Qué me dirían, amigas y amigos lectores, si les cuento que, en un rincón de un precioso bosque en un solitario paraje guipuzcoano, se esconde una curiosa historia de amor, entre un haya y un bertsolari. Parece algo de ficción, sin embargo, en esta vieja tierra de los vascos, surge en cada recodo del camino la belleza de lo insólito. Esta historia es totalmente cierta y tan bella que bien merece la pena calzarnos las botas y caminar al encuentro del árbol, al encuentro del misterio, de la magia y del susurro de la atávica tradición.

Llegamos hasta la localidad de Altzo, perteneciente a la comarca guipuzcoana de Tolosaldea, donde podemos aparcar en la parte trasera del frontón. Subimos la cuesta que nos lleva a la entrada del mismo, junto a la que podemos ver una estatua de Migel Joakin Eleizegi Arteaga, más conocido como ‘el gigante de Altzo’, oriundo de este pueblo. Giramos a nuestra izquierda para cruzar el núcleo urbano, disfrutando de sus bellos caseríos hasta la iglesia de la Ascensión, frente a la que un moderno edificio ha sido habilitado como museo dedicado al gigante. Encontramos las señales con las que se ha balizado el recorrido hasta el haya de Imaz y, saliendo del pueblo, llegamos a un desvío señalizado hacia nuestra derecha que se interna en el bosque. Ascendemos por el sendero, que es una delicia, hasta alcanzar una pista asfaltada que, desde la propia Altzo, alcanza una central de gas. En este punto, comenzamos a descender en dirección N., por una pista asfaltada que pasa junto a varios caseríos; ascendemos un corto tramo y llegamos al caserío Legarre, que presenta una interesante puerta de arco apuntado y una ventana gótica. Tras ver el caserío, giramos a nuestra derecha siguiendo la pista y alcanzamos el caserío Oiarbide, donde termina el asfalto. Frente a la casa, sale un sendero de tierra que se interna decididamente en el bosque; seguimos por él unos metros para toparnos con la descomunal haya de Imaz.

Ficha práctica

  • ACCESO: Hasta el núcleo de Altzo llegamos siguiendo la carretera GI-3620 desde Alegi o desde el barrio tolosarra de Txarama.
  • DISTANCIA: 5,5 kilómetros.
  • DESNIVEL: 190 metros.
  • DIFICULTAD: Fácil.

El haya singular

Los humanos siempre hemos tenido una relación especial con el bosque, a pesar de que ha sido visto como un lugar aterrador, pleno bestias y alimañas dañinas. Pero algo en lo más intrínseco de nuestro ser más atávico nos habla del bosque como ese lugar al que retornamos. Surgimos del bosque y al bosque volvemos a buscar esa calma, esa paz que nos regala. La sacralidad de los árboles nos habla de esto, desde las aras –pequeños altares votivos de piedra dedicados a dioses arbóreos– hasta la presencia de árboles testigo como Gernika, o nuestro Basajaun, el heredero de los ancestrales cultos arbóreos. El nexo humano-árbol es milenario; nuestros primeros templos fueron los árboles y claros en los bosques, antes de la llegada de las ermitas y templos católicos que cristianizaron estos parajes de culto pagano.

Este haya que tenemos frente a nosotros es un claro ejemplo de ese vinculo milenario; un misterio que se acurruca entre sus ramas trasmochadas. El ejemplar tiene unos 23 metros de altura y fue declarado como árbol singular dentro del catálogo Gobierno vasco, en 1997. Más cerca en el tiempo, el haya fue candidata a Árbol Europeo del año 2017. Pero vayamos más lejos en el tiempo a descubrir su misterio, concretamente viajamos al día 22 de septiembre de 1836. En esa fecha, se casaban el bertsolari Manuel Antonio de Imaz y Paula Jauregi. Imaz era natural del caserío Legarre, que hemos visitado en el paseo, y plantó el haya ese mismo día, en un terreno de su propiedad, como un bellísimo recuerdo de esta jornada especial. En el año 1967, Antonio Zavala publicó el libro ‘Alzo-ko Imaz bertsolaria’, donde se aportan muchos datos sobre el altzotarra. Cuenta que Imaz cuidaba con mucho mimo el ejemplar, un árbol muy especial para él. Zavala dice textualmente: “Imaz amó este haya como símbolo de su vida y hogar”.

Acostumbraba a medir el contorno de su tronco para llevar un control del crecimiento del haya, para lo que usaba un gerriko –antiguo cinturón a modo de faja– que comparaba con el grosor de una barrica. Pasó el tiempo y el haya se trasmochó, es decir, se sometió a un tipo de poda, consistente en cortar varias ramas del árbol, en lugar de talarlo, lo que le da esa peculiar forma, asemejando descomunales candelabros. Comenzó a pudrirse y fueron los nietos de Imaz quienes taponaron el interior del tronco con piedras, evitando el acceso al mismo de la humedad y salvando de esta forma el haya. El escritor Kirmen Uribe dedicó un poema al árbol, en su libro ‘Bitartean heldu eskutik’, titulado ‘Pagoa’.

Creo, y esta es una opinión personal, que es una bellísima historia de amor que nos habla del vínculo, de esos lazos invisibles que quizás todos deberíamos tener con algún árbol. Dejamos en su feudo boscoso al haya de Imaz para retornar hasta el caserío Legarre por el mismo camino por el que hemos venido. Obviamos la pista por al que hemos venido a la subida y continuamos por la que sale frente a nosotros, por la derecha del caserío. Seguimos por ella hasta, en descenso, salir a la carretera GI-3620 que, por asfalto, llega al punto de partida.