o, no es algo menor. No es ninguna anécdota. No es una cuestión formal. No es un problema estético. Es un problema central en nuestra sociedad. Me refiero a la degeneración en forma y fondo del debate público en España. Se produce en tres frentes que se complementan y se retroalimentan. Tres inercias que hacen resonancia y, de verdad, no veo forma de parar.
Un frente es el político. Lo visto esta semana en el Parlamento español debería ser inaceptable para quien tenga un poco de educación y un poco de respeto por las instituciones, por las personas y por sí mismo. Varios parlamentarios han jugado a la chulería tabernaria más pendenciera, viejuna y tonta, creyendo que eso que hacen tiene algo que ver con la política, jaleados por sus respectivas bancadas y observados por millones de personas.
Otro frente es el de las redes sociales, donde los rencores y la irracionalidad tienen un eco más inmediato y por lo tanto más efectivo que los discursos moderados. Donde un insulto tiene más eco que un argumento y con frecuencia una mentira corre más rápido que una verdad.
El tercer frente es el de algunos medios de comunicación, que en número no desdeñable toman la ola fácil, es decir, la pista cuesta abajo de las medias verdades, de los escándalos inanes y de la movilización de las emociones más primarias.
Estos tres frentes se inflaman, se engordan e se irritan entre sí. El conjunto refleja una degradación moral e intelectual profunda en el momento en que más necesitamos de líderes políticos y sociales con las luces largas puestas, con el rigor como bandera, con la búsqueda de acuerdos discretos y sensatos como método. En su lugar nos ponen en pantalla a majaderos con una madurez de escuela de primaria y de una naturaleza de hiena, piraña o murciélago. Miro algunos de los ponentes invitados a exponer sus ideas ante la Comisión de Reconstrucción y sinceramente creo que no confiaría en varios de ellos ni para reparar una bici de niños, sin cambios, a la que se le hubiera salido la cadena. Temo que me la devolverían, tras semanas de peleas e insultos, sin cadena y sin ruedas.
En Corea del Sur un joven sale de fiesta y contagia de la Covid-19 a 200 personas. En Alemania se reúne un coro y caen 50 de sus miembros. En Lérida hacen una fiesta de cumpleaños y se contagian 20. Son brotes provocados por esos tipos que se conocen como supercontagiadores. El virus sigue entre nosotros y vemos que muchos incumplen con despreocupación las normas de distancia, higiene y comportamiento. Pero hay también otros supercontagiadores de efecto no menos letal: los supercontagiadores de rencor, de malas formas, de odio, de demagogia, de populismo, de puerilidad, de irresponsabilidad, de miseria moral e intelectual. Esta semanas hemos aprendido a entender el índice R0, o número reproductivo básico, que refiere al número medio de nuevos contagios producido por cada persona infectada. Pienso que hay políticos con un muy alto R0 de contaminación moral. Y en democracia solo hay una forma de ponerles en cuarentena para impedir que conviertan su bilis en pandemia: tu voto en la urnas, tu soberanía a la hora de elegir las noticias que atiendes y tu autocontrol en las redes sociales. Dado que no puedes curarlos, aléjalos de tu vida.