Raro, mucho, este inicio de campaña en la semana de Pascua y además de pasión rojiblanca con la consiguiente resaca copera. Ya se puede pedir el voto y la ciudadanía vasca en su conjunto haría muy bien en abrir los oídos, para entender lo que se dice y percibir lo que se calla, atenta también al lenguaje no verbal que a menudo expresa más que las propias palabras. Jamás quince días pudieron resultar tan decisivos para el futuro de Euskadi como los venideros en un contexto electoral abierto como nunca.
Movilización es la idea-fuerza para quienes aspiran a rondar el 70% de participación. En particular el PNV, consagrado su candidato Pradales a una campaña propositiva dirigida a activar con iniciativas específicas el voto durmiente entre la mediana edad sobre el que se construyen las victorias jeltzales a partir de la adhesión del electorado más maduro. Sobre las premisas del rigor y la estabilidad, que el PSE también reclama para sí como bisagra de gobierno, el PNV se contrapone con la renovación atemperada de EH Bildu.
Encarnada en el perfil bajo de Otxandiano justo para no estimular el voto refugio en su contra con Pradales como beneficiario en tanto que nítido antagonista, mientras las encuestas ya confirman para la izquierda abertzale una fidelización máxima de sufragio –mayoritaria por debajo de los 30 años–, con escaso margen para un crecimiento significativo.
Los sondeos tampoco reflejan una inequívoca pulsión de cambio, pues se constata una reseñable satisfacción general con la notoria salvedad de Osakidetza, pero con los debates llega la hora de que los candidatos optimicen las virtudes de sus marcas o por el contrario descubran sus debilidades en el tramo final donde los indecisos decantan gobiernos. El del PNV-PSE el más factible de acuerdo a los precedentes y el más plausible según toda la demoscopia, con la mayoría absoluta más probable que posible si votan dos tercios de los llamados a las urnas.
Frente a la visceralidad de la política estatal, se necesita un contraste de ideas razonadas en la campaña vasca donde la confianza se gane con la confrontación argumentativa de proyectos distintos para una sociedad mejorada desde la observancia de su pluralidad. En aras a la pujanza económica como pilar de cohesión ciudadana y con el autogobierno como herramienta de progreso colectivo, más allá de las legítimas aspiraciones nacionales que puedan ir planteándose en paralelo pero siempre con vocación integradora.
Procede aislarse de la trifulca diaria de Congreso y Senado, en reyerta permanente con los comicios europeos en lontananza, pero también del griterío catalán, pasto aquel territorio de una tensión política destructiva que en su cainismo perfectamente puede llevarse por delante el Gobierno español. A ver si en vez de tres elecciones concatenadas acaban siendo cuatro de quedar Junts al margen de un eventual Ejecutivo de PSC y ERC. Semejante incertidumbre en tan demencial coyuntura aún confiere más relevancia a la solidez del Gobierno Vasco y a una institucionalidad reforzada. Cada voto cuenta. Como nunca antes.