"de acuerdo, 350 dólares al día por una milicia de doce hombres armados con granadas y fusiles Kalashnikov. Te recogeremos mañana en el kilómetro 50 de la carretera Oeste, donde aterriza el Iliyushin 18 (avión ruso de hélice fabricado en 1966) de Daallo Airlines. No te hace falta pasaporte". Así me indicó el camino a Somalia Abdullahi Duguf, el fixer (productor de campo e intérprete utilizado por los periodistas en ciertas áreas de conflicto armado) que he contratado en mis viajes a ese sobrecogedor rincón del Cuerno de África.
En aquel junio del 2006 se libraban los últimos combates entre los señores de la guerra apoyados por Estados Unidos y las emergentes Cortes Islámicas, una suerte de facciones fundadas por comerciantes cansados del caos y la inseguridad existente. Entonces no fueron pocos los reporteros que compararon aquel horror con la bárbara ficción de la película Mad Max. "Y es que en ninguna guerra del mundo he visto a niños armados conduciendo un chasis de camión con el motor de una lancha", afirmaba espeluznado un reportero francés de Le Monde.
Pero antes de dar continuidad a la imagen de una Somalia salvaje, llena de personajes primitivos y peligrosos, quisiera transmitir al lector ciertos datos fundamentales para entender los orígenes de esa guerra y el sufrimiento de un pueblo del cual sólo tenemos noticias cuando mueren, abordan nuestros barcos o secuestran periodistas.
el país
Orígenes del caos
Somalia era en sus orígenes un lugar habitado por nómadas, pastores y, en su costa, pescadores. No fue un país como lo entenderíamos hoy hasta la retirada de británicos e italianos en 1960. Durante tres décadas mantuvo oculto su predecible signo de Estado fallido, especialmente en la etapa comprendida entre 1969 y 1991, años en los que el país fue gobernado por una junta militar que tenía como cabeza visible al dictador Siad Barre. Posteriormente, en los años ochenta, una aguda crisis económica, la guerra contra Etiopía y, sobre todo, los anhelos independentistas de muchos habitantes del norte acabaron por tumbar no sólo el régimen, sino un Estado postcolonial que, al menos de esa forma y visto lo visto, quizás nunca debió haber existido. ¿Otra guerra africana subproducto del colonialismo?
En realidad Somalia ha sido siempre una simple ficha de ajedrez en una guerra fría hoy continuada bajo la retórica "antiterrorista" de las potencias occidentales. Lo explico. En un principio y para poder aferrarse al poder, el golpista Siad Barre se vinculó a la órbita soviética, nacionalizando muchas corporaciones, instituciones y trasladando escuelas al interior nómada.
Hay bastantes historiadores que lo valoran positivamente y, si hay una época de mínimas garantías sociales en la triste historia de Somalia, sin duda habrá que referirse a ésa. Sin embargo, en 1977 todo cambió cuando entró en guerra contra la igualmente socialista Etiopía. Se trataba de una disputa territorial por el desierto, habitado por etnias somalíes pero hasta hoy etíope del Ogadén. Sin embargo a pesar de la inicial igualdad de fuerzas, el hecho de que rusos y cubanos se inclinasen a favor del pujante régimen de Addis Abeba dejó al gobierno de Barre en una situación desesperada. Finalmente, como previsible dictador que era, encontró la solución poniéndose a merced de la otra potencia mundial que tutelaría su despotismo, los Estados Unidos.
PULSO OCCIDENTE-ORIENTE
AFRICOM al acecho
Hoy sucede algo parecido ya que en el trasfondo del asunto prevalece de forma cada vez más abierta el pulso entre la maquinaria militar y económica de Occidente frente a la de Oriente. Es conocido que a la Casa Blanca le urge controlar la riqueza geoestratégica del Cuerno de África y observa con preocupación la incipiente influencia de China (y aliados periféricos) en una región por la que pasa el 13% del tráfico marítimo mundial y una gran parte del transporte de crudo, por citar tan solo dos ejemplos. Por eso, cuando en julio del 2006 el país vislumbró cierta estabilidad de la mano de unos islamistas amigos del comercio con China, los buscapozos de Dubai y, aún peor, los Gobiernos de Irán o Pakistán, Washington temió perder su aletargada hegemonía en ese punto vital para el Canal de Suez, el Golfo Pérsico y tantos otros referentes económicos y militares del planeta.
