Quiere gobernar en solitario. Rechaza un gobierno de coalición. Repudia a Pablo Iglesias. Se siente la única izquierda verdadera. Desprecia la posible unidad de acción de la derecha. Suspira por destrozar electoralmente a Unidas Podemos. No tiene prisa por apurar los plazos que eviten otra cita con las urnas. Una previsible disolución de las Cortes en septiembre hasta le motiva. Las invocaciones a la negociación con el diferente son fuegos de artificio. Las propuestas para un acuerdo, vacías de realidad, auténtico papel mojado. No le aprietan en absoluto las necesidades de España. Tampoco le conmueven la sombra de la desaceleración, el récord de la deuda o el bloqueo de la financiación autonómica. El poder sigue en sus manos. Su ambición, por tanto, cumplida. Nadie en su entorno le rechista. Se siente ganador ahora mismo y en noviembre. Camina persuadido de su baraka. Le avala su propio via crucis triunfador. Siempre superó las dificultades más hostiles sin más armas que la fe ciega en sí mismo y la íntima convicción de sus ideales. En definitiva, cree que solo él puede y debe liderar España. Y en eso seguirá. Hablamos, claro, de Pedro Sánchez.
Según pasan los días, es comprensible que Pablo Iglesias aumente su indignación. Pelea contra rueda de molinos bajo un desgaste que se lleva por delante la voluntad influyente de cualquier relato bienintencionado. El inagotable ninguneo al que el presidente en funciones y su artillera mediática Carmen Calvo le están sometiendo por tertulias, tuits y radios solamente se entiende políticamente desde el desprecio y la voracidad por acelerar la destrucción del enemigo más íntimo. En la familia socialista se sufrió durante mucho tiempo, en silencio y con la rabia contenida, la incesante humillación de los ideólogos de Podemos cuando pretendían asaltar los cielos. Nunca mejor que ahora para sacarse la espina muy por encima de los cánticos de galería en favor del entendimiento desde la izquierda y así frenar el avance de la derecha. Esa es la esencia de la doctrina sanchista que subyace en la auténtica voluntad de su guardia de corps. De puertas afuera, sin embargo, se suceden las llamadas cargadas por el diablo a favor de una unidad que únicamente persigue Iglesias para salvar su futuro, cada vez más en entredicho después de haber puesto todos los huevos -léase ministerios- en el mismo cesto. Sánchez no ha querido nunca un gobierno de coalición y mucho menos con el líder de Unidas Podemos instigando desde las bambalinas. El riesgo de un divorcio inmediato por peleas continuas estaría garantizado. Ha bastado la descorazonadora polémica a propósito del Open Arms para comprobar que son dos sensibilidades bien distintas. Es fácil imaginarse, por tanto, la magnitud del desgarro interno en ese hipotético gobierno cuando hubiera llegado la prueba trampa de una respuesta del Estado a la sentencia del procés.
El líder absoluto del PSOE entiende la unidad de la izquierda exclusivamente desde su investidura para liderar una acción de gobierno sin sombras sobre la base de una acción programática que se ajuste a sus posiciones. Eso sí, en medio de la irresponsabilidad a la que se asiste con inusitada parsimonia, no sería una mala idea exigir como ejercicio de credibilidad democrática que el propio aspirante reconociera con toda sinceridad cuál es su deseo y se dejara de marear la perdiz como prueba de respeto a la ciudadanía, cada vez más irritada.
Llegados a este escenario, cabe convenir que si Sánchez se niega a la coalición y aborta la posibilidad más lógica de asegurarse una mayoría suficiente para su investidura solo un milagro evitaría la repetición de elecciones generales en medio de una desesperante inercia institucional. Pero no le importa asumir el riesgo a pesar de las advertencias. Le siguen saliendo las cuentas a Iván Redondo. Uno y otro siguen pensando que allá por el duro invierno será mucho fácil entenderse con Ciudadanos, al que visualizan para entonces menos crecido, porque el estallido catalán alcanzará tan dimensión que Albert Rivera no podrá sustraerse a colaborar con la unidad de España.
No deja de ser una ensoñación en medio del actual bloqueo. De momento, la derecha crecida por el poder acumulado se frota las manos convencida de que el votante premiará su demostrada voluntad de dejar sin escrúpulos cuantos pelos fueran necesarios en la gatera con el fin de gobernar, mientras la izquierda se debate entre sus vanidades, recelos y diferencias que le impiden entenderse. Sánchez confía en sí mismo.