Lo sabíamos. Estábamos absolutamente convencidos de que el incendio en las calles que ha tomado como coartada el encarcelamiento del rapero Hasel iba a llegarnos tarde o temprano. Y ya está aquí. Lo vimos, primero como patético amago el otro día en Barakaldo, donde un gañán que difícilmente escribiría su nombre sin faltas de ortografía arengaba a las masas a no dejar una farola en pie. El saldo fueron unos contenedores cruzados y unas pedradas que no alcanzaron, por lo menos en su mayoría, sus objetivos.
Lo de este fin de semana en Iruñea y Bilbao ya ha sido otra cosa. Ahí sí se ha reconocido el estilo depurado a lo largo de decenios para sembrar el caos y el terror al tiempo que se provocaban daños por miles de euros. O, como ha sido el caso de la capital vizcaína, para agredir salvajemente a quienes no tenían otro papel que ser notarios de la barbarie. Gran autorretrato, el de los pretendidos defensores de la libertad de expresión untando el morro a fotoperiodistas, entre ellos, uno que cubría la algarada para las cabeceras del Grupo Noticias.
La espiral violenta es de libro y no tiene nada que ver con el derecho a la libertad de expresión que le sirve de excusa pero tampoco con la mendruguez del hartazgo y el cabreo de una juventud que se siente frustrada. Es puro gamberrismo. Vandalismo de la peor estofa o pura y llanamente, totalitarismo fascista de los que se proclaman, manda pelotas, antifascistas.