No es casualidad que meses después del alzamiento islamista Estados Unidos crease el AFRICOM (Comando Militar para África) con la intención de monitorear e intervenir en el continente. Yusuf Hassan, de la radio local Afrikan Horn, lo explica así: "Entonces (los Estados Unidos) presos del pánico por las recientes perdidas de terreno frente a China respecto al petróleo de Sudán y los minerales del Congo, rearmaron a los señores de la guerra que tanto contribuyeron al horror. Y como estos no se bastaban por sí solos para derrocar a los religiosos, pidieron auxilio al régimen etíope, que invadió el país con el pretexto de frenar a los terroristas de las Corte Islámicas". Diferentes excusas por los mismos motivos, "ayer eran los comunistas, hoy los terroristas". El caso es dominar "a toda costa".
paz y dios
En el frente con "terroristas"
Sheik Sharif era en aquel junio del 2006 el guía idealista que una gran parte de la sociedad somalí añoraba. De gesto sereno, profundamente religioso y defensor de los comerciantes, Sharif irradiaba orden y tranquilidad frente a unos señores de la guerra que hicieron de la extorsión, violación y robo una insoportable rutina. Tuve la oportunidad de conocerle nada más caer en sus manos la ciudad de Jowhar, situada a cuatro tortuosas horas en jeep de la capital.
Rodeado de la nueva elite islamista y protegido por multitud de niños soldado, el temido líder que estaba venciendo en todos los frentes se expresaba con una sorprendente delicadeza. Casi toda la entrevista fue inútil dado que aplicó retórica islamista lección número uno, es decir, respondiendo a todo "será la voluntad de Dios"; sin embargo en su escueto discurso se intuía su programa: la paz y la organización a través de Dios. ¿Lo más deseable para un europeo? Probablemente no. ¿Lo menos malo que ha tenido Somalia en casi veinte años de brutal guerra? En opinión de muchos reporteros que hemos visto la reciente involución, sí.
Como no podía ser de otra manera dentro del marco global de la interesada histeria antiterrorista, Estados Unidos acusó a Sheik Sharif y sus hombres de ser cuanto menos simpatizantes del fantasma Al Qaeda. También desde Washington se afirmaba que había bases de entrenamiento financiadas por su ex fichaje Bin Laden en las que entrenaban yihadistas venidos de Chechenia, Irak, Pakistán y Afganistán. En uno de mis viajes posteriores a Somalia tuve la oportunidad de ser el primer extranjero en visitar aquel campo de entrenamiento de Al Qaeda, tal y como propagó Condoleezza Rice y todas las grandes agencias de noticias a su servicio.
Pero allí sólo encontré pobreza, algunas chozas y, eso sí, como elemento deplorable, muchos fusiles y lanzagranadas en manos de menores; pero ni rastro de combatientes extranjeros. "Mira, aquí entrenamos a nuestros combatientes -denunció a cámara el comandante al mando-. Los somalíes somos musulmanes y tenemos derecho a organizarnos como nos dé la gana e incluso a entrenarnos militarmente. Si nosotros no vamos a Estados Unidos a decirles lo que tienen que hacer y ni siquiera bombardeamos países pobres como hacen ellos, ¿por qué se meten con nosotros?". Lógica islamista lección número dos.
El control
El miedo al Islam
En Somalia la forma de resolver quién tiene el poder se mide por el número de poblaciones o barrios que controla cada cual. Normalmente domina -y se pone la folclórica etiqueta de Gobierno- quien controla alguno de los aeropuertos vitales y sobre todo el centro urbano de Mogadiscio. En los últimos tres años se han autoproclamado como gobernantes combatientes islamistas, soldados etíopes, señores de la guerra y el actual Gobierno de transición, impulsado por Washington y escoltado por soldados ugandeses afines a las exigencias estadounidenses.
Nunca ninguno de ellos ha conseguido un control total. Sin embargo, el único que brindó un paréntesis de relativa calma fue el de los islamistas de Sheik Sharif que, paradójicamente y aún siendo el menos sanguinario de todos, fue el único acusado de terrorismo.
