- La actuación de la Ertzaintza que tuvo lugar en la noche del 5 de abril de 2012 en la calle María Díaz de Haro, tras el partido disputado en San Mamés entre el Athletic y el Schalke 04, y en la que Iñigo Cabacas fue alcanzado por el disparo de una pelota de goma en la cabeza, ha marcado profundamente la trayectoria posterior de la Policía vasca. El joven de Basauri falleció cuatro días después en el hospital, hoy hace diez años, y “buena prueba de que fue un hecho impactante es que en la Ertzaintza hay un antes y un después de su muerte”.
Así lo afirma un agente de la Ertzaintza, aunque nadie lo pondría en duda a tenor de los cambios que se han introducido desde entonces, algunos de ellos con carácter inmediato. Más allá de enumerar una serie de modificaciones en los protocolos de actuación, este ertzaina considera que “fue una muerte injusta e innecesaria que nunca debió haber ocurrido”.
Fuentes policiales consultadas, que atesoran una larga experiencia en el cuerpo, añaden que “el hecho de que el esclarecimiento no fuera pleno, total e inmediato demuestra que el uso de la fuerza no estaba absolutamente controlado”. Enmarcan, eso sí, este trágico suceso en un contexto que remite al propio origen de la Ertzaintza y califican de “excesivamente simplista” limitar el debate al uso o no de las escopetas lanzadoras de pelotas de goma.
Según el criterio de una voz autorizada, “el síntoma más importante de mejora” es el hecho de que “ahora es más habitual ver mesas de crisis con responsables que hacen un seguimiento del desarrollo de los dispositivos que se organizan, de protección ciudadana y de todo tipo. El control es más inmediato y directo”. “Los esfuerzos de preparación de un elemento de riesgo de orden público cada vez son mayores”, coincide otro agente. Añade que este tipo de conflictos en la calle “no se producen en la cantidad que lo hacían hasta 2010”. Además, “la sociedad en su conjunto manifiesta sus reproches a estos problemas de orden público, se ha visto con la pandemia”.
En cuanto a los agentes de base, tras el caso Cabacas se incorporó un número de identificación visible en los uniformes, y según ha podido saber este medio, el proyecto piloto para grabar las actuaciones policiales se encuentra en una fase muy avanzada. Pero la transformación de mayor carga simbólica fue introducir unos lanzadores de proyectiles viscolásticos menos lesivos, y limitar el uso de las escopetas de pelotas de goma tradicionales a la Brigada Móvil. Eso sí, “sometidas a control y a un permiso superior de mucho nivel”. En la práctica, desde abril de 2012 no se ha vuelto a disparar una de estas pelotas.
La muerte de Iñigo Cabacas supone por ello “la decisión de cambio más importante que ha habido sobre la forma de abordar el uso de la fuerza y los desórdenes públicos, es el hito que determina el cambio de la situación anterior a la actual”, apostillan desde las entrañas del cuerpo.
Pero “a abril de 2012 no se llega de repente, no es una fotografía, es una película con todos sus episodios anteriores”, asegura un ertzaina con altas responsabilidades. Explica que la Policía autonómica “nace en un contexto con al menos seis organizaciones que asesinaban”, incluyendo todo el espectro de extrema derecha y el cúmulo de siglas que giraba alrededor de ETA. A ello se añaden “problemas de desórdenes públicos, interferencias en la vida social, daños, estragos, lesiones a personas, la quema de autobuses y cócteles molotov en el día a día del trabajo de los agentes durante 30 años”.
Seis meses antes de la carga en el callejón de la herriko taberna Kirruli, ETA anunció el 20 de octubre de 2011 que abandonaba las armas, pero “eso no significó que la violencia en la calle desapareciera”. Además, modificar “el funcionamiento en la Ertzaintza no fue una decisión fácil”. “Esto no es un baile de salón”, apostilla un agente, aunque “no se puede justificar lo que pasó con Cabacas”. La “tardanza en el juicio” supuso un “castigo añadido a la familia y amigos impropio e inhumano”. Pero lo sucedido precipitó que se optara por “adecuar los medios para el uso de la fuerza”.
“Este hecho trágico, desgraciado y lamentable acelera la decisión de introducir más medidas de control en el uso de las pelotas de goma”, un paso que un ertzaina califica de “correcto”. “Es un cambio que sigue, no ha culminado y tal vez no se pueda culminar nunca”, apostilla. Un compañero de otra unidad coincide en que “hay una migración de un tipo de uso de la fuerza a otro y la Ertzaintza aún está en ello, todavía no se ha consolidado”. Según esta tesis, los medios que se utilizan para el empleo de la fuerza “deberían estar permanentemente en cuestión y en proceso de adaptación”.
A ello contribuye que “todo policía sabe que cuando haga uso de la fuerza, su actuación va a ser analizada, incluso juzgada por un juez”. Como consecuencia, “que haya un control es una primera garantía de que ese uso de la fuerza va a ser proporcional”. Las voces consultadas concluyen que “la escopeta no la traemos de casa, nos la dan las instituciones y se paga con dinero público, y lo público controla ese uso de la fuerza que hacemos”.
En el seno del cuerpo admiten que, al menos en los primeros compases de esta transformación, pudo darse un “síndrome del miedo a causar heridos”. “Es lo que tienen todas las migraciones, supone un cambio muy importante”, apunta un portavoz a título particular. En su día fueron muy criticadas actuaciones como la que tuvo lugar en los incidentes en el estadio de Anoeta en diciembre de 2012, con el resultado de catorce ertzainas heridos por el ataque de radicales. También durante la cumbre económica mundial de marzo de 2014 en Bilbao, con destrozos en muchos comercios de la Gran Vía y el Casco Viejo. La posibilidad de provocar un nuevo caso Cabacas podía pesar demasiado.
En su día hubo resistencias a la limitación del uso de las escopetas de pelotas de goma, por ejemplo por parte de algunos sindicatos. “En el año 76 se disparaba con bala a quien se manifestaba, solo hay que recordar el 3 de marzo en Gasteiz. En el 86, la pelota de goma supuso un avance, menos lesivo, y ahora estamos en otra fase, con otros instrumentos”, asevera uno de los agentes entrevistados.
Existen modelos alternativos y la posibilidad de ir un paso más allá está ahí. En Gran Bretaña, por ejemplo, “no existen estos elementos”, señalan en referencia a las pelotas de goma. Pero, “¿están dispuestas las instituciones a mover trenes con miles de policías para establecer medidas de contención con escudos, sin agredir ni lanzar pelotas?”, se preguntan. “Allí los mueven y lo pagan”, apostillan.
El escenario está abierto y en constante evolución. Como resume un ertzaina, “lo hecho no tiene marcha atrás, pero el futuro sí está en nuestras manos”.
Nuevos lanzadores. Desde abril de 2012, el uso de las escopetas de pelotas de goma ha quedado en estado latente, sometidas a un mayor control. En el día a día han sido sustituidas por lanzadores de proyectiles de foam, menos lesivos.
Más cambios. Ahora los agentes lucen números identificativos en sus uniformes, sigue en proyecto grabar las actuaciones y se han potenciado las mesas de crisis con el mando del territorio, el de la comisaría y los de todas las unidades que intervienen, que ejercen un control más directo.
Sentencia. El TSJPV lamentó que la “deficiente” investigación de la Ertzaintza lastró la fase de instrucción. El juicio se cerró con una condena de dos años de prisión y cuatro de inhabilitación para el agente con más galones en el operativo. No se identificó al autor material del disparo.