono voluntario y el resto, sencillamente, porque la empresa no les renovó el contrato. La balanza está desequilibrada se mida lo que se mida. Según el estudio, las consecuencias laborales de la conciliación laboral recaen "casi totalmente en las mujeres": mientras que un 90,9% de los padres trabajan a jornada completa, las madres en esta situación no llegan al 31%.

Con todo, la desigualdad es incluso anterior al hecho de ser padre o madre. Las mujeres parten de situaciones de eventualidad muy altas, de hasta el 43%. Y esa precariedad explica en muchos casos por qué las madres dejan de trabajar: bien por lo sencillo que resulta no renovar sus contratos temporales, bien porque si uno de los miembros de la pareja renuncia al empleo suele hacerlo quien peores condiciones tiene: más veces ellas que ellos.