o ya no pienso. ¡Solo siento!”. Son las emocionadas palabras de una hermana de Gaizka Etxearte, joven a quien una bala perdida arrebató la vida el día que el teniente coronel Hugo Chávez dio un golpe de Estado fallido en Venezuela el 4 de febrero de 1992. Es decir, mientras Catalunya ultimaba los Juegos Olímpicos de Barcelona, una familia del exilio vasco de la Guerra Civil perdía un hijo sin estar en el fragor de las revueltas, justo un año después de haber muerto su madre por un cáncer de mama. Quedaban vivos el padre, Domeka Etxarte, y dos hijas: Ainoa e Izaskun. “El caso nunca se ha investigado ni por vía judicial ni periodística”, recalca Ainoa, residente en Amorebieta-Etxano. Y va más allá: “Un sábado celebramos el aniversario del funeral de mi madre y tres días después, el martes, perdimos a mi hermano. ¡No sé mi padre cómo pudo con todo ello!”, se le empañan los ojos.

La familia contextualiza la muerte del joven universitario y deportista nato de 20 años, Gaizka Etxearte, nieto de un gudari del batallón Itxasalde e hijo del delegado del Gobierno vasco y director del Instituto Vasco Venezolano de Cooperación, Domeka Etxearte, y de Begoña Irazabal, testigo del bombardeo fascista contra Gernika. “Primero, en Venezuela se vivió el denominado Caracazo”. Hacen referencia a una serie de fuertes protestas, disturbios y saqueos ocurridos en Venezuela en 1989. Tres años después, aquel 4 de febrero de 1992, el nombre del entonces teniente coronel Hugo Chávez se hizo familiar para el mundo. Al frente de dos mil soldados lideró un golpe de Estado que fracasó, pero que le sirvió para, siete años más tarde, llegar a la presidencia de Venezuela con una idea fija en su mente: “Cambiarlo todo”.

Lo cambió todo también en la vida de esta familia vasca huida del franquismo que fue sorteando desde 1936 todo tipo de sufrimientos. La noche de la víspera a la muerte de Gaizka, ya sospechaban que algo pasaba a nivel militar y político. Por ello, sonó el timbre del hogar y una familia pudiente les avisó a ellos y al resto de vecinos del posible peligro. A las seis de la mañana cuando cada uno iba a ir a su trabajo o estudios, oyeron en televisión que el golpe había sido fallido y que había paz en las calles.

El padre de los tres hermanos se dispuso a llevar a su hija Izaskun a su trabajo y pidió a Gaizka que no fuera a la universidad, que era un “lugar de algaradas”. Acompañó a su padre y hermana. Ainoa, por su parte, quedó en la vivienda. Izaskun conducía, Domeka iba de copiloto, y detrás viajaba el joven estudiante de Ingeniería. Pararon a comprar el periódico. Se incorporaron a la autopista de Caracas y al pasar por delante del aeropuerto de La Carlota, a la altura de la residencia del Gobierno se encontraron con fuego cruzado y vehículos dándose la vuelta en dirección contraria.

En ese momento, el Ford Sierra blanco comenzó a recibir impactos de bala y uno de ellos llegó a alojarse en la espalda de Gaizka. “Mi hermano solo llegó a articular una frase: Aita, me dieron. Nuestro padre le tapó la herida mientras mi hermana daba la vuelta en plena autopista y aceleraba hacia una clínica. Ingresó muerto. Se vieron acorralados, entre balas sin un objetivo concreto”.

Desde allí, llamaron a Ainoa. Los vecinos la acompañaron. “Ellos sabían lo que había pasado. A mí no me dijeron nada. Yo pensaba que le podía haber dado un infarto a mi padre. Conduje yo. El resto no se tenía en pie de los nervios”. En la clínica supo la triste noticia, el fallecimiento de su hermano. “Le vimos ya en una caja. Más, no pudimos hacer”. Por la situación política y con toque de queda en el país, la familia no pudo contar con sus parientes de Puerto La Cruz, pero sí estuvieron arropados por toda la comunidad vasca. De hecho, tuvieron que hacer una larga cola para obtener el permiso de enterramiento. “A día de hoy, aún soy incapaz de recordar lo que viví esos días”, vuelve a emocionarse la hermana.

Mientras algunos celebran cada año desde hace ya 30 aquel “día de la Revolución”, ellos aún lamentan que Chávez justificara las muertes como la de su hermano “como daños colaterales”. Domeka, por su parte, siempre rechazó todo golpe de Estado. “Nuestro padre conocía la corrupción del presidente de entonces, Carlos Andrés, o de eso se hablaba, pero siempre creyó en la democracia. Que para llegar a un gobierno había que llegar por las leyes de la democracia”.

Relativo a este comentario de Ainoa, El País publicó tras el entierro en 1992 las siguientes palabras de Domeka. “No estoy de acuerdo con los golpes de Estado porque viví la dictadura de Pérez Jiménez y sé lo que es eso; a mis vecinos les comentaba que por mucho que a mí no me gustara un gobierno jamás podré aceptar que se le derroque por la fuerza”, expresó con lágrimas en los ojos durante el velatorio.

El padre salió adelante gracias al apoyo de sus hijas y a sus nietos Lander y Naiara, ya que “los niños son como salvavidas”. Ainoa ese mismo año acabó casándose tras ir retrasando su boda. “Mi padre me animó a ello, y fue un día triste sin mi madre y sin mi hermano. Aunque suene absurdo, conservó con él aquel coche acribillado”. En esto coincide con otras víctimas que deciden guardar aquello que les mantiene unidos de alguna forma a las últimas horas de la vida de un familiar.

Domeka Etxearte estuvo más adelante al frente del Instituto Vasco Venezolano de Cooperación, desde el que trabajó incesantemente en defensa de las señas de identidad del pueblo vasco. Antes, fue presidente de la Junta Extraterritorial del PNV, además de formar parte de las directivas de los centros vascos de Puerto La Cruz, la primera ciudad que le había acogido, y Caracas.

Natural de Aulestia, había contraído matrimonio con Begoña Irazabal, hija de Purificación, una enfermera superviviente del bombardeo de Gernika. “Contaba que fue casi de árbol en árbol escondiéndose de los aviones hasta Kanala”. Bego, a su vez, era hija del gudari Iñaki Irazabal Begoña, número 80.533, integrante de la Sección de Enlaces de la Plana Mayor del Batallón Itxasalde, N° 13 del Euzkadiko Gudarostea, bajo la disciplina del PNV. De esta vía materna, Ainoa aprendió una canción sobre el bombardeo de Gernika “que yo pensaba que se conocería aquí y nadie la sabe”.

El 4 de febrero se cumplieron 30 años de la pérdida de Gaizka. “Hasta que vine a vivir a Euskadi -relata Ainoa-, pasaba con frecuencia por donde mataron a mi hermano y era muy doloroso. Aquí nadie conoce lo que le pasó. Solo, cada año, Iñaki Anasagasti lo saca del olvido, por lo que le estamos muy agradecidos. Mi hermano tenía don de gentes, era pelotari, dantzari y formaba parte del equipo de natación del Centro Vasco en Caracas. Yo antes pensaba en ello, ahora solo siento”.