Aingeru de Aralar, el santo viajeroAsier Ventureira San Miguel
“Mikel gurea, zaindu Euskal Herria!”, un canto tradicional que se entona en homenaje al patrón de los vascos, San Miguel de Aralar. El arcángel se resguarda en su bello templo románico de San Miguel in Excelsis, en la zona más alta de la mítica sierra, que guarda celosamente la leyenda de don Teodosio de Goñi, allí, sobre la cueva donde vivió Herensuge, el dragón de la mitología vasca. Esta iglesia, y la sierra en general, quizás sean de los parajes más singulares de nuestra geografía, tanto por su belleza como por la dilatada cultura ancestral que se mantiene viva y que nos muestra retazos de lo insólito. Hoy vamos a descubrir una curiosa faceta de este santo alado; una faceta que nos llevará a acompañarle en una bellísima romería por el interior de la sierra.
El periplo del ángel
El Aingeru de Aralar es una representación de San Miguel un tanto especial. El arcángel aparece portando una cruz sobre su cabeza, en lugar de lanceando al dragón; además, guarda en su interior parte de la antigua imagen, así como trozos del Lignum Crucis, reliquia de la Cruz de Cristo. Se trata de un relicario de plata sobredorada de incalculable valor, cargado de historia; pero, además, el Aingeru de Aralar es venerado con una profunda devoción por los habitantes de los pueblos que acaricia la sierra. Cada año, al comienzo de la primavera, el arcángel visita diferentes pueblos navarros y tan solo en una ocasión pisa territorio gipuzkoano, con el que comparte sierra. Fijémonos en esta peculiaridad, y sigamos la traza del santo viajero.
FICHA PRÁCTICA
- ACCESO: El aparcamiento de lo que fue la Casa del Guarda, Guardaetxe, se localiza en una marcada curva de la carretera NA-7510, que une Lekunberri con el Santuario de San Miguel in Excelsis.
- DISTANCIA: 10 kilómetros.
- DESNIVEL: 200 metros.
- DIFICULTAD: Fácil.
Cada primer domingo de agosto, la figura de San Miguel se lleva en una preciosa romería hasta la ermita guipuzcoana de Igaratza. Aparcamos en el parking que hay donde se levantó la mítica Guardaetxe. Actualmente sólo hay un solar vacío donde se encontraba el entrañable refugio; un solar vacío en el que se esconden profundos recuerdos de muchos de nosotros, forjados al calor de su fuego. Partimos, por la pista que salva una puerta metálica, adentrándonos en el bosque; es un placer, una experiencia única acompañar al “Aingeru” en su camino entre la verde cúpula de hojas de las hayas. Algún rayo de sol, tímido, se cuela entre los árboles iluminado la plata sobredorada que cubre la imagen de madera. Un caminar lleno de magia, de compañerismo y de profunda belleza. Poco a poco va desgranándose el camino y, tras pasar el característico alto de Korosabarrena, se avista el mítico paraje de Pago Mari, unido a la leyenda que le da nombre. Las montañas de la sierra van asomando entre el hayedo y los laberintos calizos, tímidas, guardando celosamente todos esos tesoros que nos tienen reservados a quienes acariciamos sus laderas con nuestras viejas y gastadas botas. Como si de un arcaico canto de sirena se tratase, es inevitable sentir una telúrica atracción hacia esas cimas, sentir el impulso magnético de lanzarnos hacia ellas a caminarlas, a sentirlas, a embaucarlas para que, aunque sea fugazmente, compartan con nosotros sus insondables misterios. Pero hoy no es el momento; hoy estamos inmersos en un ancestral rito. Acompañamos sin prisa a la efigie de Aralar, que atesora leyendas, cuentos, historias e historia; amor, fervor, sentimiento, magia, un tesoro entre las manos de sus portadores. Despacio alcanzamos los pasos de Ormazarreta, bello paso que oculta una interesante sima, paraíso de espeleólogos. Los altos de Errenaga salen a nuestro encuentro. Allí, junto a la muga esperan cientos de romeros que han acompañado al Cristo de la ermita de Igaratza, quien ha salido a recibir como se merece al Aingeru.
Es un momento profundamente hermoso; la emoción se refleja en los rostros cuando ambas imágenes se “besan” bajo la atenta mirada de los presentes y de las magníficas montañas de Aralar. Juntos descienden por el caminito hasta la ermita, donde a las doce del mediodía se celebra la misa en el exterior, sobre un altar provisional. Los fieles se reparten alrededor, sentados sobre la hierba de Igaratza; es un momento lleno de magia, bello en su sencillez y humildad pero magnifico en su fervor.
Tradición peregrina
Esta singular tradición data del año 1946, cuando se inauguró la ermita de Igaratza. Desde esta fecha, la entidad montañera “Aralarko Adiskideak-Amigos de Aralar” de Tolosa, organiza una jornada festiva cargada de encanto, magia y pasión, a la que acuden cientos de peregrinos. Allá por aquel año, se inauguró, concretamente el día 15 de septiembre, una modesta capilla en Igaratza bajo la advocación de la Virgen de Arantzazu. El objetivo era que los pastores que se hallaban en la montaña pudieran asistir a la misa dominical, pues los templos de los pueblos circundantes de la sierra, les quedaban a varias horas caminando. Inicialmente, se decidió celebrar el oficio religioso desde el 1 de mayo hasta el 1 de noviembre pues, en las fechas restantes, los rebaños y sus pastores trashumaban, buscando la calidez de los valles. Pronto, la ermita se quedó pequeña, y se amplió, reinaugurándose la nueva capilla el día 21 de septiembre de 1947 y fijando las misas entre el tercer domingo de mayo y el tercer domingo de octubre.
Tras los oficios religiosos viene el momento de la música y el baile. Poco a poco, los romeros van tomando posiciones para disfrutar de la jornada festiva. Llegada la tarde, cada uno va retornando a su ritmo por los mil y un caminos de la sierra; despacio, caminando llenos de emoción y sentimiento, de vivencias y de satisfacción, con el viento susurrándoles mil y una historias de nuestro Aralar y con el orgullo de haber sido parte, siquiera por un instante, de la vieja tradición de la montaña.
Retornamos nosotros también, siguiendo la pista que hemos seguido al subir, llegando sin perdida hasta el punto de partida.