os ricos se rebelan. Los parados callan. La burguesía clama enfurecida por sus negocios. Los hambrientos, en cambio, desbordan silenciosos la fila en los comedores sociales. La incongruencia toma la calle. Ocurre en Madrid, donde un cortocircuito siempre parece un incendio pavoroso. En la Corte, la creciente tensión social de los últimos días, intoxicada ideológicamente al máximo, solo augura malos presagios. La normalidad se antoja una quimera para mucho tiempo. Hay un caldo propicio para la inestabilidad institucional, se sigue abonando sin pudor la teoría de la conspiración en la Puerta del Sol, el ínfimo nivel político retoma el hedor del arrabal, la bandera española desboca las mascarillas de los ultraderechistas y, por si faltara el detonante para la explosión programada, desde un ático de lujo asoma la presidenta Isabel Díaz Ayuso y reaviva las brasas de la maldita corrupción que persigue al PP madrileño.
Así se las ponen a Pedro Sánchez. En los momentos más críticos para el PSOE y la credibilidad de su líder, Ciudadanos regresa del diván y desquicia al PP por los cuatro costados. Vuelve aquel partido de las dos barajas en el que tanto invirtió esperanzado el empresariado más poderoso. Lo hace envenenando las egocéntricas relaciones internas del gobierno de coalición de la Comunidad de Madrid, desplazando a Pablo Casado del foco de la oposición y alentando la geometría variable que parecía enterrada durante esta legislatura por el declarado antagonismo entre la derecha y la izquierda. Un duro castigo para el PP que diluye su exacerbada ofensiva destructora contra los manifiestos errores de fondo y forma del presidente socialista en esta crisis del coronavirus. Aquel día que el fracasado Albert Rivera pagó una parte de su estruendoso fracaso nadie imaginó —y menos Sánchez— que los exiguos 10 diputados de su suicida estrategia eclipsarían alguna vez los 88 escaños de los populares. Ahora se han situado en el eje del tablero, desplazando incluso a ERC aunque Carmen Calvo se apresure a consolar a Rufián después del bufido de Junqueras. La alegre disposición del Gobierno español a debatir sus Presupuestos con Inés Arrimadas provoca urticaria a más de uno, pero empieza a antojarse como una realidad que viene para quedarse un rato. La tapadera perfecta para silenciar las exigencias ahora aletargadas del procés.
El caos favorece a Ciudadanos. Por eso lo alienta. En Madrid, cuando han olido sangre en el rocambolesco contrato del ático de Ayuso, ha metido los dedos en la llaga. Es verdad que lo han hecho dejando su huella posiblemente porque aún son inexpertos en cuestiones del mal. Todavía se recuerda la bochornosa torpeza en sus fantasmagóricas primarias. Pero esta vez han hecho lo suficiente para complicar la vida a la presidenta madrileña. La procelosa madeja del ático comienza a estirarse ante el regocijo de la izquierda, los cifuentistas rencorosos, las peleas de los dos frentes mediáticos y, por supuesto, el cesto del voto desencantado de Vox. En medio de su confrontación con los hijos de Chávez -Aznar dixit-, Ayuso tiene un grave problema ético, cuando no de aviesa corruptela por supuesta prevaricación. Por eso, el intrigante Miguel Ángel Rodríguez insta a su obediente discípula a que desvíe la polémica alentando a las masas ultraderechistas a protestar en sus feudos del dinero fácil contra el gobierno de rojos. Quienes ocuparon en su día la plaza de Colón ahora se han esparcido por el corazón de la milla de oro, pisoteando las recomendaciones sanitarias, como si creyeran que el lujo y la altanería están inmunizados contra la covid-19.
La derecha madrileña se ha echado irracionalmente a la calle quizás porque le escuece su permanente derrota política. Sánchez les está desquiciando. Se les nota su beligerancia hasta blandiendo la rojigualda. No pueden con este presidente al que siempre han odiado por venderse a los enemigos de la patria. En sus cálculos iniciales estaba que la cruel desprotección al personal sanitario, los interminables cambios de rumbo de la noche a la mañana, las pifias de compras fraudulentas de mascarillas y guantes, los miles de muertos y las irritaciones del verbo de Pablo Iglesias arrastrarían al abismo a este gobierno como desea Abascal. Al contrario, ha bastado que el PSOE detectara ganas de bailar en Ciudadanos para que Casado acabe desfigurado en el rincón sin mediar ERC. El lujo tiene riesgo.