Estos terroristas arreglaron el aeropuerto más céntrico y seguro, reabrieron el puerto de la ciudad después de quince años de inactividad y comenzaron a inaugurar delegaciones formales en el extranjero. Reestablecieron la entrega de alimentos con Naciones Unidas y eliminaron aquellos innumerables controles en los que cada clan, en cada barrio, extorsionaba a todo transeúnte y por supuesto, comerciante.
En pocos meses la disciplina fue tal que se llegó al punto de intentar prohibir el khat (una planta psicotrópica a la que medio país está literalmente enganchado), así como la exportación de flora y fauna en peligro de extinción. Por si esto fuera poco regularon el uso de las armas y prohibieron portar fusiles o disparar al aire. Para un experimentado cooperante -por su trabajo ha de permanecer en el anonimato- "todo aquello no era perfecto, ni mucho menos, pero tanto para las organizaciones de ayuda humanitaria como para la mayor parte de los ciudadanos fue un respiro, un atisbo de esperanza tras quince años de todos contra todos".
Es cierto que en el norte de América y Europa se observa con gran recelo, cuando no con espanto, cualquier propuesta política que incluya la religión en el terreno legislativo y más aún si esta ley es islámica. Pero en el caso somalí, la religión ha sido el único elemento aglutinador de fuerzas y voluntades.
Quizás el ejemplo viviente más representativo que podría aportar fue el estremecedor testimonio de la adolescente Upax Alí en un terrorífico campo de desplazados. "Con los señores de la guerra se producían violaciones continuas. Venían aquí se llevaban a una docena de muchachas, las violaban durante dos meses y, si sobrevivían, las dejaban de vuelta aquí tiradas. Ahora con las Cortes Islámicas eso ya no pasa, aunque quizás prohíban mi profesión".
diciembre de 2006
Un final impredecible
Finalmente, el 25 de diciembre de 2006, tras apenas seis meses de mandato islamista, el país cayó de nuevo, tras unos violentísimos combates, en manos de los temidos señores de la guerra, los cuales se impusieron gracias a la ayuda de un ejército etíope financiado por Estados Unidos. Tras la contienda Sheik Sharif y el resto de islamistas huyeron para salvar sus vidas, lo que provocó el enfado y la posterior radicalización de sus militantes más jóvenes, los cuales perdieron casi mil hombres en pocos días de combates.
Una vez que el conglomerado de mercenarios, señores de la guerra, traficantes de armas y políticos recién importados de la diáspora canadiense recuperaron el poder, bautizaron el nuevo régimen con el inclusivo término de Gobierno de transición. Un seductor apelativo creado a la medida de los tecnócratas occidentales y que una vez más dejó indiferente a la comunidad internacional.
De nuevo, el Divide et impera del Gran Hermano americano acuña un Estado fallido y otra generación peligrosamente combativa a la que difícilmente se podrá contener con nuevos pretextos de paz, transición o democracia. No obstante, se da la paradoja de que dos años después de ser derrocado el terrorista Sheik Sharif, el propio embajador de Estados Unidos en Kenia ha sido quien lo ha liberado de su arresto domiciliario en Nairobi y lo ha remitido a Mogadiscio bajo el nuevo sello de moderado, con el fin -nada más y nada menos- de salvar y presidir el país, ya que esa nueva generación de islamistas jóvenes, llamada ahora Al-Shabaab (La juventud), está apunto de tomar el control de todo el sur incluyendo Moga, su capital.
Todos estos abusos cometidos por los halcones de la retórica antiterrorista sólo han contribuido al sufrimiento de un pueblo permanentemente deshumanizado, además de condenarlos a la idea generalizada de que Somalia es un país fatal sin solución posible. "Aquí pensamos que para los extranjeros ya no merecemos la pena -lamenta la joven desplazada Upax Alí- pero sepan ustedes que en gran medida lo es porque algunas potencias quieren, porque vienen de las colonias y, más sofisticadamente, continúan siendo colonizados".
l Reconocido especialista en conflictos y derechos humanos.
Unai Aranzadi (Bilbao, 1975) es periodista, documentalista y fotógrafo especializado en conflictos y derechos humanos. Desde que en 1994 viajara a Gaza por primera vez, sus trabajos como periodista independiente se han emitido en medios tan prestigiosos como la BBC, Canal+, The Washington Post, Der Spiegel o Reuters.