Cerca tenemos los restaurantes (en Irlanda se come pero que muy bien), pero, ¿este empedernido explorador ha venido a Irlanda a hacer un gastrotour? Pues también, que ya sabemos que en Abaltzizketa se come bien, pero ahora toca degustar la cocina en este otro rincón paradisíaco de Europa. Y para hacer hambre nos adentramos en la joya de la República: el Parque Nacional de Killarney. Fue el primer parque nacional de Irlanda y aún hoy es uno de los más espectaculares. Los habitantes de la zona tienen la suerte de vivir junto a un entorno natural que es impresionante, y además caminando se puede llegar a casi todos los rincones más conocidos del parque. Y eso, en un país donde cada esquina está vallada con un muro infranqueable, es todo un lujo.

Como a unos veinte minutos caminando se llega a Ross Castle, un castillo de esos que uno se imagina en la cercana Escocia. De aspecto recio, con muros de piedra inmisericorde, sin apenas aperturas y preparado para aguantar sin caerse las invasiones externas, Ross Castle mira al lago Lough Leane, que esta mañana luce que es una maravilla. Aguas y cielo azules, verde cobalto en los bosques. Ross tiene alrededor un bosque para caminar y perderse, y así llegamos hasta la misteriosa Abadía de Muckross, una suerte de leyenda en piedra. En el lugar hay un cementerio que aún se utiliza, pero solo unas pocas familias pueden enterrar y despedir a sus difuntos allí, y esto lo hace aún mas singular.

Los espectaculares acantilados de Kerry.

Y caminando se llega hasta la Muckross House, una casa palacio de estilo Tudor que se restauró en su momento para que fuera la vivienda de descanso de la reina Victoria, cuando Irlanda era casi una colonia del Reino Unido. Pero el dinero se acabó con la reconstrucción y apenas quedó para el resto. Un encantador jardín en un costado del edificio fue el regalo más preciado para la reina, quien desde sus aposentos tenía una discreta salida abalconada para poder disfrutar de la vista y unas escaleras para bajar al jardín discretamente.

La maravilla es el entorno. Antes de llegar al jardín real, la naturaleza se muestra en un fantástico cuadro: en primer plano el césped inmaculado, los árboles plantados te dirigen la mirada a la línea azul del lago Muckross y al fondo los picachos de las montañas del Parque Nacional. Es que ni pintado, como diría aquel. Es la combinación del trabajo de manos expertas en paisajismo y flora, con la invisible mano de la propia naturaleza.

Y también cerquita queda Torc, un paseo trepando cien escaleras que pasa junto a una bonita cascada. En Irlanda apenas hay cuestas, así que subir a Torc es toda una hazaña. De todas formas, a este nómada le impresionó mucho más la elegancia de los paisajes erosionados por el mar irlandés y los vientos que llegan del norte, paisajes llenos de misterio con una personalidad fortísima.

Playa de Derryname, una de las más bonitas del Ring of Kerry.

Y si de personalidad hablamos, nada mejor que conocer al chef Seamus O'Conell, del restaurante Malarkey, un americano de Texas que por avatares de la vida recaló en esta ciudad después de haberse formado en grandes fogones con muchas estrellas de París y de Japón. Seamus tiene una cocina estupenda, creativa y muy rica. Se nota que tiene una visión universal adaptada a la cocina irlandesa, de ahí que su boxty sea único. La cena fue un primor y la conversación con él, aún mejor.

Paisajes e historia

Continuamos por caminos entre penínsulas y prados, acantilados y pequeñas montañas que quedan siempre al acecho. Tralee es la primera parada antes de ver el mar. Es la capital de Kerry, tranquila y apacible, aunque con un centro algo ruidoso para lo que es el sur de Irlanda.

Nada más entrar se encuentra la escultura de William y Mary, que recuerda a la Rosa de Tralee, una balada del siglo XIX, una historia romántica y universal, que narra la vida de este rico hombre que ama a una joven niñera llamada Mary. Nuestra encantadora guía, Dora, incluso nos cantó la canción, aunque a mí apenas se me pegó el estribillo.

Cerquita, cruzando el río, se mantiene funcionando Blennerville, el último molino de viento que sigue moliendo cereal.

Estamos en la península de Dingle y llegamos a Fenit, el inicio del viaje por el Ring. En una punta del puerto industrial se encuentra la alucinante escultura que marca el paso del mar a la ría del Lee. Un inmenso dedo marca el horizonte, pero nosotros, ignorantes, miramos al precioso faro de Fenit levantado sobre una pequeña isla. Si volvemos a poner la vista en el horizonte lejano, allí queda América, las tierras que Saint Brendan, el navegante, descubrió antes que los vikingos. Esta hazaña marina forma parte del acervo cultural gaélico-medieval.

Desde luego, la escultura y el lugar dan fe de ello, y cualquiera se atreve a llevarles la contraria a los marinos irlandeses, que tienen a Saint Brendan como su gran navegante. Ya en los incunables de los siglos X y XI aparece su gesta relatada en la Navigatio Sancti Brendani.

Pasamos junto a la playa Stradbally, que intimida por su belleza, y paramos en la localidad de Dingle, que queda a un paso. Es apenas una calle con coloridos edificios en primera línea que llaman la atención y en su puerto están amarrados los pesqueros irlandeses que faenan en el mar celta. El bacalao, la merluza y el lenguado son más que frescos en esta zona. ¡Y el fish and chips espectacular!

En Dingle hay un pequeño tesoro, The Little Cheese Shop, donde su dueño, Mark Murphy, ofrece auténtico queso irlandés. Esta es una oportunidad casi única, ya que no es muy habitual que los restaurantes ofrezcan queso irlandés en sus menús.

Continúa la ruta hasta otra playa de ensueño, Inch, con decenas de windsurfistas navegando. El frío viento afila el rostro a una velocidad increíble, así que nos montamos en el refugio rodante y arrancamos a Killarney.

Con tanto salitre, playas y viento, apetece cenar temprano, y eso que son las siete de la tarde. El Bricin está a tope, pero tenemos curiosidad por probar una merluza en salsa verde. Así aparece escrito en la carta y la experiencia es muy buena: la merluza fresca hecha al punto y la salsa verde está rica, aunque es más una velouté con harina y mantequilla. Una buena noche gastronómica.

A la izquierda, una colorida calle de Dingle.

Más camino

La ruta por el Ring of Kerry pasa sí o sí por la península de Iveragh y el derruido castillo de Ballycarberry marca el inicio. Es una construcción inquietante y elegante a la vez, levantada cerca de los arenales de la cercana playa de Whitestrand y el estuario del río Feta, un lugar precioso. Muy cerca está el fuerte de Cahergall, un baluarte con forma de balón de rugby y muros de piedra de cinco metros de altura que en su interior albergaba las cabañas de los que vivían allí. El fuerte tiene en su patio interior otro espacio cerrado por piedras, y las teorías apuntan a que sería la vivienda del jefe del recinto.

Desde la construcción se ve el castillo, una vista única de la Irlanda guerrera medieval. Llegamos a Portmagee, desde cuyo minipuerto se embarca para conocer la misteriosa isla de Skellig. Sin embargo, ese día no se podía visitar, así que la alternativa fue ir a la cercana isla de Valentia y llegar hasta su faro construido sobre las últimas rocas, ya cayendo al mar.

Cerca quedan los acantilados de Kerry, los Kerry Clifts, un lugar como sacado de otro mundo.

Desde la pradera no se intuye lo que nos espera al borde del mar, el viento arrecia y nos empuja hacia el interior, como queriendo mantener en secreto el abismo marino. El viento nos azota la cara, conseguimos llegar al borde y contemplamos un paisaje fantástico. Las afiladas rocas caen al mar como cuchillas de acero perfectamente alineadas. En el horizonte surge la Skellig. Estamos solos a la espera de que aparezca Saint Brendan. Caminamos hasta la última pasarela, increíble, pero no apta para personas con vértigo. El lugar es una finca privada que en la época estival se abre al público en general. Desde aquí mil gracias a la familia de John O'Donoghue por abrirnos su casa.

No todo va a a ser naturaleza grandiosa diciéndonos en todo momento Aquí estoy. Siguiendo la línea de la bahía de St. Finian llegamos hasta la factoría de chocolate de Skelligs. La empresa es un proyecto muy interesante para la zona, donde apenas hay industria. La mayoría son mujeres trabajadoras, toda la elaboración de sus chocolates se hace de cara al público y un detalle muy importante es que se pueden probar todos los productos que elaboran. Personalmente me gustaron el chocolate blanco con limón y el bombón al whisky irlandés relleno de higo. Gran calidad y atención exquisita.

Y atravesamos Waterville camino de Derryname House, un lugar muy importante en la historia de Irlanda. Aquí vivió Daniel O'Connell, uno de los pioneros en luchar por la independencia de la República. La casa, situada en un entorno privilegiado, es sencilla, pero su tesoro está su jardín botánico, que cuenta con especies que están al borde de la extinción. Su jardinero, James O'Shea, se muestra orgulloso del entorno en el que trabaja. Solo decir que el clima de la zona se adapta muy bien a las necesidades de muchas plantas y árboles tropicales.

Al lado está la playa de Derryname, quizás la más bonita de todo el Ring of Kerry.

La última parada y fonda es Waterville. Este andarín impenitente tiene una cita muy importante: va a visitar en su casa, situada al borde del acantilado playero del pueblo, a Paddy Bush, gran poeta irlandés que escribe en inglés y en irlandés. Paddy nos espera con Fiona de Buis, que también es escritora y hace las veces de agente.

El encuentro es muy agradable, Paddy se ofrece a recitarnos en irlandés uno de los poemas más importantes de la cultura gaélica, La canción de Amergin. Nos encontramos en un acantilado frente al mar, escuchamos a Paddy en silencio, y aunque no entendemos nada, quizá por su tono, o por el viento y el salitre, parece que nos llega su mensaje. Al final de la playa intuimos la escultura Arthach Dana, obra de un amigo de Paddy, el escultor de origen germano Holger Lonze.

Lonze se inspiró en el poema, en la mitología gaélica, en esas brisas que mecen el cabello, en la espuma salada que surge del fondo del mar y se dispersa en el viento del norte. Lonze encontró en el bronce la simbiosis perfecta para su obra. Es una quilla de barco, quizás como la que necesitó el barco de Saint Brendan. También parece como la espina dorada del ser mitológico. No lo sabemos, pero al atardecer esa miniespada dorada brilla con los últimos rayos del sol, y es cuando la lamia local surge y nos habla desde la vieja Irlanda. Hay una conexión profunda entre su mitología y la nuestra.

Y no solo eso, también tenemos otro tipo de conexión, porque a Lonze le encanta el trabajo de Chillida. En fin, que estamos en Waterville, frente a una escultura de un artista alemán conversando sobre Chillida. Qué cosas suceden tan lejos de la tierra de uno, que sin querer se forja una conexión impensable, vientos irlandeses cual quilla de mar trabajada en bronce tocados por la fina silueta de la forja de un hernaniarra genial. Lonze visitará Zabalaga mas pronto que tarde.

Y faltaba lo mejor, la Killarney, una cerveza lager, rubia, de apenas 4,5 grados que es un placer absoluto. Si en Irlanda se come buen pescado, qué vamos a decir de su cerveza: simplemente, que es la mejor.